PARQUE DEL TIBIDABO

El interés por los parques de atracciones quizá muestre cierta tendencia a la baja, más aún cuando pocos consiguen siquiera ser rentables, pero lo cierto es que en el siglo XIX si que poseían una fama importante. La escala de éstos poco tiene que ver con los actuales, sólo en Barcelona han llegado a existir, aunque no al mismo tiempo y con éxito dispar, más de diez parques distintos. El segundo fue el parque de atracciones del Tibidabo, fundado en 1901 en lo alto de la Collserola, parque natural que cierra la zona noroeste de Barcelona.

Además de estar visitando uno de los parques en activo con más historia del mundo, el pasear por el Tibidabo implica también hacer un recorrido por diferentes construcciones que poseen cierto interés patrimonial, entre las que se encuentran por supuesto alguna de las atracciones del propio parque. Esto es así incluso más allá de la obra más visible de toda la cima de la Collserola, la pomposa Iglesia diseñada por Enric Sagnier, el Templo Expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús. Entre estos cabría destacar la Casa o Torre Cruïlles proyectada por Josep Puig i Cadafalch, o la pequeña Torre de les Aigües de Dos Rius de Josep Amargós. 

Para rematar, los que tengan ganas de andar tienen también la posibilidad de acercarse a la Torre de la Collserola, diseñada por uno de los arquitectos contemporáneos más conocidos del mundo, Norman Foster, y que además permite (previo pago) subir a una de sus plantas más altas; al antiguo observatorio de Can Fábrega; o encontrarse un jabalí dando un paseo por el Camino de las Aguas mientras intentas esquivar a los ciclistas.

 


 

LA URBANIZACIÓN DEL TIBIDABO

El Tibidabo, y la sierra de la Collserola en general, nunca fue un espacio demasiado interesante para la ciudad. Su lejanía respecto al recinto amurallado no facilitaba el viaje, que podía ocupar el día entero sólo en ir y volver. Teniendo en cuenta que los portones de la ciudad se cerraban al anochecer, el plan de arriesgarse a pasar la noche fuera de casa no compensaba una excursión poco práctica que ya de por sí no tenía garantizada la seguridad personal.

El origen de la urbanización y del parque del Tibidabo podría buscarse en dos situaciones, la conexión definitiva de la ciudad con los municipios circundantes a finales del siglo XIX, y el éxito de las “pastillas del doctor Andreu». Y es que al farmacéutico Salvador Andreu i Grau, enriquecido con su negocio, tuvo la intuición de que la montaña del Tibidabo tenía cierto potencial urbanístico, dando salida a los intereses de la burguesía catalana de alejarse un poco del jaleo de la ciudad a un punto más rural que el Ensanche. En 1898 compró la finca del Frare Blanch, que ocupaba casi todo el terreno de la falda de la montaña, y junto a Romà Macaya (propietario de la casa homónima), y otros inversores fundó en 1899 la Sociedad Anónima El Tibidabo. El propio entorno de la actual Avenida del Tibidabo pronto se llenó de grandes casas y palacios burgueses que buscaban un poco de aire fresco, edificios como la Rotonda o la casa Rovira son hoy prueba del éxito de la zona

Pero la principal intención era explotar económicamente la parte alta de la montaña y su entorno. Así que el primer gran proyecto acometido fue conectar la zona con la cima del Tibidabo, para lo que se diseñó un sistema mixto que comenzaba con un tranvía y terminaba con un funicular. Solo la maqueta del proyecto ya consiguió bastante fama en la época, y cuando se construyó un nuevo tranvía que llegaba hasta Gracia, la mera excursión a la montaña se convirtió en un éxito entre el público general. La cuestión es que antes que un destino, digamos turístico, la idea original pasaba por crear una urbanización de viviendas de clase alta, acompañadas de toda una serie de instalaciones vinculadas al recreo ocasional de cierto número de visitantes. Las primeras construcciones van por este camino, la torre de les Aigües de Dos Rius, abastecería de agua toda la zona, se proyectaron dos grandes restaurantes y varios edificios residenciales. 

Paralelamente a las intenciones del desarrollo urbano, se continuó con la idea de los salesianos, que habían construido una ermita en 1886 con vistas a la construcción de un gran templo en el futuro. En 1902 esta visión se puso en marcha bajo el diseño de Enric Sagnier, uno de los grandes arquitectos del modernismo, que aquí nos legó un armatoste eclecticista sólo superado en sus excesos por la construcción del Palau Nacional, muy en la línea de otras obras dedicadas al sagrado corazón en la misma época (modas eclesiásticas), como la construida en la cima de Montmartre en París. Algo más tarde, en 1904 se inaugurará el observatorio Fabra, diseñado por Domenech i Estepa en un intentento de transmitir la vocación científica de la ciudad. Esta construcción terminaba por definir este galimatías de usos, muy propio de lo que luego será un parque de atracciones.

El problema es que la idea de urbanización residencial no terminó de cuajar, el espacio iba convirtiéndose exclusivamente en una zona de esparcimiento habitual, mientras que las viviendas de lujo se acumulaban en la avenida Tibidabo, la conexión de la montaña con la ciudad. Es así, con otros parques ya en marcha en barcelona, cuando surgió la idea de comenzar a diseñar atracciones que explotasen la mayor ventaja de la zona, sus vistas y el propio entorno natural. En 1915 llegaba la primera atracción de peso para la época: el tren aéreo. Este ofrecía un recorrido por dos cuevas llenas de dioramas y con una pequeña cascada, para terminar con un tramo al aire libre que ofrecía una panorámica completa de la ciudad. Años más tarde se construirán las dos atracciones principales que todavía han llegado a nuestros días: la Atalaya, dos torres metálicas que sostenían un brazo que giraba hasta quedarse en vertical por un tiempo, que acabó por convertirse en todo un símbolo del parque al ser visible desde todos los pueblos de alrededor; y el Avión, una réplica del avión que cubrió el primer vuelo comercial Madrid-Barcelona en 1927, fijado en una grúa giratoria para simular la sensación de volar sobre la ciudad.

Se suele decir que con la muerte de Salvador Andreu en 1928 termina la primera etapa del parque del Tibidabo, que gracias al trabajo de Josep Maria Rubió i Bellver,y al propio farmacéutico, superó en el tiempo a otros parque con mejores instalaciones que él. La posguerra acabó con dos de los edificios más representativos de la primera etapa derribados, el Gran Café Restaurante Tibidabo y el Hotel Coll, así como con el cierre del gran museo de la 1° Guerra Mundial, por considerarlo pasado de moda. El resto de las grandes estructuras permanecen a día de hoy en activo, aunque modificadas o restauradas.

Tras este periodo el parque del Tibidabo fue tomando un carácter puramente familiar, siempre por detrás de competidores como el Parque de Montjuic en cuanto a atracciones. Su localización y ciertas novedades lo mantuvieron a flote hasta 1988, cuando tuvo que ser traspasado por problemas financieros. Tras esto, llegaron una serie de mejoras que aparentaban cierto éxito, pero detrás de ellas se escondían pérdidas importantes y una buena serie de desfalcos económicos. Una vez descubierto el lío, el parque fue subastado, y con su compra por parte del ayuntamiento comenzó la titularidad pública que se mantiene desde el año 2000.

Las pastillas para la tos del Dr. Andreu enriquecieron bastante a su creador, que posteriormente se lanzaría a intentar urbanizar la montaña.

La masía que se hizo construir el farmacéutico Salvador Andreu aún segue en la pequeña urbanización.

La llegada del funicular fue un éxito desde el primer momento.

En cambio las mansiones de mayor tamaño prefirieron quedarse en la avenida Tibidabo, no tan alejadas de la ciudad.

Los salesianos ya habían construido una pequeña ermita antes de que se comenzase a urbanizar la zona.

«La torre de les Aïgues de Dos Rius» y el Gran Cafe Restaurante Tibidabo (este último ya derribado).

En el año 2000 el ayuntamiento compró el parque utilizando su derecho a retracto.

PARQUES CON HISTORIA

Que los humanos tenemos una necesidad imperiosa de divertirnos es evidente, en relación a esto es intuible que los parques de atracciones no son un invento precisamente nuevo. Quizá el antecedente más claro sean las ferias populares, itinerantes o más o menos permanentes que acabaron por convertirse en jardines de recreo con pequeños comercios y atracciones durante los siglos XV y XVI. Puede que el más conocido sea el parque de Bakken en Dinamarca, cuyo origen reside en una organización de puestos de venta en torno a un manantial al que se le otorgaron cualidades místicas a partir de 1583 y que desde 1756 pasó a transformarse en un parque de atracciones secular que aún sigue funcionando. Las montañas (rusas también en origen) y las norias, con raices en Oriente Medio, eran ya populares a principios del siglo XIX, aunque eran instalaciones que necesitaban de alguna persona empujando. Para llegar a los grandes parques de atracciones hay que avanzar en el tiempo hasta llegar a la mecanización de la segunda revolución industrial, con las exposiciones universales como el caldo de cultivo principal que les impulsó a las primeras propuestas. Un ejemplo evidente es como el gran reclamo de la exposición de Chicago de 1893, pretendiendo emular el impacto que causó la Torre Eiffel cuatro años antes, fue una gran noria de ochenta metros de diámetro movida por dos motores, la primera de su tipo y todo un éxito para la exposición.

Al centrarnos en Barcelona, el origen del parque más antiguo está asociado a la construcción de un paseo destinado a unir la ciudad con su municipio vecino más cercano, Gracia. El nuevo paseo se inauguró en 1827, aunque la inseguridad y el riesgo de quedarse fuera de las murallas al atardecer limitaron su éxito como espacio de recreo en un primer momento. A partir de 1847, con la vigilancia y la iluminación de la vía se empezaron a instalar los primeros jardines de recreo, con cafés y pequeños negocios en su interior. Con el Paseo de Gracia ya establecido como principal bulevar de recreo para gran parte de los barceloneses, en 1853 se anunciaba la apertura de los Campos Eliseos, el primer parque de atracciones de la ciudad. El éxito del parque construido por Josep Oriol Mestres fue instantáneo, ocupando el espacio de lo que hoy serían casi ocho manzanas entre las calles de Aragó, Roger de Lluiria, Roselló y el propio paseo, trajo las primeras montañas rusas a Barcelona.

Este parque pronto sucumbió a las necesidades constructivas del ensanche, cerrando sus puertas en 1872, y habrá que esperar unos cuantos años hasta la inauguración de un nuevo espacio de estas características. En 1901 estaba en marcha la urbanización del Tibidabo, ya hemos visto que ésta iba más dirigida a un lugar de esparcimiento y residencial que a las atracciones mismas (aunque tenían alguna, no eran su principal reclamo). Así el siguiente ejemplo ocuparía la plaza de armas de la antigua ciudadela, en un espacio que había quedado libre después de la exposición de 1888. El Saturno Park se inauguró en 1911, una cesión del espacio que fue todo un ejemplo de nepotismo provocando una cantidad importante de quejas contra el ayuntamiento de la ciudad. Era el primer modelo de parque americano (a semejanza del conocidísimo Luna Park de Nueva York), y pronto se convirtió en todo un éxito entre las clases populares.

También en 1911, la operación urbanística que estaba en marcha en el Tibidabo alentó otras similares en el entorno de la Collserola, para lo que se creó La Rabassada Sociedad Anónima. Aprovechando el edificio del Gran Hotel Restaurant de la Rabassada en el camino entre Barcelona y Sant Cugat y construyendo un acceso en tranvía, la compañía inauguró también en 1911 el Casino de l’Arrabassada. Que además contaba con todo un conjunto de instalaciones propias, incluyendo una diseñada específicamente para el entorno (las atracciones normalmente se compraban ya diseñadas). Este centro acabó por convertirse más en un espacio de reunión de la burguesía, aunque la legislación contra el juego acabó por generar bastantes problemas. Un tercer competidor al Tibidabo surgió en el Turó Park, una zona privada ajardinada al norte de la plaza Francesc Macia gestionado por la misma empresa que el de la Ciudadela. El problema de estos tres espacios es que necesitaban de una renovación constante, no tenían grandes atracciones únicas, con lo que había que ir haciendo añadidos cada temporada. Los conflictos con el uso del suelo y el mantenimiento del espacio en el primero, la dificultad para acceder al segundo, y los especulación urbanística en el tercero acabaron con los parques al comienzo de la década de los 30 lo más tarde.

Más cercana en el tiempo es la existencia del Parque de Atracciones de Montjuic, heredero de otro más pequeño que funcionó hasta la guerra civil en un terreno anexo a la exposición de 1929, el Marciel Park. A este último se le sumó la superficie cedida por los militares en los años 60 (todavía en posesión del castillo y los alrededores) para formar el mayor parque de la ciudad durante varias décadas. Puntero en su origen, y con bastante éxito a lo largo de su existencia, fue el verdadero competidor del Tibidabo, hasta que los problemas de acceso que acarrearon las Olimpiadas, el rápido envejecimiento de las atracciones y el golpe de gracia que implicó la inauguración de Port Aventura en 1995, indujeron el desmantelamiento de las atracciones, dejando sólo el parque ahora bajo el nombre de Joan Brossa.

El parque Bakken en Dinamarca en 1825. El parque más antiguo en activo.

Los «Campos Elíseos», el jardín del Paseo de Gracia donde se instalaron las primeras atracciones de Barcelona.

El Saturno Park reutilizaría el espacio libre dejado por la exposición de 1888.

Las atracciones se compraban, repitiéndose de un parque a otro. En la imagen el «Water Chut», en el Saturno Park.

La Atalaya fue una de las primeras atracciones que instaló el Tibidabo, y aún persiste hoy día.

El casino de la Rabassada, otra de las zonas de recreo que nació aprovechando la fama del Tibidabo.

El parque de atracciones de Montjuic fue el más moderno de la ciudad, hasta su cierre antes de la celebración de las olimpiadas.

LA COLLSEROLA

La sierra de la Collserola, coronada en su punto más alto por el parque del Tibidabo, es de lejos la mayor reserva natural del área metropolitana de Barcelona, un enorme parque periurbano que da un respiro a una ciudad que no dispone de demasiados espacios verdes, hasta el punto que solo contando la reserva como espacio verde es que la ciudad alcanza los estándares mínimos propuestos por la OMS (quince metros cuadrados por habitante, cuando sin tener en cuenta la Collserola, Barcelona se quedaría en algo más de seis). 

La historia de toda esta zona corre relativamente en paralelo a la de la ciudad. Como hemos visto hasta bien entrado el siglo XIX no hay una relación real entre la montaña y Barcelona más allá de que la primera empezó a alojar algunas villas de veraneo de la burguesía enriquecida de la segunda. Pero si bien era un territorio «alejado» para la ciudad premoderna, ha contado históricamente con sus propios asentamientos. Existen restos paleolítico datados hace 100.000 años, y se han descubierto fosas de habitantes neolíticos, con en torno a 6.000 años de antigüedad. A este proceso humano se le sobrepone otro geológico que también configura la ciudad (hablando en términos recientes). Y es que la forma actual de Barcelona tiene mucho que ver con el aporte pétreo que fue ampliando progresivamente la superficie construible, ganándole terreno al mar; pero también por la formación de torrentes y pequeñas rías, que no sólo fueron el principal aporte de agua de la ciudad medieval, sino que también condicionaron la formación de los pueblos del plano. 

Pero volviendo a la población, es necesario mencionar a los layetanos como los primeros habitantes de la Sierra, pero hay que esperar a los romanos para poder hablar de los primeros asentamientos formales de la montaña. Los nuevos colonos construyeron desde su llegada en el 218 a.C. toda una serie de villas organizadas como unidades productivas en el lateral marítimo de la sierra (organizados mediante la famosa «centuriación» del territorio). Asentamientos que se encuentran probablemente en el origen de la idea de fundar una ciudad en la zona, de cara a organizar la producción. La caída del imperio vino acompañada de la falta de pacificación del territorio, y habitar fuera de las murallas de las ciudades se convirtió en un riesgo difícil de sobrellevar en zonas accesibles como la sierra de la Collserola. Es sólo a partir de los siglos XI y XII que llegaron las nuevas masías, una vez más unidades independientes de producción agraria ligadas a la ciudad principalmente como centro de venta. 

Con los vaivenes de población y de distintos formas de aprovechamiento agrario llegamos a la situación actual, una zona protegida como reserva natural compartida por los municipios que la rodea. El intento de urbanización del Tibidabo representa el nuevo enfoque que desde la ciudad se tiene de la sierra como espacio útil para otros usos. Comparte espacio con otros proyectos, como la instalación de un observatorio entre 1902 y 1905, u otros más recientes como la torre de la Collserola, una torre de comunicaciones diseñada por el equipo de Norman Foster que queda como perfil más contemporáneo de los equipamientos de la montaña. Una relación entre la ciudad y la montaña que no termina con este perfil tan característico para la ciudad. De hecho, esta conexión se había llegado a comparar en la última década con la antigua forma en la que Barcelona se relacionaba con el mar, es decir, la ciudad se encontraría de «espaldas» a ella. Podríamos decir que este análisis pasa por dar pié a uno de los últimos grandes proyectos de transformación, algo que históricamente a encantado a toda la clase dirigente de Barcelona (exposiciones universales, olimpiadas, forum de las culturas…). Es así que en 2012 nació un concurso de ideas que permitiese intervenir en dieciséis puntos en donde la montaña y las zonas límites de la ciudad se encontraban. Las «16 puertas de la Collserola» fue el último gran proyecto urbano de Barcelona, que prácticamente nació muerto, dado que la crisis dificultaba enormemente la consecución de fondos para sacarlo adelante.

Situación de la Collserola rodeada de varios municipios del Área Metropolitana de Barcelona.

Uno de los restos de un poblado Ibérico (Can Oliver).

La Vil·la Joana una de tantas masías que podemos encontrar en el parque. Aloja el Museo Verdaguer, propiedad del MUHBA.

Las vistas de la ciudad, con el observatorio Can Fabra en primer plano.

La Torre de telecomunicaciones diseñada por Norman Foster en 1992.

Sólo la cima del Tibidabo acumula muchos más elementos que el mismo Parque. Click para ampliar.

horario

Hay variaciones en el horario de apertura que pueden consultarse en la web

Parque de Atracciones abierto:

De marzo a diciembre: Fines de semana y festivos

Julio: de miércoles a domingo

Agosto: diariamente

Enero: del 2 al 5

Zona panorámica (recinto, atalaya, noria…):

Accesible siempre excepto: 1 de enero / del 6 al 31 de enero / días entre semana de febrero / 25 y 26 de diciembre

precio

Parque de atracciones:

General: 28,50 €

Menores (altura < 1’20 m): 10,30 €

Senior (+60): 9 €

Diversidad funcional: 5,60 €

Tarjeta de socio (Abono familiar): 136 € anuales + 22 € inscripción

web

Parque de atracciones: https://www.tibidabo.cat/es/home

Observatori Can Fabra: http://www.fabra.cat/

Torre de la Collserola: http://www.torredecollserola.com/

Parque de la Collserola: https://www.parcnaturalcollserola.cat/es/

¿Dónde comer?

Como buen parque de atracciones, puedes comer comida de parque de atracciones: los perritos calientes saben parecido en todos lados así que siempre es una opción. Además:

Marisa: Situado cerca de la zona residencial, es la única opción a la comida del parque. No es para tirar cohetes pero se puede comer «normal».

OBSERVACIONES

  • ¿MERECE UNA VISITA? Pues esta bastante atestado, pero lo bueno es que el turismo masivo lo que quiere es ver las vistas y el templo que es muy feo, así que el resto está bastante tranquilo.
  • El observatorio can Fabra organiza diversas actividades relacionadas con la astronomía, desde visitas al edificio, visitas nocturnas o incluso cenas durante la temporada de buen tiempo.
  • A efectos prácticos el parque de la Collserola parece un parque más de la ciudad, una opción accesible y no (excesivamente) ocupada para pasear un poco por la naturaleza. En la web del parque (enlazada arriba) hay multitud de posibles rutas o visitas.