CASTILLO DE MONTJUIC

La montaña (aunque quizá “montaña” sea ir demasiado lejos) de Montjuic aloja una de las dos fortalezas que defendían Barcelona. Decir defendía puede ser, una vez más, algo erróneo, puesto que si bien antes de que se construyese la actual fortaleza fue un punto de resistencia para los defensores de la ciudad, a partir de la construcción de la misma fue más un punto de control interior y los bombardeos que alcanzaron la ciudad, más de una vez llegaron desde el propio castillo. 

El origen del castillo se remonta a un faro medieval, pero la forma actual deriva de la modernización de una fortaleza construida en torno a él en el siglo XVII, encargada por Felipe V después de tomar la ciudad. Ocupada desde entonces por los militares, el castillo de Montjuic ha pasado por ser además de un sistema de defensa, la principal prisión de la ciudad una vez derribada la Ciudadela, hasta que en 1960 acabó transformada en un museo militar. Hoy, ya bajo la titularidad del Ayuntamiento, además de poder visitar gran parte de los espacios que la conforman, el castillo acoge eventos como el Cinema a la Fresca en verano y se ha convertido en uno de los mejores miradores tanto de la ciudad como de su puerto.


 

LA MONTAÑA MÁGICA

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La relación de la ciudad y la montaña tiene poco o prácticamente nada que ver con la función defensiva que se le podría asignar al descubrir el castillo que ocupa el punto más alto, y por supuesto, condensa mucha más historia que la de la, relativamente joven, fortaleza que la corona. En la montaña se han encontrado los restos de la civilización más antigua del área que hoy ocupa Barcelona. En el encuentro de la ladera sur con el mar, en la zona más cercana a lo que era la desembocadura del río Llobregat, existía un pequeño puerto natural (que se mantuvo operativo hasta el siglo XIV, gracias en parte a que durante este período el río era navegable) que permitió el asentamiento de un poblado íbero en la montaña, del que se han encontrado restos datados entre los siglos VII y VI a.C. Existen incluso hipótesis que hablan de una población de cierta entidad, al menos para llegar a convivir en parte durante el proceso de fundación de la colonia romana, aunque no hay pruebas suficientes de ello.

Pero es precisamente con los romanos que llega la principal función que ha cumplido la montaña para la ciudad: un enorme depósito de piedra. El gres procedente de la montaña ha servido a lo largo de toda la historia como fuente de material pétreo para sus principales construcciones. Las columnas del templo de augusto puede que se encuentren entre los restos más antiguos de este material. Esta explotación continuada a lo largo de la historia es la que le ha valido en algún momento la calificación de “montaña mágica”, parecía que el aprovechamiento posible no tenía fin. Bajo esta idea cabe mencionar que en el momento álgido de la construcción del ensanche, pocos años de que se acabase completamente con la explotación, se extrajo tal cantidad de piedra que el volumen de la montaña llegó a reducirse en un 9%. Como si de una medida en campos de futbols se tratase, en ocasiones se utiliza la casa Milá (o “Pedrera”), diseñada por Gaudí, como un referente para explicar cómo desde el inicio de la explotación de la piedra de la montaña, en total se hubieran podido construir unos 20.000 edificios como el susodicho, con más de doce hectómetros cúbicos medidos en el, demasiado clásico y poco ilustrativo, sistema decimal. Aún hoy los restos de las canteras existentes hasta mediados del siglo XX, además de dar bastantes quebraderos de cabeza por los problemas para la renovación de la montaña en las distintas intervenciones por los riesgos de desprendimientos, han dado lugar a construcciones más actuales como el teatro Grec en la cantera Madinet, el estadio de atletismo en la Safont, o el Fossar de la pedrera en la que había cercana al cementerio.

Y con todo esto aún no hemos llegado al momento que le dió nombre al espacio, que podría establecerse a partir del siglo VII, con el final dramático en el momento en que desapareció la judería de Barcelona en 1391. Y es que una pequeña parte de la montaña sirvió como cementerio judío en este período, pasando a ser conocida como Mons Judaicos, origen etimológico del actual nombre. En el fondo, durante todo este periodo estamos hablando de un espacio alejado del núcleo histórico de Barcelona, o por lo menos lo suficientemente alejado como para que la vinculación fuese residual. De hecho, para que la montaña fuese considerada un espacio relevante militarmente hablando hubo que esperar a la Guerra dels Segadors, el levantamiento catalán contra la monarquía de los Austria que entre otras provocó la batalla de Montjuic, y la consiguiente fortificación que veremos más adelante.

El uso militar marca los siglos venideros, aunque progresivamente el crecimiento de la ciudad fue empujando determinados usos hacia la montaña. El primero bastante espontáneo, pero que en última instancia fue el que más se mantuvo en el tiempo, el barranquismo. La ocupación de la falda norte de la montaña por infravivienda fue establecida en primera instancia por parte de trabajadores de las canteras y, posteriormente, a consecuencia de los desplazamientos urbanísticos del siglo XIX, entre los que destaca principalmente la apertura de la Vía Laietana, y sobre todo los posteriores a la Guerra Civil. Esta ocupación se mantuvo hasta pasada la mitad del siglo XX, cuando en los años setenta se tiraron las últimas chabolas. Anteriormente ya se había acometido un intento previo de reorientar hacia un uso civil la montaña con el ajardinamiento que comienza en la Exposición Internacional de 1929. La montaña quedó tras esto relegada a cierto olvido, sólo retomado para la organización de un circuito de fórmula 1 tanto antes de la guerra entre 1933 y 1936, como entre 1969 y 1975, algo así como “las 24 horas de Montjuic”, una carrera en motocicleta que duró hasta 1984, cuando empezó a ser considerada como demasiado insegura por los pilotos. El resto es poco más que actualidad, parques de atracciones, jardines de distinto tipo, y en última instancia, las instalaciones olímpicas han ido configurando el espacio que hoy queda.

 

EL CASTILLO

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Si nos centramos en el castillo existe un pequeño antecedente ya mencionado, un faro o torre de vigilancia con origen en el año 1073 en donde un vigía se encargaba de avisar sobre la llegada de cualquier posible enemigo. De la forma de éste no queda ningún indicio más allá de las referencias en escritos. La posición estratégica de la montaña frente a la ciudad en términos militares nace a partir de la sublevación del condado de Cataluña frente a la monarquía de Felipe IV, que acabó en una revolución campesina que llegó a amenazar a la propia aristocracia y burguesía catalana: la Guerra dels Segadors. En este conflicto, en donde las cortes catalanas reconocieron como soberano a Luis XIII, rey de Francia, el ejército de los Habsburgo fue repelido por un contingente miliciano de Barcelona combinado con un pequeño ejército francés gracias a la fortificación de la torre, en la que ha pasado a conocerse como Batalla de Montjuic (26 de enero de 1641). En primera instancia el fortín fue construido en sólo treinta días, pero tras el éxito de la defensa el Consell de Cent decidió reforzarlo unos años más tarde. Con la toma de Barcelona en 1652, la fortificación pasó a ser de titularidad real y Felipe IV decidió dejar un contingente permanente allí alojado. Se siguieron realizando mejoras como la diseñada por Fernando de Velasco que añadía un segundo espacio exclusivamente defensivo, hoy completamente ajardinado y más tarde por el ingeniero Lorenzo Tossi a finales del siglo XVII, que terminaba por dar forma a la ciudadela interior.

Pero la forma actual deriva básicamente de la operación de reforma y ampliación que se produjo tras la Guerra de Sucesión, cuando Barcelona tomó parte en el bando austracista, lo que en última instancia acabó por transformarla en una ciudad ocupada tras la victoria de Felipe V de Borbón. Años más tarde, en 1745 Próspero de Verboom, ingeniero de la Ciudadela, hacía un informe incluyendo la necesidad de transformar las ya anticuadas fortificaciones de la cima de Montjuic. Así, a partir de 1753 comenzarían las obras según el diseño preparado por Juan Martín Cermeño. Esta reforma pasará por adaptar la construcción a las propuestas que desde finales del siglo XVII había promovido Sébastien le Prestre, Marqués de Vaugan, en gran parte de los castillos franceses. El ingeniero militar pasó de nacer en una familia noble empobrecida a llegar a ser uno de los protegidos del rey Luis XIV gracias a su entendimiento de la estrategia militar, tanto defensiva como ofensiva.

Las nuevas murallas perdieron en altura mientras ganaban en espesor, a la vez que inclinaba su sección respecto a la vertical para evitar que los impactos de bala fuesen tan directos. Los baluartes ganaban en importancia, extendiéndose más de cara y ganando en espacio para dar profundidad al alcance de la artillería, al mismo tiempo que permitía aumentar la cantidad de cañones que era posible alojar. La adaptación a la orografía del terreno pasaba por ser también una nueva estrategia de ocupación, que junto con la ampliación de los baluartes da como resultado las formas trapezoidales que observamos en planta, además de permitir un mayor control sobre el terreno circundante. Por último se incluían defensas interiores, basadas en estrategias mediante las que se forzaba al atacante a dividirse y acceder por espacios abiertos desde los que los defensores podían contraatacar con mayor facilidad. La división en la entrada en dos caminos de distinta longitud para llegar al mismo espacio sigue esta estrategia, o el diseño del revellín y el hornabeque en la conexión de las dos partes de la fortaleza. Cermeño amplió los tres baluartes existentes, el de Santa Amalia, de Velasco y Llengua de Serp (protegiendo además este último con dos lunetas), y añadió un cuarto en la zona litoral, el de Sant Carles. Además de todo esto excavó el foso, hoy ajardinado.

Sólo el patio de armas queda fuera del diseñó de Cermeño, en tanto a que fue modificado frente a la propuesta de éste, que planteaba situar todas estas dependencias siguiendo las murallas principales, y no en la estructura porticada que hoy encontramos. En este entorno sobresale la torre del vigía, único elemento que recuerda la función original de la construcción y que en lo más alto conserva una especie de mástil con varias botavaras, recuerdo de un práctico sistema de comunicación mediante el que podían enviarse mensajes, según la posición del conjunto, desde la cima de la montaña hasta el cuartel de comandancia o el de las atarazanas.

Cabe destacar que a toda esta función defensiva hay que añadirle una de los usos que más se ha extendido en el tiempo en el castillo y que en cierta manera da a entender la manía que se le tenía antiguamente en la ciudad. Y es que el castillo de montjuic fue prisión y centro de tortura en varios de los momentos más conflictivos en la ciudad, como la Semana Trágica, dando lugar al proceso de Montjuic, que acabó con varios pensadores anarquistas juzgados sin garantías; y la Guerra Civil con al fusilamiento del Presidente de la Generalitat Lluís Companys.

 

UNA CIUDAD CERCADA

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El final del asedio de 1714 y la consiguiente victoria borbónica dejó la ciudad en una situación bastante lamentable. Pero la cosa estaba por empeorar todavía un poco más. La sensación de Felipe V, y por mucho tiempo de gran parte del poder vinculado a los borbones, era que Barcelona era una ciudad difícil de controlar y siempre predispuesta al levantamiento. Sin ir más lejos, ya bien entrados en el siglo XIX, a Baldomero Espartero, (militar que ejerció dos veces del Presidente del consejo de ministros de España, y llegó a la Jefatura de Estado durante la minoría de edad de Isabel segunda) se le suele atribuir la frase: “A Barcelona hay que bombardearla una vez cada cincuenta años” (que si non e vero e ven trovato). El propio Espartero se encargaría de llevar a cabo uno de los bombardeos en las revueltas de 1842, precisamente desde el Castillo de Montjuic.

La cuestión es que Barcelona había que tenerla bajo control y para ello surgieron dos grandes estructuras militares. La más importante se construyó sobre el barrio de la Ribera, ocuparía casi un quinto de la ciudad medieval. El 9 de marzo de 1715 Felipe V emitía una orden real que implicaba la construcción de una gran fortaleza en el norte de la ciudad y el ingeniero Prosper Verboom, que había participado en el asedio de la ciudad, se encargó de diseñarla. En la zona sur, en lo alto de Montjuic ya se había pensado que sería necesario transformar la pequeña fortificación, totalmente anticuada, que coronaba la montaña. Tras el retraso que supuso el desvío de los fondos para poder construir la Ciudadela, el castillo acabó tomando su forma actual ya bien entrado el siglo XVIII. 

En Barcelona este siglo terminó por tanto con una enorme ciudadela militar por un lado y un castillo militar modernizado en el opuesto. Cualquiera diría que los barceloneses deberían haberse sentido tremendamente seguros si no fuese porque la mayoría de las baterías de cañones de ambas fortalezas apuntaban hacia la propia ciudad. La construcción de ambas fortalezas respondía más a un problema de mantenimiento del orden interior que a una búsqueda de protección frente al exterior. Tanto el Castillo de Montjuic como la Ciudadela fueron desde el primer momento instrumentos para la represión de los habitantes de la ciudad, la segunda fue desde su construcción el conjunto edificado más odiado de la misma.

Como prueba de esta carencia en cuanto a la efectividad de su protección frente a los ataques exteriores, basta señalar que ambas sirvieron de poco en el mayor conflicto existente tras su fundación, la Guerra de Independencia contra Francia. En cuanto a su relación con el interior, cabe señalar por un lado que la zona de lo que actualmente es Poble Sec, en donde habían aparecido algunas construcciones entre la muralla de la ciudad y la montaña, éstas no podían superar los dos pisos de altura, para no molestar en la trayectoria de las balas de cañón que se disparasen desde Montjuic. En el mismo sentido se limitaron las alturas en la Barceloneta, un barrio de nueva creación que podía dificultar los cañonazos de la Ciudadela y por lo tanto sólo pudieron construirse casas de planta baja y un piso.

Con el avance de la artillería, acabaría por ser mucho más efectivo bombardear la ciudad desde la altura que proveía Montjuic. Dos generales se encargaron de llevar a cabo sendos bombardeos. El ya mentado Espartero ordenó el castigo a la ciudad por la revuelta de 1842, durante más de trece horas la ciudad estuvo recibiendo bombas desde su propia montaña. Solo un año después, Joan Prim, también futuro general, acabó bombardeando la ciudad una vez más durante quince días, y una vez más fue Montjuic uno de los principales lugares de donde partieron la mayoría del total de 12.000 bombas que se lanzaron sobre la ciudad.

 

horario

De Noviembre a Febrero:

Lunes a domingo: De 10.00h a 18.00h

De Marzo a Octubre:

Lunes a domingo: De 10.00h a 20.00h

precio

General: 5 €

Reducida: 3 € (estudiantes, parados, tarjeta rosa, familia numerosa)

web

Castillo de Montjüic: ajuntament.barcelona.cat

Cine de verano: www.salamontjuic.org

¿Dónde comer?

La caseta del Migdia: única opción considerable de la montaña, parrilladas o sardinadas en días puntuales. Se organizan conciertos en verano. Mejor consultar los días de apertura en su web.

OBSERVACIONES

  • ¿HAY QUE VISITARLA? Es un castillo fortificado, tiene el interés que pueda tener el resto de castillos fortificados del mundo. Con la particularidad de haber cumplido un papel histórico bastante desagradable para la ciudad. La montaña en sí acumula todo un conjunto de intervenciones históricas que sí hace que globalmente, es un espacio que todo interesado en Barcelona debiera conocer.
  • Combinado con el cine o un concierto en la caseta del Migdia puede ser un plan perfecto para una tarde libre.