Antoni Gaudí i Cornet es, sin duda alguna, el arquitecto catalán de mayor relevancia histórica, pero aún diríamos más, probablemente sea el arquitecto más conocido internacionalmente. Que la figura de Gaudí vende es un hecho, y pese a que no construyó mucho más allá de la ciudad de Barcelona, la relevancia de ésta como destino turístico de masas lo ha transformado en una figura conocida incluso para los más ajenos al mundo de la arquitectura. Esta publicidad conlleva también una carga casi mística sobre la historia del personaje, a lo que se suma a que no dejó nada escrito que pudiese servir como referencia a la hora de analizar su forma de pensar o sus ideas sobre la arquitectura, más allá de pequeños manuscritos desorganizados. Encontramos en este sentido que muchos de los intentos de explicar su obra, extremadamente original y formalmente mucho más compleja que otras contemporáneas, haya sido bastante común atribuir cualidades o características bastante extravagantes (tanto a él como a su obra), llegando incluso a señalar rasgos patólogicos de su personalidad en el origen de sus creaciones.
Podemos empezar a pensar desde la formación de Gaudí como personaje popular, entendiendo que su fama no viene de la nada, sino que desde su propio tiempo ya se empieza a configurar una imagen de excentricidad y genialidad que sirve de base para su posterior absorción por la cultura de masas. Ya desde la inauguración del Palacio Güell, los periódicos de la época hablaban de las particularidades y excentricidades del arquitecto como una cuestión positiva. Prueba de la continua evolución de la imagen que se proyecta sobre Gaudia, es que mientras que las primeras biografías se centraban en una figura muy vinculada a la arquitectura, de un orden ecléctico sorprendente, pero básicamente arquitectónico; a partir de los años 70 comienza a aparecer todo el imaginario popular que rodea la figura como objeto del interés de las masas. Todo un cúmulo de interpretaciones que no pueden más que entenderse como hipótesis, y que a la hora de la verdad, es difícil presuponer hasta que punto afectan a su trabajo.
Más allá de la hermenéutica aplicada a toda la obra de Gaudí para tratar de explicar su mundo interior, sí es posible definir una serie de logros evidentes, que se pueden palpar en su arquitectura. Y es que desde joven mostró un conocimiento extenso del lenguaje arquitectónico, tanto de la estructura, como de los materiales y del ornamento. De datos biográficos podemos decir que nació en Reus o Riudoms, en 1856. Tras cursar el instituto en las Escuelas Pías se fue a estudiar a la recién estrenada Universidad de Arquitectura de Barcelona. Para pagarse la universidad ya estuvo trabajando en los despachos de Francés Villar, Joan Martorell, o Josep Fontseré como delineante y proyectista. Del trabajo en este segundo estudio se deriva su participación en las obras de la Exposición internacional de 1888, en el parque de la Ciudadela. Hay quien le atribuye el diseño de la verja que rodea el parque, una parte de la ornamentación de la fuente monumental, y mucha influencia para el proyecto no realizado (en tanto que el arquitecto municipal Antoni Rovira i Trias impuso su diseño) del Museo Martorell.
De esta época provienen sus primeras influencias, que quedan plasmadas tanto en sus primeras obras como en sus trabajos de carrera. En la escuela de Barcelona recibe el eclecticismo propio de la época, con una tendencia goticista cada vez más marcada, absorbida a partir de los escritos racionalistas de Viollet-Le-Duc, pasadas por el tamiz romanticista de sus profesores, sobre todo de su trabajo con Joan Martorell. A partir de los años ochenta (1880), y muy visible en sus primeras obras (sobre todo en “el Capricho” y en la casa Vicens), comienza a hacerse patente cierto orientalismo, en su caso principalmente neomudéjar, que se generaliza además en todo el principio del movimiento modernista.
Un salto importante en hacia la definición de su propio estilo podemos encontrarlo en el encargo de la Sagrada Familia, proyecto que va desarrollándose a la par que lo hacen sus ideas como arquitecto. Podríamos hablar, asumiendo un importante reduccionismo, de tomar el lenguaje gótico para superarlo, en tanto que muchos de los recursos formales posteriores (arcos catenarios, bóvedas acabadas en paraboloides, techados alabeados, uso de formas hipervólicas…) van precisamente en esa dirección. Si tuviésemos que resumir este proceso en una frase podríamos hablar de que Gaudí fue un paso más allá del lenguaje de la arquitectura apoyado en un profundo conocimiento y manejo de la geometría avanzada llevándola a aplicaciones nunca realizadas hasta el momento (tanto en el diseño como estructural, que en realidad siempre iban completamente vinculados). A todo esto cabe sumar una absorción personalísima de los elementos estéticos propios a la época (uso del color, materiales, figuración…).
Su actividad como arquitecto es, por lo demás, de sobra conocida y no tiene mucho sentido escribir aquí una relación de proyectos. Sí cabe plantear una cuestión interesante en relación hacia el movimiento en donde se le situa, el modernismo, o en términos internacionales, el Art Nouveau. No puede entenderse a Gaudí sin tener en cuenta este movimiento, pero aún es más dificil intentar clasificarlo como un arquitecto modernista sin más. Gaudí se distancia en la forma de plantear su arquitectura llevándolo a un nivel mucho más desarrollado, en donde la naturaleza no es un elemento a tomar como tal, sino un entorno depositario de una geometría más avanzada que puede y debe entendersa para llegar a realizar una obra de trascendencia (casi que divina). Un ejemplo paradigmático es el uso de las curvas, que no son tales porque se busca un resultado estético o mimético, si no que aparecen cuando las leyes de la geometría (natural) aplicada a la arquitectura lo requieren. El resultado estético es ante todo producto de un proceso constructivo y la naturaleza no aparece representada, si no que sirve de maestra para conseguir que los diseños funcionasen como un todo conectado.