CAN FARGUES Y LAS MASÍAS DE HORTA

Joan Miró comenzó a pintar en 1921 una obra con la que pretendía representar la forma de vida que más resistió al paso del tiempo, establecida en el campo de Cataluña. “La Masía”, pintura que acabó muy pronto en las manos de Ernest Hemingway, muestra la visión del pintor sobre la casa rural tradicional del país. Esta no es más que una de tantas visiones, en un buen porcentaje idealizadas, de una construcción que como veremos es más un conjunto amplío de posibilidades que no una tipología cerrada.

Volviendo a lo local, es fácil llegar a intuir que aunque actualmente la totalidad del plano de Barcelona y alrededores está ocupado por la ciudad, esta situación es bastante reciente, por lo menos en términos relativos a sus más de 2000 años de existencia. El proceso de expansión de la ciudad a partir de mediados del siglo XIX, no solo absorbió los municipios colindantes, si no también fue rodeando construcciones aisladas, que habían funcionado, en ocasiones desde la Alta Edad Media, como masías.

Resultado de ello es que en la actualidad es posible visitar en Barcelona algunos ejemplos bien conservadas. El distrito de Horta-Guinardo permite hacer un recorrido por varias de estas construcciones (sin duda bastante descontextualizadas en tanto que el medio urbano es la antítesis de su origen) reconvertidas para un uso actualizado. Un caso paradigmático por su valor histórico lo encontramos en la masía de Can Fargues, de la que puede destacarse su torre central, con más ocho siglos de antigüedad.


 

HISTORIA

Las masías más antiguas que mantienen conservados algunos de sus elementos originales alcanzan vidas ya milenarios, datadas en torno al siglo X. Este período histórico no es fortuito, ya que tras siglos bastante convulsos después de la caída del imperio romano, es el momento en el que comenzó la repoblación del campo de lo que hoy día es Cataluña. Esto por lo menos en la parte norte, puesto que el territorio más al sur del río Ebro permaneció, por muchos años, bajo el dominio musulmán andalusí. Frente al refugio que ofrecían las montañas de los Pirineos durante años de violencia en donde los pueblos dominantes no asentaban una estructura definitiva en el territorio, muchos campesinos comenzaron a abandonarlas para instalarse en zonas llanas o más productivas. Es en este punto cuando aparece el mote mansus, para denominar a pequeñas casas aisladas de campesinos, en donde vivía una sola familia dedicada a la agricultura. Este es el origen de la palabra mas (masos en plural), que hace referencia a la explotación agraria en conjunto, mientras que masía haría referencia a la vivienda principal, aunque en ocasiones, como aquí haremos a partir de ahora, se usen indistintamente.

La masía estaba compuesta tanto por la casa como por las pertenencias que la rodeaban: tierras, viñas y en ciertos casos, derechos de uso sobre los bosques colindantes. Fue el sistema de organización territorial rural más efectivo para que los señores que mandaban en las tierras pudieran cobrar a los campesinos los pagos establecidos, sobre todo a partir de la formación del sistema feudal durante el siglo XI. Un siglo más tarde se concretaría un nuevo sistema de herencia, en donde el primogénito de la familia tendría forzosamente que recibir el conjunto de las propiedades vinculadas a la masía, esto se conoce como la institución de “l’hereu” (el heredero). Este hecho provocó no sólo que las propiedades se mantuvieran unidas con el paso del tiempo, sino también una mayor afluencia migratoria de los hijos que venían detrás del primogénito, que normalmente marchaban a otras zonas de Cataluña o si existía la posibilidad, se unían a instituciones eclesiásticas.

La institucionalización del heredero único se suma pues a las dos características centrales que regulaban las masías. Por un lado la vinculación del campesino al que pertenecía o vivía en ella con el señor, un lazo de servidumbre que era conocido como “remensa”, que era a su vez el nombre del pago que debía efectuar el campesino para abandonar la casa y por lo tanto liberarse de su servicio. Por otro lado, el señor tenía una serie de derechos abusivos sobre las propiedades y el propio campesino: los “malos usos”, (ius maletractandi, en la locución latina utilizada en la época) una práctica institucionalizada que en la zona de Catalunya se materializaba en seis normas que daban al señor derecho sobre las propiedades del campesino en diversas situaciones.

El abuso de los «malos usos» llevó un levantamiento que dio pie a que Fernando el Católico los anulase con la Sentencia Arbitral de Guadalupe en 1486. De hecho, es a partir de este punto cuando algunos campesinos empiezan a ejercer verdadera disposición de las masías, y aunque aún se discute si esta sentencia fue una victoria o una derrota para los campesinos (a quienes argumentan que trataban de modificar con mayor profundidad el sistema económico feudal), si que es cierto que la expansión agraria lleva al enriquecimiento y mejora social de los propietarios de masías, que subarriendan (utilizando diversas formas jurídicas) zonas de terreno a campesinos más pobres o contratan jornaleros para el trabajo.

Estos complejos residenciales-productivos actuaban como una unidad compacta de cara a la extracción de rentas por parte del señor, pero no eran una unidad compacta a nivel territorial. De hecho, una masía podía poseer zonas de tierra fragmentada, pertenecientes incluso a distintas parroquias. Esta condición se mantiene cuando la propiedad pasa a los campesinos enriquecidos, que con el paso del tiempo acabarán por formar parte de las clases altas urbanas, mudándose eventualmente a la ciudad y dejando encargados de la explotación agraria a campesinos (masovers) a través de contratos de aparcería.

La masía como unidad productiva sigue manteniéndose hasta mediados del siglo XIX, en donde las transformaciones en la producción agraria van dando paso a reparcelaciones y abandono de los cultivos, que terminan de rematar el sistema de masías durante la expansión económica franquista. En la actualidad, los casos que no han quedado absorbidas por entornos urbanos como sucede en Barcelona, aparecen más vinculadas al turismo rural o segundas residencias, pocas veces al cultivo. La propiedad de la casa ya no tiene porque implicar propiedad de terrenos de cultivo, hecho fundamental del antiguo sistema.

«La masía» de Joan Miró. Esta forma de vida quedó grabada para muchos pensadores y artistas como un formato casi idílico y vinculado a las raices del pueblo.

El trabajo en el campo de la Edad Media.

Los señores feudales tenían derechos casi de propiedad sobre los trabajadores de su tierra.

Sentencia Arbitraría de Guadalupe, que acababa con la legalidad de los «Malos Usos»

 

ARQUITECTURA SIN ARQUITECTOS

La configuración arquitectónica de las masías poco tiene que ver con las capacidades de determinado constructor, sino que es más bien un proceso de adaptación a la forma de vida rural y a las necesidades vinculadas al cultivo y su cosecha. De este modo, esta forma de habitar y trabajar no ha dado como resultado sistemas arquitectónicos estáticos sino que cada caso resuelve particularmente su formato a fin de adecuarse a las condiciones climáticas, relacionarse con el territorio, organizar la explotación y estructurar las funciones de la vida cotidiana. Como escribía Josep Pla al describir la “casa de pages”: “Su asentamiento en el terreno no obedece a capricho alguno; está justificado por razones de utilidad, generalmente diversas…”.

La casa del mas (el nombre de masía no se usa para designar la vivienda hasta documentos posteriores al siglo XIV), es por lo tanto el lugar de residencia que resulta en la adaptación del campesino al entorno que tiene que trabajar y del espacio a las necesidades propias del entorno en el que se encuentra. Esta idea llevada a su máxima expresión patriótica fue explotada por algunos arquitectos, historiadores y políticos novecentistas catalanes, que como Puig i Cadafalch, no dudaron en definirlas como el único tipo de arquitectura puramente catalán, libre de influencias italianas, francesas u orientales, como sucedía con las construcciones góticas o románicas. Es más, debían entenderse como descendientes directas de las villas romanas que dieron pié a la fundación de Barcino.

Esta concepción mitificada de la masía se mantiene hasta bien avanzado el siglo XX, por lo que los estudios tipológicos serios son bastante tardíos. Los primeros ejemplos tratados, provenientes de los casos más antiguas (en torno al siglo X), son construcciones de una sola planta construidas con piedra seca, cubiertas de una sola pendiente y formadas de estancias cuadradas conectadas, amplias, como mínimo dos: una para los animales y otra para las personas. Ya en el siglo XII, el uso de sillares mejor tallados unidos con mortero de cal, permitió aumentar la altura de las construcciones superponiendo dos o tres pisos. Este avance permitió además añadir un nuevo elemento característico, la torre de defensa, que se alzaba por encima de las plantas habitadas, dejando hueco en su interior para algún uso cotidiano además de su función de mirador defensivo. Estas construcciones verticales permitieron aislar a los animales en la planta baja, mientras que las familias y los espacios de almacenamiento subían a las plantas superiores.

Otro tipo bastante extendido surge a partir del siglo XIV, cuando comienzan a conectarse dos o más cuerpos distintos, es decir, se introducen particiones interiores a partir de nuevos muros de carga, lo que implica ocupar una mayor superficie de suelo, y tejados a dos aguas. Con ello tenemos un conjunto de partida en cuanto a tipologías, el mas horizontal, la masía vertical (en ocasiones vinculada a la construcción de una torre), y el mas de varios cuerpos. En todo caso, estas tipologías nos acercan a un origen que no suele mantenerse de forma constante, más aún cuando las modificaciones se suceden a lo largo de los años, pero que indica un aumento progresivo de la complejidad en la construcción y la ausencia de una preocupación formal más allá de los condicionantes constructivos y funcionales (que acabará por aparecer con las transformaciones de las masías en los siglos XVIII y XIX).

Evolución de una masía en diferentes ampliaciones

El caso de Can Fargues nos muestra como a lo largo de los siglos se van añadiendo nuevas partes. Estudio realizado por Veclus-Heritage

Los materiales de construcción eran muy básicos. En Can Cortada podemos ver todavía restos de un aparejo en ojo de pez, o «opus spicatum».

 

UN RECORRIDO POR LAS MASÍAS DE HORTA

Edificaciones que provienen de antiguos masos podemos encontrar prácticamente en toda la ciudad, pero el distrito de Horta-Guinardó favorece un recorrido por una serie de ejemplos que, bajo profundas transformaciones a lo largo de su historia, se conservan en buen estado. La zona de Horta ha estado históricamente vinculada al aprovechamiento agrícola. Sobre todo a partir de que se descubriese la abundancia de acuíferos en la zona, que provocó que en el siglo XII se pasase del casi monocultivo de viña que había dominado la zona desde el siglo X, a una expansión agrícola que a su vez originó la proliferación de distintas masías. El entorno rural favoreció además que la zona de Horta se transformase posteriormente en un área de veraneo o descanso para la población más adinerada de la ciudad, facilitando la conversión de antiguas casas de pages en casas señoriales.

Este recorrido por siete masías permite además conocer un distrito con pequeñas joyitas de menor calado que las más famosas de la ciudad, pero sin duda interesantes como la Casa Gial, el conjunto edificado del carrer Campoamor, el entorno de la plaza Bacardí, la casa Querol… Para empezar el recorrido de arriba a abajo, tocando con la ronda de Dalt, cerca del campus de Mundet (con su propia parada de metro), nos encontramos la primera de las masías:

Can Cortada

Esta construcción, podría decirse que tiene el antecedente más antiguo de todos, puesto que se asienta sobre una antigua villa romana. Se da el caso además, que algunos autores han querido ver en este tipo de construcción romana vinculada a la división del territorio de cultivo (centuriación), un antecedente directo a la forma del mas. Sobre los restos de esta villa se edificaría una torre de defensa propiedad de los señores de Horta. Todavía se conservan en el interior del recinto los restos de la base circular de la torre, a partir de la que se siguió construyendo un casal fortificado, que se transformaría en masía a partir del siglo XVI.

En 1711 la casa fue comprada por Joan Baptista Cortada, de una familia proveniente de Vic que acabaría por darle el nombre actual. Las elegantes ventanas góticas y las espaciosas salas, son el resultado de multitud de transformaciones posteriores que le dan la imagen, casi idílica que presenta hoy. En la parte más baja del muro todavía pueden observarse paramentos realizados con forma de escama de pez (“opus spicatum”). En la actualidad el edificio está ocupado por un restaurante vinculado al grupo travi.

En 1920 se realizó la última compra venta de la casa, que estuvo en funcionamiento hasta bien entrado el siglo XX, cuando la zona se urbanizó. Y directamente en relación a ella nace el carrer Campoamor, antigua rambla Cortada, uno de los más bonitos del distrito de horta, en donde todavía permanecen construcciones como una de las torres de agua, que la extraía de una mina cercana para abastecer la zona.

Can Mariner

Desviándonos del carrer Campoamor hacia el paralelo carrer d’Horta, llegamos a Can Mariner. El origen de esta casa está vinculado a una de las familias más poderosas de la zona en la edad media, conectados a los nobles de la Casa de Horta, los Ferrer. Es por tanto, junto a can Cortada, la masía de las familias más poderosas del distrito durante la edad media.

La familia Mariner se hizo con el mas a partir del siglo XVI y aunque la finca es más antigua, los primeros documentos que mencionan el antecedente directo de la edificación que hoy se conserva transformada en biblioteca municipal es de un siglo antes (XV). Josep Mariner, el último terrateniente que ocuparía la casa haría una gran renovación, que junto a la restauración de 1949 darán la forma que conserva en la actualidad.

Can Fargas

Continuando por el carrer d’Horta, éste acabará por transformarse en el passeig Maragall, que nos conduce a la que, a nivel histórico podría clasificarse como la joya de la corona de éstas masías, y en última instancia la que ha desviado la elección hacia este barrio. Joya en tanto a que conserva todavía la torre defensiva original del siglo XI, lo que provoca que disfrute del grado de protección más alto de todas las masías.

Tomando la torre como centro, a la masía se le fueron añadiendo distintas partes a partir del siglo XIV (de donde corresponden los primeros documentos que la mencionan). Todavía se mantiene el espacio dedicado a la “sala”, estancia principal vinculada a la mejora social de los propietarios de las masías (ya podían hasta hacer “fiestas”). La sala está cerrada por uno de los lados por una galería de arcadas que da paso a un pequeño jardín del siglo XVIII.

Como en tantas otras ocasiones el patrimonio tan vinculado al entorno local no suele llamar tanto la atención de las autoridades administrativas y su buen estado de conservación hay que agradecérselo a la lucha vecinal. La plataforma Salvem Can Fargas plantó cara desde 1999 a una nueva propiedad que trató de modificar completamente el edificio. Una de las acciones más curiosas (y sin mucho sentido) consistía en organizar un mercado medieval una vez al año en la puerta del conjunto, reclamando su mantenimiento como dotación para el barrio. En 2009 el ayuntamiento acabó comprando el edificio, actualmente ocupado por una escuela de música.

Can Carabasa

Dando un poco de vuelta, y con un poco de suerte (ahora es una escuela por lo que no se puede acceder normalmente), podemos llegar a visitar aunque sea de lejos (de hecho mirándolo a través de las rejas de la entrada del colegio), el edificio que antes dominaba la masía de Can Carabassa.

Las primeras noticias de Can Carabassa están recogidas en un documento notarial de 1655, aunque su nombre provenga de propietarios que llegarían más de cien años después. Su aspecto actual se debe a las reformas sobre una base neoclásica llevadas a cabo en 1909, cuando Carles Marés i Robert, barcelonés que había hecho fortuna en Cuba, compra la finca. Esta transformación implica también el abandono de las funciones de mas a favor de un uso principalmente residencial. En 1954 su hijo donaría la construcción a los hermanos de la Sagrada Familia, que la adaptaron para transformarla en una escuela.

Mas Guinardo

Poco queda del edificio original de esta masía del siglo XV, ya que lo que queda en pie es la masía que la sustituyó, datada a finales del siglo XIX, con una fachada serigrafiada de aire modernista que se alza sobre el actual casal de asociaciones de Mas Guinardo. Como en el caso de can Fargas, da nombre al barrio en donde se sitúa y solo puede visitarse de cerca cuando la terraza del bar del centro cívico está abierta. Cabe añadir, a modo de curiosidad histórica, que fue el edificio donde se instaló el centro de mando para el duque de Berwick, comandante al mando de las tropas que llevaron a cabo el sitio de la ciudad durante la Guerra de Sucesión.

Torre Garcini

La primera referencia histórica que hay a esta masía es de finales del siglo XVIII, propiedad de un tal Bartolomeu Guàrdia, aunque muy pronto llegarán los Garcini. Estuvo dedicada a la plantación de trigo y viñas, aunque su último propietario Isidre Puigdomènech, se dedicó a plantar flores que su mujer vendía en la Rambla.

De una arquitectura similar a las masías tradicionales y de menor tamaño que las demás, se mantiene aún en buen estado de conservación y en base a su forma original. En la actualidad los propietarios de la pequeña finca pretendían derribarla, pero varios vecinos, con el apoyo ahora del ayuntamiento, consiguieron que se mantenga la construcción y sus jardines, dada la carestía de zonas verdes y equipamientos en el barrio.

Can Cortada a principios de siglo XX.

Hoy en día podemos comer al lado de una torre de defensa medieval.

Can Mariner en el mismo periodo, todavía rodeada de un entorno rural.

Vista lejana de la fachada neoclásica de Can Carabasa.

Can Fargues, también a principios de siglo.

Patio de Can Fargues a mediados de siglo XX

Mas Guinardo en los años 50. Ya con los aires modernistas de su última transformación.

Torre Garcini en un entorno no urbanizado.

 

 

horario

Can Cortada: actualmente un restaurante, los horarios pueden verse en su web.

Can Mariner: aloja una biblioteca municipal. El interior está completamente transformado.

Can Carabasa: es un colegio, como mucho es posible mirar desde la reja exterior.

Can Fargues: el edificio es parte de una escuela de música, sólo accesible en eventos específicos (web). El jardín y los alrededores son espacios públicos de libre acceso.

Mas Guinardo: centro cívico, accesible para actividades propias. El edificio de la masía está adaptado para alojar un bar que en la actualidad no está en funcionamiento.

Torre Garcini: recién expropiado, con el acceso cerrado.

 

¿Dónde comer?

Dado que planteamos un recorrido, más vale dar varias opciones para el camino:

Can Cortada: la misma masía fue transformada en restaurante. Cocina tradicional y menú de calçots (en temporada) por encargo.

Quimet de Horta: al lado de Can Mariner, bar bastante clásico. Muy buena opción para una parada más rápida. Ojo a las croquetas de calçots.

La Cuina del Guinardo: menú menos asequible de lo que parece a primera vista pero muy resultón.

OBSERVACIONES

  • ¿HAY QUE VISITARLA? Bueno… Can Fargues por sí sola no tiene por que atraer a todo el mundo (aunque en ocasiones se hacen visitas guiadas que ya justifican el esfuerzo), pero la visita de conjunto propuesta es una buena excusa para todo aquel que le apetezca dar un paseo y conocer de paso una parte de Horta-Guinardo.
  • Si se hace de un tirón es un buen paseo, conviene estar preparado para una ruta de algo más de 3 kilómetros.
  • El camino es interesante no solo por la concatenación de masías a lo largo del mismo, sino también porque nos iremos encontrando con otra arquitectura de calidad, vinculada al proceso de formación del actual distrito como zona de recreo y segunda residencia para la burguesía industrial de la ciudad.