CALLE PERE IV

La antigua carretera que unía Barcelona con Mataró se transformó en el principal eje de industrialización en el municipio de Sant Martí, que sería muchas veces clasificado como el “Manchester Catalán” dada la gran cantidad de industria vinculada al tejido que se acumularía en la zona durante la primera revolución industrial. Recorrer en la actualidad la calle Pere IV implica encontrarse de forma salpicada elementos que contraponen la transformación actual del barrio de Poblenou con el Plan 22@, frente a construcciones con origen en los procesos del desarrollo industrial de la zona. Edificios de viviendas, pequeñas fábricas, o grandes complejos industriales situados más allá de la diagonal.

La sucesión de elementos combinados de distintos periodos casi permite visitar la calle como una colección de estratos que muestra las distintas fases por las que ha pasado la historia de Sant Martí de Provençals (y por lo tanto la historia de la industria de Barcelona). Desde las primeras industrias textiles a las modernas intervenciones impulsadas por el plan 22@. Recientemente se ha convertido además en un espacio de discusión en torno a la revisión del plan para que tome más en cuenta la ciudad existente (en términos materiales, pero también sociales), en donde una de las plataformas más activas ha sido precisamente la que luchaba por revalorizar esta calle: la Taula Eix Pere IV.


La calle misma nos proporciona un buen recorrido histórico. Click para ampliar la imagen.

 

UN EJE HISTÓRICO

La calle que ha sido conocida como del Taulat, Marià Aguiló, y hoy en día Pere IV tiene su origen, o más bien su antecedente, en una vía medieval de conexión entre la ciudad, a la altura de la calle Moncada, con las tierras del Mareseme (la comarca de costa situada al norte de Barcelona). Esta conexión era conocido como “el camí de la Marina”. Esta carretera ocupa una función similar en términos relativos, pues el mar llegaba más allá de la línea que forma la actual calle Pere IV. Precisamente la inestabilidad de los terrenos que generaban el aporte continuo de las distintas rías de tierras procedentes de la Collserola, unida a la inseguridad ocasionada por los ataques de piratas en la costa, alejó progresivamente los caminos de la conexión con el mar. Así, no es hasta el siglo XVIII, con la definición de un nuevo sistema de carreteras estatal solicitado por los Borbones, que se retoma la idea de una vía de comunicación que uniese Francia y Barcelona recorriendo el Maresme. El potencial agrícola unido al progresivo traslado de los prados de indianas a este sector de la ciudad empujó a la construcción de esta carretera.

El trazado de la actual Pere IV mantiene el que durante el tiempo de mayor esplendor sería en realidad la carretera de Mataró. Es un hecho comprobado que las vías de comunicación intensiva tienen la capacidad de direccionalizar el desarrollo urbano, y es en este sentido que esta carretera se convirtió en el eje desde el que van naciendo las vías que configurarán el barrio. Del mismo modo, pasa a ser una zona preferente para la instalación de pequeñas industrias así como de viviendas obreras y burguesas en alguna de sus secciones, talleres u otros elementos vinculados a la producción industrial. En última instancia una conexión directa entre el puerto de Barcelona y las poblaciones también industrializadas del norte de Cataluña (y Francia como es obvio). En resumidas cuentas, polariza el desarrollo industrial del barrio de la misma forma que lo hacen las vías del tren que recorrían la costa.

Hoy en día un largo paseo que empiece en el nacimiento de Pere IV desde su conexión con el carrer Pujades ya nos permite ir viendo la sucesión de distintas tipologías de almacenes, pequeñas fábricas y edificios de vivienda que combinan desde formas novecentistas o modernistas, a la arquitectura del vidrio contemporánea que define ya desde el comienzo el gran edificio del hotel ME, diseñado por Dominique Perrault con forma en dos  paralepipedos superpuestos en voladizo; pasando por edificios racionalistas o brutalistas propios de la construcción del siglo XX. En este primer tramo encontramos, por ejemplo, conjuntos de pequeños edificios industriales en torno a lo que hoy en día es la discoteca Razzmatazz, detrás del edificio Ollis Pallers, como La Rápida, la fábrica Albert Musterós o un poco más al norte la antigua sede de Galetes Viñas, todas ellas incluidas en el catálogo de patrimonio de la ciudad. Además de estos elementos y otros talleres industriales se suceden los edificios de distintos estilos, entre los que cabe destacar ejemplos como la casa Antonia Serra, de formas novecentistas y adaptado a un solar trapezoidal. Para terminar, cabe señalar las dos cooperativas obreras, Flor de Maig y la Pau i Justicia, transformada en teatro y el hoy centro cívico Can Felipa, último espacio conservado de un enorme complejo de producción textil. Un ejemplo más de cómo las asociaciones vecinales se han convertido en los principales inductores de la recuperación del patrimonio industrial para su uso como equipamientos públicos.

El cruce con la diagonal supuso para el carrer Pere IV la ruptura de su continuidad por primera vez en su historia, más allá de un tramo marcado casi con vocación arqueológica. El nuevo parque diseñado por el arquitecto Jean Nouvel, cerrado en la mayor parte de su perímetro, bloqueaba la calle a su paso por él. Más allá de algunas críticas sobre todo debido a la falta de permeabilidad que esta configuración supone, no deja de ser el ejemplo más claro, del contraste entre el pasado industrial y el intento renovador, siempre algo forzado, encargado a los arquitectos del star system. Este parque aloja en su interior las naves que aún restan de la fábrica de maquinaria Oliva Artés, una de ellas como parte del museo de historia de la ciudad, una visita muy recomendable los días que permanece abierta. Prácticamente anexionado al parque quedan los restos de la fábrica Can Ricart.

A partir de este punto el carrer Pere IV recupera su aspecto de carretera, para acercarnos a lo que queda de las mayores fábricas de la zona. La agrupación de naves que restan del complejo Ca l’Alier ya han sido restauradas. Un poco más adelante, enfrente de la parroquia del Sagrat Cor de Jesús encontramos una hilada de casas muy humildes que dan paso a los restos de la Escocesa, uno de los primeros conjuntos industriales del barrio que estuvo a punto de ser derribado y que hoy espera su transformación en fábrica de creación artística, con talleres y espacios de exposición, así como su consiguiente restauración dado su elevado grado de protección. Para terminar en pequeños edificios dispersos como Colores Hispania, Teixedo i Jordana, o el imponente complejo Ca l’Illa, una reconversión más desde el textil a un edificio que aloja múltiples empresas. Al poco tiempo, toda esta zona de Pere IV, hace no demasiado un entorno a medio camino entre lo rural y lo industrial, termina en la moderna rambla del Prim.

En el plano de Sant Martí de 1871 vemos como el municipio se forma a lo largo de las dos horizontales (la linea de costa y la carretera de Mataró), y trasversalmente con la creación de la Rambla del Poblenou.

Vista de la carretera de Mataró a principios del siglo XX

Comienzo de la calle Pere IV hoy, repleta de antiguos almacenes industriales.

El Parc del Centre conserva el trazado, más como un recuerdo que como una continuidad.

La contraposición entre pasado y presente es continua a lo largo de la calle.

EL MANCHESTER CATALÁN

Durante los primeros pasos de la llamada Revolución Industrial (que en realidad tuvo más de progreso paulatino que de revolucionario), Inglaterra se situó al frente del proceso, muy por delante de los siguientes países que fueron uniéndose a la industrialización. Es bien conocido que uno de los epicentros de este desarrollo fue la ciudad de Manchester, a la que en muchas ocasiones se le denominaba “Cottonopolis” (algo así como la algodónlandia), en tanto a que se había convertido en la zona con mayor producción de tejidos del mundo. Es desde esta referencia que nos acercamos al municipio que atravesaba la calle Pere IV, Sant Martí de Provençals, o aún más específicamente, a la zona de este municipio anexa a la ciudad, que será conocida como Poblenou. Como el propio título indica, a este barrio de nueva creación se le llegó a dar el sobrenombre del «Manchester Catalán». Si Cataluña estuvo a la vanguardia del limitado, por lo menos en términos relativos a los primeros países, proceso de industrialización español del siglo XIX, el gran centro industrial se situó en este pequeño pueblo del plano de Barcelona, y futuro distrito de la ciudad.

Pero, ¿cuál fue el motivo de que fuese en esta zona donde se instaló la industria? Pues existe cierta base de continuidad histórica, pero sobre todo una situación práctica: la proximidad del puerto. La necesidad de llevar las fábricas fuera del recinto amurallado era evidente en el siglo XIX. El comienzo de la industrialización, entendida como los primeros pasos para la mecanización de los procesos de producción, podríamos fecharla en la puesta en marcha de la fábrica Bonaplata en 1833, con la primera máquina de vapor instalada en Barcelona, en la actual calle Tallers. A partir de aquí el crecimiento fue exponencial, llegando casi a las doscientas máquinas en poco tiempo, la gran mayoría instaladas ilegalmente. La sobrepoblación se hizo cada vez más evidente, el espacio se encareció mientras la densidad minaba las condiciones de vida. Buscar un entorno nuevo ya era una necesidad acuciante tanto para los industriales como para los politicos. La primera opción tendía hacia Can Tunis, en el encuentro de el mar y Montjuic, pero el establecimiento del puerto en la Barceloneta empujó la instalación de fábricas en dirección opuesta.

Esta situación no era nueva además, dado que ya en el siglo XVIII, con el auge de las indianas (en resumidas cuentas, un tipo de tejido estampado con el que se comerciaba con latinoamérica), fue necesario derivar una parte de la producción a Sant Martí. Los «prados de indianas» eran espacios donde se hervía y desecaban los tejidos previos al estampado. Un tratamiento que necesitaba de superficies amplias y buen abastecimiento de agua. Sant Martí, cerca del mar, con acceso al agua del Rec Comtal y a otras lagunas subterráneas, se convirtió en el lugar ideal para esta parte del proceso, contando con 64 de estos espacios instalados en su término municipal en 1808. Para relativizar este número, el siguiente municipio con más prados de indianas era Sants con 9. Precisamente las indianas fueron uno de los vectores que impulsaron la industria catalana, y desde el principio, el barrio del Poblenou en Sant Martí de Provençals, tenía todas las papeletas de convertirse en pieza central de esta situación. 

Al final de la primera mitad del siglo XIX se instalaron ya las primeras industrias propiamente dichas, recogiendo el potencial de la producción de indianas, en un primer momento estuvieron básicamente vinculadas al sector textil (Ricart, Arañó, Jaumandreu…). Las factorías se emplazaban siguiendo tangencialmente la organización ofrecida por Cerdá, fusionando manzanas y ocupando carreteras libremente cuando la superficie a ocupar así lo requería. Al final de siglo la producción comenzó a expandirse rápidamente, cada vez más fábricas se trasladan al distrito de Sant Martí desde el centro de la ciudad en busca de mayores espacios disponibles. Surgen las primeras metalúrgicas, industrias alimentarias y químicas, pero las textiles seguían marcando la diferencia en cuanto a producción y tamaño, al fin y al cabo, la materia prima más sencilla de importar seguía siendo la necesaria para esta última. La fácil conexión (gracias al carrer Pere IV y a la vía férrea abierta en la costa) entre la zona industrial del Maresme y el centro de la ciudad, que era donde los industriales mantenían las sedes de sus compañías, además del fácil acceso a agua que ofrecía el alto nivel freático de la zona unido al abastecimiento del antiguo Rec Comtal hizo del entonces municipio el espacio de mayor densidad industrial de Cataluña, por ponerlo en cifras: hacia 1904, mientras la población de Sant Martí era el 2,9% de la total catalana, la contribución industrial de la misma área alcanzaba el 12,14% del total en la región.

A todo esto hay que sumarle un hecho prácticamente único en España, no estamos hablando, como era más habitual en muchas zonas algo industrializadas del país, de un monocultivo productivo especializado en una mercancia o una familia de productos determinados, sino de una densidad y variedad que podía llegar a compararse con otras zonas industriales de los países más desarrollados en este aspecto. Si bien el sector textil se mantuvo durante años en la cabeza de la producción, progresivamente fue perdiendo peso relativo por el rápido crecimiento de las demás industrias y las crisis de principio de siglo, para terminar de explotar a mediados del siglo XX como una de las zonas de mayor concentración de industria metalúrgica de todo el país.

Las imágenes industriales de Manchester están bastante impresas en el imaginario colectivo, de ahí que se convirtiese en un referente para el Poblenou.

La concesión de permisos para instalar «prats d’indianas» en antiguas zonas de cultivo fue una constante en el siglo XVIII.

Molde para estampado de telas indianas conservado en el museo de historia de la ciudad.

Las indianas fueron el antecedente más directo de la industrialización catalana.

En el plano de Barcelona de 1903 se observa ya la construcción del ensanche y la densificación de la zona de Sant Martí (con la carretera de Mataró todavía bien definida).

Imagen aérea de la zona del Poblenou a principios del siglo XX.

EL 22@ Y EL PATRIMONIO INDUSTRIAL

Son muchos los debates puntuales que nos permiten entender la conflictividad que se produce entorno a una serie de elementos construidos vinculados no tanto con un patrimonio de valores monumentales o estéticos más o menos apreciables, sino con un periodo específico o una función particular, en este caso vinculada con las distintas revoluciones industriales. Podemos irnos a las luchas por la reutilización de los espacios en Can Felipa, la fábrica de Can Batlló en La Bordeta, o incluso la España Industrial y el Vapor Vell. Pero al aumentar la escala quizá sea conveniente pararse a pensar sobre el valor inherente que tienen todas estas construcciones. Para ello podríamos jugar con una comparativa imaginando a alguien que solicita la destrucción del acueducto de Segovia, argumentando que en realidad se trata simplemente una obra de ingeniería que podía encontrarse en la mayoría de las ciudades romanas, como hoy podría ser cualquier instalación de un tendido eléctrico con sus torres metálicas o una antena de recepción de telecomunicaciones. Acueductos como este no eran una excepción sino la norma en el Imperio Romano. Esta idea tan estrambótica facilita rápidamente llegar a un acuerdo de mínimos: el acueducto es representativo de una época específica, a la vez una obra irrepetible por innecesaria en la actualidad, y pese a ser una obra de ingeniería romana básica, ha acabado por configurarse como un elemento indispensable para la imagen de la ciudad. 

El patrimonio industrial cubre todas estas características (representativo de un periodo específico, irrepetible, y con valores estéticos propios), y  desde los años 70 existe una tendencia cada vez más generalizada a defender su protección. Pero además es que podemos sumarle una nueva característica: como contenedores industriales, y por tanto abiertos a una continua reorganización, son espacios que permiten la reformulación de su uso para un nuevo programa de actividades. Vamos a partir de la idea por tanto que estamos ante toda una serie de edificios, que correctamente tratados pueden convertirse no tan sólo en elementos representativos y documentales de un periodo histórico, sino en un paisaje que implique un valor añadido inigualable para distintas partes de la ciudad. Bajo este prisma, el eje Pere IV aquí tratado se transforma en un caso interesante dentro de un barrio tan definido por estas formas constructivas como el Poblenou. Nos encontramos ante todo un conjunto de construcciones de origen industrial que favorecerían este tipo de apuesta por el desarrollo de la ciudad, y que cada vez está más presente en la cabeza de ciudadanos y planificadores. En esta posibilidad de conservación es en donde se ha mostrado una y otra vez la tensión entre el avance de un plan renovador como el 22@, y la vocación conservadora respecto al patrimonio, siendo dos visiones en principio contrapuesta pero que parecen ir acercándose en el tiempo.

Las discusiones prácticas en torno a la conservación del patrimonio tienden a ser siempre las mismas: genera una problemática en torno a su conservación, y suele ser más valioso, en términos económicos, el suelo sobre el que está construido que la construcción misma (o su potencial reaprovechamiento). La cuestión es que ya desde los primeros intentos de renovación de la zona con el Pla de la Ribera en los sesenta, los intereses especulativos han presionado con mucha fuerza en contra de la posibilidad de reutilizar el patrimonio existente en usos comunes para la zona, y esto es especialmente evidente en el caso de los edificios industriales, cuyo valor histórico-artístico suele ser discutido (o discutible), o directamente se le niega. La demolición, la transformación en lofts o viviendas de clase alta, o como mucho en oficinas, suele ser siempre la opción más interesante para el promotor de turno, de ahí que la acción pública (en muchas ocasiones deficientemente) y las protestas de los vecinos hayan ido encaminadas a una confrontación por determinados usos, en donde el caso más emblemático de los últimos años podríamos encontrarlo en la fábrica de Can Ricart, situada en la misma calle.

En la actualidad, y saltando desde las luchas por Can Ricart, la formación de una plataforma ciudadana (Taula Eix Pere IV) y la presencia de un Ayuntamiento que se ha apoyado más en el patrimonio como elemento de desarrollo urbano han hecho del eje un espacio de desarrollo en la revisión del planeamiento de la zona 22@. Conservación de espacios de valor industrial, ajuste de escalas de intervención de forma que puedan darse cabida a proyectos de corte social, la potenciación de la continuidad de ejes históricos y la preocupación por un entorno paisajístico que no tiene comparativa en el resto de la ciudad vertebran, por lo menos nominalmente, la nueva aproximación urbanística en la que Pere IV se convierte en un elemento fundamental para el barrio. La defensa del patrimonio no se trata, al fin y al cabo, de reducir la discusión a meras categorías estéticas, sino precisamente de la condición de posibilidad de que este debate sobre como actuar en la ciudad exista. Espacios patrimoniales como esta calle ofrecen por tanto la oportunidad de generar un desarrollo urbano que consiga ir más allá de lo meramente especulativo, además de presentarse como una guía de lo que ha sucedido, facilitando y dando innumerables opciones sobre lo que podrá suceder en un futuro.

Un juego comparativo nos permite reflexionar a cerca del valor del patrimonio como elemento irrepetible.

Las protestas por la conservación de Can Felipa, una de las primeras para el patrimonio industrial

Las chimeneas siempre consiguen mantenerse casi como totems que pretenden mostrar cierta voluntad conservadora. Ventajas de ocupar tan poco espacio.

Las cualidades paisajísticas del patrimonio industrial como factor potencial para el debate y el desarrollo urbano.

Pere IV se ha transformado en la actualidad en uno de los ejes de desarrollo del barrio.

También se trabaja en propuestas que integren el patrimonio industrial en el paisaje urbano, conectando el parc Central con Can Ricart

horario

Lo bueno de las calles es que siempre están abiertas…

precio

Y que pasear por ellas es gratis…

web

Pero sí que dejamos algunos enlaces de interés de los distintos puntos:

Biciclot (Hub de la bicicleta)www.biciclot.coop

Sala Beckett (Ateneu Flor de Maig)www.salabeckett.cat

Can Felipawww.cccanfelipa.cat

Talleres Oliva Artés (en restauración): muhba-oliva-artes

La Escocesalaescocesa.org

 

¿Dónde comer?

Una pequeña selección según la altura de la calle:

Sal i Pebre: Bar de menú diario, informal y a buen precio, al comienzo de la calle.

El Menjador de la Beckett: restaurante de la sala de teatro, con una interesante recuperación del espacio por parte del estudio Flores&Prats y buena comida.

Can Primo: un bar con terraza al interior del recinto de Ca l’Illa. Buen precio y con Calçots en temporada.

OBSERVACIONES

  • ¿HAY QUE VISITARLA? Pues en este caso sí podríamos decir que el interés es más local, pero particularmente importante de cara al pasado industrial de la ciudad. De hecho sí que será una visita fundamental para quien esté interesado/a en este tipo de construcciones, sobre todo cuando avance la recuperación de la zona que continúa tras el cruce con la diagonal.
  • El mero recorrido de la calle ofrece una panorámica general del desarrollo de la ciudad en relación a su patrimonio industrial, pero a título individual hay distintos elementos que organizan actividades propias. Hemos dejado los enlaces anteriores para poder ahondar en estos puntos.