CANÓDROMO DE LA MERIDIANA
Las formas de entretenimiento varían con el paso de los años, pero muchas de las estructuras que formaban parte de éstas perviven. El caso del canódromo de la meridiana es un claro ejemplo de ello. Recinto dedicado a las apuestas en carreras de galgos, mantuvo su actividad hasta su cierre y transformación en parque en 2006. La estructura y la ordenación de la plaza, que en cierto sentido podría considerarse como la versión popular y más accesible de un hipódromo, fue diseñada por uno de los mejores representantes del movimiento moderno nacidos en Barcelona, Antoni Bonet, junto con Josep Puig Torné. Compuesta, por un lado, por dos plantas definidas como sectores parabólicos desplazados uno sobre el otro, alojando las gradas en la planta superior generando un gran voladizo sobre la plaza; y por otro, una gran estructura metálica de cubierta que no hace sino ahondar el lo liviano que se antoja el edificio. Con el abandono de la actividad original, pasó a contener una incubadora de empresas del sector tecnológico.
Situarlo en su tiempo nos lleva además a las tensiones que se prolongaron durante todo el periodo de dictadura entre el rechazo que sentía el régimen hacia una arquitectura que hacía suyo un discurso progresista y transformador (asociado en algunos casos al periodo republicano), y su progresiva recuperación y relevancia creciente desde finales de los años 50. Que además se hacía patente en las nuevas generaciones de arquitectos que rechazaban las formas decimonónicas que en un comienzo trataron de institucionalizarse como símbolo de arquitectura nacional, posicionándose a favor de los primeros intentos modernizadores de grupos como el GATCPAC.
Utilizar a los animales para apostar es una combinación que cada vez tiene más detractores, incluso su mero empleo como material para el entretenimiento de la población. Además de los toros, los perros fueron objeto de espectáculo de masas hasta hace relativamente poco en España, hasta el punto que el canódromo de la Meridiana fue la última de estas instalaciones en cerrar por falta de asistencia en 2006. Podríamos hacer un paralelismo entre esta forma de diversión y una de corte mucho más clasista, la hípica. De hecho las carreras de galgos son prácticamente una versión de bajo coste de las carreras de caballos, pero claro está, los primeros en pagar esta rebaja eran los propios animales, sometidos a condiciones mucho más pobres y desechados de malas maneras cuando ya no podían competir. Pero como espectáculo fue durante muchos años una forma de diversión bastante popular, tanto en términos de asistencia, como en términos de clase. No hacía falta demasiado dinero para apostar en algunas carreras, y en Barcelona, fueron un entretenimiento desde que en 1932 se inaugurara el primer canódromo de la ciudad.
Nos encontramos ante un edificio que tiene ciertas limitaciones, al fin y al cabo, en términos estrictos responde a un programa de necesidades bastante básico: la pista, como cabría esperar, unas gradas con sombra, espacio cubierto para las apuestas, algunas salas cerrada y los espacios espera para los perros, que necesitaría de una zona para ser pesados y expuestos. Pero es precisamente este punto de partida uno de los fuertes que justifican su interés, a necesidades sencillas, respuestas del mismo calado. La cuestión es que la propuesta de Bonet y Puig Torné resuelve perfectamente las prestaciones necesarias a la vez que con una estructura relativamente sencilla otorgan al canódromo una presencia innegable, con una solución en planta y una cubierta atirantada que sirve para definir un edificio con personalidad propia.
Centrándonos en la solución, hay quien plantea, con bastante lógica, que la forma general del edificio queda condicionada por el diseño de la gran cubierta parabólica, y consecuentemente por el giro que ésta realiza sobre su eje longitudinal para dejar más al descubierto las gradas que se elevan desde la primera planta sobre la pista. Sobre estas gradas de hormigón aparecen una serie de pequeños bloques planos del mismo material colgando de estructuras metálicas, que hacen las veces de brise soleil al tiempo que sirven de contrapeso para estabilizar la cubierta. El resto de la estructura la formaría un gran pórtico central acompañado de dos pórticos más pequeños a los laterales para soportar los forjado. Solo el la línea central de pilares soporta el peso de la cubierta, que queda atirantada a la fachada trasera del edificio para evitar el balanceo. Desde esta interpretación, la forma de las plantas es una consecuencia lógica, dos sectores de parábolas (siguiendo la línea de la cubierta en su parte posterior), que en esta ocasión se desplazan uno sobre el otro al ser la planta superior algo mayor en superficie. Una explicación formal que “si non è vera, è ben trovata”, y que no incide en la percepción innegable de cómo el delicado empleo del acero y el hormigón se conjugan perfectamente con la cubierta para dar un resultado tan ligero como elegante.
Pero además del edificio, el barrio donde se emplaza es también una curiosa muestra del proceso de racionalización de la arquitectura. Y es que la situación del canódromo en la ciudad nos lleva a una historia paralela de la recuperación de una forma moderna de entender la ciudad, una vez más, desde lo popular, entendido como aquello que es accesible a las clases trabajadoras. El edificio de Bonet se encuentra en uno de los vértices que cierran la promoción de vivienda pública que se había hecho en barcelona durante los años 50, el barrio de viviendas sociales construidas para el congreso Eucarístico. Este barrio no sólo enfrentaba el problema generalizado de acceso a la vivienda que padecía la ciudad desde los primeros momentos de posguerra, sino que lo hacía sobre la base de planteamientos formalmente más modernos de lo que en el régimen se había llegado a plantear hasta el momento. Tanto las distribuciones en planta como los procesos constructivos, o el diseño del espacio urbano, que podríamos decir que en este caso supera incluso las propuestas de la Carta de Atenas, se alejan de las condiciones tradicionalistas propias de las primeras casas baratas y conjuntos de viviendas.
El canódromo cierra aquí un entorno de la ciudad, que ha estado por lo tanto vinculado desde su origen a las clases populares, y mientras que en cierta medida la zona sigue siéndolo, podemos contar que tanto el proyecto urbano de vivienda, como este edificio dotacional han cumplido con creces el examen que supone el paso del tiempo. Esta relación de la arquitectura con la dictadura franquista la tratamos más adelante, pero parece ser que en cierta medida ya podemos intuir cómo fue habitualmente esta arquitectura alejada de la institucionalidad del poder la que permitía mayor libertad a los arquitectos. En cuanto a la historia reciente del canódromo, en 2006 tuvo que cerrar por falta de público, y como cada edificio patrimonializado sin un uso definido, ha ido dando ciertos tumbos. Mientras que durante muchos años la propuesta que parecía que sería la definitiva fue la de alojar un museo de arte contemporáneo, el destino final ha sido la creación de una incubadora para empresas del sector creativo, mayormente vinculada al diseño de videojuegos.

El canódromo en funcionamiento. Fuente

Catalá Roca fotografió el edificio para la revista «Quaderns»

Dibujo en sección, con la cubierta atirantada por detrás y los contrapesos sobre las gradas. Fuente

Planta del Canódromo, con las dos plantas en sección de parábola y la pista.

El conjunto de viviendas del congreso eucarístico, con el canódromo en la esquina inferior derecha.

Imagen aérea del la plaza del conjunto de viviendas, la modernidad llegaba con lo popular

Una «emprendedora» y colaboradora de BCN al azar se relaja en las instalaciones actuales.
El arquitecto del edificio aquí tratado podríamos decir que forma junto a Francisco Javier Sáenz de Oiza, José Antonio Coderch y Alejandro de la Sota, el grupo más importante de la segunda generación de arquitectos modernos en España. Antoni Bonet nació en 1913, y llegó a participar cuando era estudiante en las actividades del GATCPAC (Grup d’Arquitectes i Tècnics Catalans per la Promoció de l’Arquitectura Contemporánea). La penetración de las tesis de las vanguardias arquitectónicas fue de por sí tardía en España, y la Guerra Civil acabó por truncar el desarrollo de lo que posteriormente se vino a llamar el estilo internacional. Esta segunda generación de arquitectos fue la primera en formarse a medio camino entre la educación formal decimonónica y clasicista, y la intensa actividad propagandística del movimiento moderno a través de los CIAM.
Bonet era en muchos sentidos un arquitecto esencialmente moderno, férreo seguidor de las ideas de Le Corbusier y a la estela de Josep Lluís Sert, formó parte en varios de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna. Pero al igual que los ya mentados compañeros de su generación, supo utilizar éstas raíces a su favor. No asumió las hipótesis racionalistas como si de dogmas se tratasen, sino como puntos de partida. Durante la guerra, tras pasar sus primeros años trabajando en el estudio de Le Corbusier, emigró a Argentina donde desarrollará gran parte de su carrera. De su estancia en París, se lleva también cierta influencia del surrealismo, grupo con el que llegó a tener bastante contacto y que ayudó a liberar sus formas de la ortogonalidad moderna. A Barcelona volvió para fundar un estudio en 1959, a partir del punto en que se incrementó su obra en territorio español. El caso del canódromo podría ser una rara avis, ya que no se prodigó demasiado en edificios dotacionales o de servicios. Aquí, en vez de seguir un recorrido histórico nos centraremos en tres aspectos que definen buena parte de su trabajo: sus proyectos urbanísticos, las torres residenciales, y las casas unifamiliares.
En Buenos Aires participó en varias propuestas de reforma urbana que no llegaron a construirse, partiendo del planeamiento propuesto por Le Corbusier para la ciudad, pero con una mayor sensibilidad frente a la estructura preexistente, y con variaciones tipológicas como las de su proyecto de la “casa Amarilla”. Con la sucursal de su estudio ya asentada en Barcelona comienza a trabajar en sus proyectos urbanísticos en España. Podemos destacar dos, por las particularidades que sugieren desde su lectura en la actualidad. El primero es en Murcia, en la Manga del Mar Menor (un tema en constante actualidad dado el mal estado ecológico de toda la zona). Frente al hipercongestionado urbanismo que hoy presenta la zona, el proyecto original de Bonet proponía una serie de unidades de vivienda densificadas, separadas entre sí por la suficiente distancia como para no sobrecargar la zona de construcciones. Un proyecto mucho más interesante que el resultado especulativo que podemos visitar en la actualidad. Y de especulación va el segundo proyecto al que haremos mención, el Plan de la Ribera para Barcelona. Una transformación del frente litoral que no salió adelante por la oposición popular, dado que sólo rendía cuentas a los intereses especulativos de los propietarios de los antiguos terrenos industriales. Pero que formalmente, en términos de organización espacial (y podríamos decir económica), no difiere mucho del que se realizó años después para la Villa Olímpica: una organización en supermanzanas conectadas con la trama de Cerdá, y organizadas diferenciando claramente el espacio interior público, de las zonas exteriores de tránsito rodado.
Pese a defender, por regla general, una forma de ciudad vinculada a la organización a redant (como había hecho ya el GATCPAC en Barcelona), la obra construida de Bonet toman especial relevancia las torres residenciales, por encima de los clásicos edificios longitudinales u otras configuraciones de manzana. Esta forma eminentemente aislada permitió a Bonet una importante amplitud de propuestas y soluciones, ya desde el comienzo de su carrera mantuvo una reflexión constante respecto a las posibilidades que ofrecía esta tipología. Llegó a producir propuestas realmente radicales, como las proyectadas para el concurso de Plaza de Castilla en Madrid, dos grandes torres con volumetrías complementarias pero inversas, de sección variable, una en sentido creciente y la otra decreciente. La cuestión era replantearse el porqué de la necesidad de limitar la geometría de las torres a un cuadrado cuando se pueden generar más variaciones, y en este sentido es que experimente en la sección de sus torres en la manga. Los materiales, la sección, el encuentro con el terreno de forma marcada y bien definida en casos como la Torre Cervantes, o añadiendo una estructura complementaria para conectar el cuerpo alargado con el resto de la trama urbana con la torre Rivadavia o en la Torre Urquinaona.
Finalmente llegamos a sus casas familiares de veraneo. Por no extendernos más de la cuenta, podemos centrarnos en un par de casos. El primero, una vivienda en Prat de Llobregat, probablemente una de sus mejores obras, la Casa Ricarda. Una organización modular en baja altura que se generaba a partir de una unidad estructural básica, que queda básicamente definida por la cubierta abovedada que caracteriza la casa. Esta forma modular de organizar la planta permite juegos continuos entre el espacio interior y el exterior, a la vez que la casa se ajusta al entorno preexistente, un juego de adaptación que será usado con maestría en muchas de sus obras de este tipo. Por otro lado, la casa Raventós en Calella de Palafrugell. En esta casa Bonet hace un trabajo expectacular para ponerla en relación con el entorno donde se encuentra. La planta toma forma de abaníco para ir ganando las mejores vistas en cada una de las estancias, resolviendo una vez más las cubiertas en formas de viseras abovedadas y finalizando la parte inferior con piedra de forma que desde el exterior parece prácticamente una parte más del paisaje natural, fundiéndose con él desde determinadas perspectivas. Ambas obras son clara muestra de la máginifca capacidad de diseño de Bonet, un arquitecto en ocasiones olvidado por su laxitud ante el régimen y su relativamente poca preocupación a la hora de realizar proyectos de dudoso origen político.

Antoni Bonet

Edificio para artistas en Buenos Aires. Una arquitectura moderna de formas liberadas

Bonet imaginó una Manga mucho más despejada

El Plan de la Ribera, en Barcelona, resulta no distar tanto en el fondo de la propuesta olímpica

Una de las torres construidas en la Manga.

La propuesta de Bonet para la urbanización de la plaza Castilla en Madrid

La Ricarda, en el Prat de Llobregat. Fuente

Casa Raventós, una de las plantas que se adaptan al terreno donde se sitúa. Fuente
Hemos visto como el arquitecto aquí presentado, Antoni Bonet, formó parte durante sus años de estudiante del grupo más importante de la vanguardia arquitectónica de toda España, el GATCPAC. Si bien, dada su condición de estudiante, no se puede decir que hiciese aportaciones importantes durante su paso por este colectivo, es un momento central que nos permite entender la deriva del país en cuanto a arquitectura se refiere. La victoria del golpe de estado en 1939 y la instauración de una dictadura de corte fascista supuso en un primer momento la ruptura absoluta con los programas de renovación (en forma, pero cuya voluntad era actuar sobre el fondo social de las cuestiones) que había propuesto esta vanguardia. Muchos de estos arquitectos y sus programas se habían visto vinculados a lo que se venía a definir como tendencias izquierdistas, peligrosas en esencia según el nuevo régimen. Para muchos arquitectos los primeros compases del franquismo supusieron la marcha al exilio, la pérdida de peso en la toma de decisiones, o en algunos casos directamente la muerte de quienes combatieron en la guerra.
Entre este momento de decadencia y autarquía, que comienza tras la Guerra Civil, y la construcción del canódromo de la Meridiana que aquí tratamos, no ha cambiado todo, pero sí que existen transformaciones muy importantes. Lo primeros pasos del proceso de apertura y recuperación de ciertas tendencias modernas en arquitectura se puede explicar a partir de la diferencia de las dos primeras décadas de posguerra. En un primer lugar, la década de los cuarenta, como punto más agresivo de la dictadura y, a continuación, los años 50, que supusieron los primeros intentos de apertura, que además se pueden tratar en el campo de la arquitectura, en la forma de un grupo de jóvenes arquitectos que se unieron para intentar recuperar las tendencias contemporánea: el Grup R.
Cabe aclarar que cuando hablamos de apertura, hay que hacerlo con ciertas limitaciones, ya que la dureza y la violencia del régimen con determinados temas vinculados a la política (al menos de manera lo suficientemente explícita como para que la autoridad lo entendiese como subversivo). Más si cabe teniendo en cuenta que hablamos de Barcelona, que fue la ciudad donde la dictadura asesinó a Salvador Puig Antich, último ejecutado de la historia de España. De hecho, pesa para muchos autores, el cómo el régimen se apropió de buena parte de la renovación en las artes plásticas y la arquitectura (a priori apolíticas en términos formales) como estrategia para mostrar su propia modernidad, inexistente en aspectos políticos y sociales.
Pero volviendo al principio de este espacio temporal y cómo cabría esperar, los años cuarenta suponen un proceso de carestía material en todos los sentidos, al que se unen varios años de bloqueo económico y ausencia de relaciones exteriores. En lo tocante a la arquitectura dos procesos marcan el periodo. En primer lugar, consecuencia del estado económico, se recuperan formas constructivas tradicionales, no tanto por una voluntad constructiva, sino por pura necesidad. La autoconstrucción y la formación de entornos de barracas es también una hecho bastante extenso, en Barcelona, la ladera sur de la montaña de Montjuic se comienza a transformar en una barrio informal con miles de personas. En ambientes mejor posicionados y vinculados a instituciones estatales, el rechazo a las premisas del movimiento moderno se vuelve la norma y, frente al racionalismo, se vuelve la vista hacia la búsqueda de una arquitectura clásica nacional en donde el escorial sería el referente central. Por lo general, prima la mala calidad en la construcción y soluciones formales decimonónicas muy vinculadas a los estilos promocionados desde el régimen. Esto no quita que siga habiendo ejemplos de buena arquitectura, casi en continuación, en el caso de Barcelona, de las formas noucentinstas racionalizadas, que dieron lugar a construcciones de corte casi art decó, como los proyectos de Eusebi Bona, las propuestas historicistas de Adolf Florensa, los últimos años de arquitectos como Francesc Folguera, u otros que supieron moverse bien entre épocas (y entre caciques) como José Soteras.
Podríamos utilizar dos eventos para fechar el inicio de la renovación del enfoque arquitectónico y urbano. El punto de partida de los dos es 1949, primero con la celebración de la V Asamblea Nacional de Arquitectos, que por primera vez se hacía fuera de Madrid, de hecho se dividió entre Barcelona, Palma de Mallorca y Valencia. En el caso de la primera ciudad sirvió para presentar los proyectos que estaban en marcha desde una perspectiva más contemporánea, con la participación de varios arquitectos italianos, con Gio Ponti a la cabeza. Uno de los temas más tratados fue el problema de la vivienda, y aquí entramos de lleno en el segundo momento de inflexión, la celebración del Congreso Eucarístico de 1952 y las viviendas que hemos mentado en el primer apartado, pero también coletazos de modernidad, incluso en el mismo altar construido para la celebración. En este cambio de década se forma el Grup R, compuesto por el primer grupo de arquitectos que trataron de recuperar el legado del GATCPAC. Más que un grupo con criterio unificado, actuaban como divulgadores de la arquitectura moderna, protagonizando, por ejemplo, el primer intento de reconstruir el Pabellón Alemán construido por Mies van der Rohe en 1929. José Antonio Coderch (sólo al comienzo), Oriol Bohigas, Antoni de Moragas, Manuel Ribas Piera, Josep Maria Sostres, etc. Arquitectos de dos generaciones trataron de cambiar la dirección de la arquitectura de Barcelona, y en muchas ocasiones, acabaron por ser los protagonistas de la construcción de la ciudad post franquista.

Proyecto premiado para el concurso del Palacio de los deportes en los años 40, todavía se llevaba el historicismo

Banco Hispánico de crédito, de Eusebi Bona. Art Decó como propuesta más moderna de los 40

Gio Ponti, gran defensor de la arquitectura moderna en Italia, en una charla del congreso de 1949

El altar del congreso eucarístico de 1952, de José Soteras, cuya vinculación con el régimen le daba más de libertad.

Viviendas en la manzana Pallars, de MBM (1955). La vivienda fue uno de los principales espacios de innovación. Fuente

Editorial Gustavo Gili, de uno de los miembros del Grup R, Joaquim Gili, ya en 1960

horario
Como regla general no está abierto al público, aunque se celebran eventos con cierta regularidad (mayormente vinculados al mundo de los videojuegos). En la agenda de la web tienes información sobre ellos.

precio
–

web
¿Dónde comer?
Ovante: hamburguesas y sándwiches, a veces es lo que hace falta.
Pollo azul: restaurante de comida peruana. Bien como restauradores regulares en la selección de nombre.
OBSERVACIONES
- ¿MERECE UNA VISITA? Es un hito arquitectónico dentro de la zona, pero claro, la zona no es una fantasía tampoco. Todo depende del coste de oportunidad, dejar de hacer otra cosa para venir aquí, pues no tiene mucho sentido a no ser que quieras asistir a un evento o te llame particularmente la atención el sitio después de leer el artículo (incluyendo por supuesto el conjunto de viviendas del congreso Eucarístico, que tienen cierto interés dentro de la historia de la arquitectura local)