RECINTO MODERNISTA DE SANT PAU

Obra de Lluis Domenech i Montaner, el edificio que alojó hasta 2009 las instalaciones del Hospital de Sant Pau i la Santa Creu es, sin duda alguna, una de las obras más impresionantes del modernismo catalán, a la vez que un ejemplo claro de la arquitectura aplicada en base al estado de la ciencia médica de la época. El proyecto original ocupaba nueve manzanas del ensanche, pero las dificultades económicas por las que pasó administración del hospital, impidieron que el diseño de Domenech i Montaner pudiera finalizarse. Solo se ejecutaron 12 de los 48 pabellones propuestos, aunque más tarde bajo la dirección de Pere Domenech i Roura (hijo del arquitecto) se construyesen algunos más, hasta llegar a 27,  la gran mayoría de estos últimos ya no se conservan.

En 1997 fue declarado patrimonio mundial de la UNESCO y, con el nuevo edificio del hospital ya inaugurado, en 2009 comenzaron las obras de restauración y readaptación de los distintos pabellones. En la actualidad se puede visitar una parte del recinto, incluyendo todo el exterior además de varios pabellones, mientras que otros están ocupados por distintas sedes de instituciones vinculadas a temas de sostenibilidad, salud y educación.


 

HISTORIA

El antiguo hospital de la Santa Cruz (siglo XV) estaba viendo su capacidad totalmente desbordada a la entrada del siglo XIX. La necesidad de un nuevo centro hospitalario era evidente, y la posibilidad de que fuese construido llegó gracias a la aportación de Pau Gil i Serra. Testimonio de ello es tanto el nuevo nombre que tomaría el hospital, de San Pablo y la Santa Cruz y la multitud de referencias que encontramos en el interior del conjunto arquitectónico. Pau Gil (1816-1896) además de poseer otros negocios familiares, sucedió a su hermano en la dirección de un banco fundado por éste último. Al no encontrar sucesor, decidió que tras su muerte legaría la mitad de su fortuna para la fundación de un nuevo hospital civil. Las condiciones eran bastante específicas, además de exigir que el hospital dispusiese de las últimas tecnologías e instalaciones disponibles, preveía la formación de una doble comisión, arquitectónica y médica, que seleccionase el proyecto ganador de un concurso.

El primer ganador del concurso de ideas ni siquiera fue nuestro Domenech, sino otro, Domenech i Estepà, que ya tenía algo de práctica al al estar trabajando en el proyecto de construcción del Hospital Clínic (diseñador, por otra parte, de la ampliación de la fábrica de Gas de la Barceloneta). Pese a esta adjudicación, la comisión médica acabó por rechazar los tres proyectos que se habían presentado al concurso por no considerarlos ajustados a las necesidades sanitarias, lanzando a posteriori un nuevo encargo, esta vez directamente a Domenech i Montaner, echando algo de leña a una rivalidad dentre los arquitectos que venía de atrás.

Para el nuevo proyecto, los médicos establecieron como punto de partida las ideas de las corrientes de pensamiento higienista de la época, en donde el entorno y la limpieza, así como el espacio libre para los pacientes eran partes fundamentales para su recuperación. Las capacidades del propio arquitecto hicieron el resto, permitiendo que su uso haya perdurado más años que otros construidos hasta en el mismo periodo. El hospital, pese a algunas decisiones que no tardaron demasiado en quedar anticuadas (con la sala de operaciones a modo de expositorio a la cabeza), permaneció en activo hasta 2009, momento en el que se desplazó todo el servicio a las nuevas instalaciones construidas en la parte de atrás de la obra de Domenech i Montaner. Dando paso a las obras de adaptación para convertirlo en el actual “Recinto Modernista de Sant Pau”, en un intento de hacer el conjunto algo más atractivo para visitantes.

A partir de la memoria elaborada por la comisión técnica, Domenech i Montaner va a trabajar un proyecto que satisfacía todas las especificaciones solicitadas, además de conseguir un acabado estéticamente espectacular. De hecho, fue la propia belleza del proyecto la que marcó su fin, puesto que la administración del hospital, acabó considerando los diseños entregados como lujos innecesarios, por lo que  solo se finalizarán once pabellones que podían financiarse con el dinero cedido por Gil. Antes de esto, el único punto en el que el arquitecto no asumió los requisitos de la memoria, fue que los edificios debían de estar aislados unos de otros, añadiendo después una serie de galerías subterráneas que conectan todos los pabellones. Diseño que desde la inauguración del hospital se ha demostrado como un gran acierto.

El conjunto hospitalario se planteó prácticamente como una ciudad dentro de la ciudad, con sus calles, jardines y abastecimientos propios, incluidas una iglesia y un convento. La orientación de los pabellones se giró 45º con respecto a la cuadrícula del ensanche, tratando así de conseguir mayor renovación de aire y “separándolo” de la propia trama de la ciudad, aunque no parece que tenga sentido que este movimiento tuviese algo de crítica al plan Cerdà, como en ocasiones se plantea.

Eusebi Arnau y Pablo Gargallo se ocuparon de las esculturas que contendría el edificio, y Josep Perpinya de los elementos de hierro forjado, pero la gran riqueza de los acabados cerámicos decorativos (que además proveían un nivel elevado de higiene en los interiores), despunta frente a los demás detalles del mismo. Ya sean las aplicadas en las cubiertas de los pabellones combinando tejas y azulejos en forma de escama; o los interiores repletos de dibujos formados por cerámicas seriadas, nervaduras acabadas con cerámica vidriada, bóvedas decoradas con azulejos que forman diseños secuenciales… El nivel de la complejidad y maestría artesanal de estos revestimientos y acabados dotan de un discurso ornamental fácilmente marca distintiva del recinto, y también cénit de las propuestas del modernismo. No es probable que esta exaltación estética y de color ayudase a curarse antes de la gastroenteritis, pero sin duda hacía de la hospitalización un hecho singular.

El antiguo hospital de la Santa Creu, en el Raval, no se ajustaba a las nuevas necesidades médicas. Fuente

«Els dos Doménechs», caricatura que bromea con el concurso del hospital: Estepa lo pesca, pero Montaner se lo queda.

El nuevo proyecto se convertía en un hito de escala urbana, girado respecto a la trama para favorecer el aireamiento. Fuente

Una red ce patios subterráneos conecta todo el conjunto de pabellones aislados.

Los pabellones se organizaban por enfermedades. Contaban con sistemas internos de renovación de aire y aclimatación. Fuente

Los acabados proporcionan, además higiene, una propuesta ornamental única.

Vista aérea actual del antiguo conjunto hospitalario.

GESAMTKUNSTWERK

El estudio de cualquier disciplina de corte filosófico (digamos, con un punto de metafísica) acaba necesariamente por encontrarse con algún término alemán, que además sirve de mínimo aceptable para demostrar que algo has leído. En este caso la idea-palabra no es solamente descriptiva, sino que pretendía establecer una forma de hacer en las artes del siglo XIX y XX. Su promotor fue el compositor Richard Wagner, y su significado, «obra de arte total». Es por tanto una idea bastante descriptiva, ya que lo que pretendía expresar Wagner era precisamente eso, una obra moderna debía ser capaz de subsumir en sí misma todas las disciplinas artísticas. Los géneros de arte prestarían sus enfoques para después ser liberados a través de una integración completa en el producto final.

Quien conozca las grandes obras del modernismo, puede empezar a intuir algo respecto a esa visión integradora. Lo cierto es que Wagner era muy querido en Barcelona, sobre todo por su obra operística. Sus ideas en estética no se absorben completamente, pero la noción de Gesamtkunstwerk consigue hacerse un sitio en la mente de los arquitectos. En su libre interpretación, probablemente Domenech i Montaner sea el que más se acerca a este ideal, sobre todo con sus dos grandes obras, el Palau de la Música y nuestro Recinto modernista de cabecera, pero puede hacerse extensivo a obras como la casa Lleó Morera, en donde colaboraron más de 30 técnicos y artesanos.

La idea encaja perfectamente con la propuesta de Montaner sobre la necesidad de establecer un lenguaje arquitectónico que fuese acorde con la época. Siguiendo las posturas europeístas, este lenguaje tenía que ser capaz de poner de nuevo en valor los oficios vinculados a la arquitectura, que la producción industrial había desatendido en términos de calidad. La propuesta elaborada por el arquitecto pasa entonces por trabajar ligando programa y acabados ornamentales en un trabajo de conjunto, un proceso de secuenciación compositiva fragmentada que articulase correctamente el diseño final. Cada elemento, pese a lo llamativo de las soluciones, parece no estar en competición con los contiguos. Es la idea de continuidad y discontinuidad era para Domenech i Montaner la base de la creación de una obra de arte total.

Volviendo a los proyectos de cabecera tenemos, por un lado, el Hospital que se transforma, por decisión del proyecto, en un recinto con pabellones aislados pero conectados a través de un proyecto de jardinería. Por otro, no menos complejo, la sede del Orfeo Catalán en un solar en esquina dentro del casco antiguo. Un proyecto que lucha continuamente por atraer hacia su interior la escasa luz que impacta en la cerrada trama en la que se encuentra. El trabajo en vidrio consigue hacer del Palau de la Música una auténtica caja de luz y música, mientras que el programa ornamental estalla una vez más como estrategia última de lo que para Domenech debía ser el lenguaje arquitectónico moderno. El ornamento es una parte consustancial de la arquitectura, no un añadido formal a posteriori, y éste se ha de trabajar dentro del sentido del proyecto.

Las figuras alegóricas y simbólicas son por tanto una fase más del trabajo, en la que el arquitecto ha de transformarse en un director de orquesta, haciendo que el resto de diseñadores trabajen al unísono. En el pabellón administrativo del Hospital de Sant Pau un anillo ilustrado, casi a modo de tira cómica, nos presenta la historia de la institución. Las fachadas del Palau, decorado de forma profusa en sus dos frentes, se llena de referencias directas a músicos y compositores, aunque la esquina sirve de soporte para el gran conjunto dedicado a la música popular catalana, realizado por Miquel Blay, que domina la visión exterior del edificio.

La opera de Wagner buscaba convertirse en una obra de arte total.

Interior de la Casa Lleó Morera, con la participación de todo tipo de artesanos (ebanistas, escultores, forjadores…)

El hospital integra dentro de sí todo tipo de propuestas artísitcas, incluyendo uno de los primeros ¿cómics? de la ciudad.

La alegoría a la canción popular catalana domina la solución en esquina del Palau

El interior del Palau de la Música se convierte en un ejemplo paradigmático de lo que implicó la noción de Gesamkunstwerk. Fuente

LLUÍS DOMENECH I MONTANER

Hablar del Recinto modernista de Sant Pau, nos lleva a uno de los personajes clave en la transformación de la ciudad a finales del siglo XIX y principios del XX, Lluís Domenech i Montaner. Arquitecto, historiador y político, es una de las grandes figuras de la Renaixença, a la vez que uno de los arquitectos más importantes del modernismo. De hecho, podría decirse  que sus obras marcan el auge y el declive del movimiento en el campo de la arquitectura, es decir, los trabajos que junto con Josep Vilaseca i Casanovas realiza para la Exposición Universal en 1888 y las últimas construcciones en las que participa del hospital en torno al 1910 respectivamente. Bien es cierto que Gaudí siguió a lo suyo, pero también es sabido que siempre fue un poco por libre y encasillar a Gaudí como simple modernista, sería encorsetarlo demasiado. 

Su estudio de la arquitectura románica catalana le lleva, en línea a las teorías de Viollet Le Duc, a entender que cada contexto es capaz de crear su propio estilo arquitectónico diferenciado por las condiciones en las que ésta se desarrolla. El arquitecto catalán va más allá, al postular la necesidad de que que la arquitectura contemporánea tomase un rol activo a la hora de generar este proceso y volviera a definir un carácter propio capaz de definir un nuevo estilo ajustado a los tiempos. Planteando esto en la publicación de 1878 “En busca d’una arquitectura nacional” (que en realidad es un alegato en favor del eclecticismo), podríamos decir que no sólo lo acota temporalmente con sus obras,  sienta las bases intelectuales del futuro movimiento modernista. En todo caso, él mismo agradece la labor de uno de sus maestros más directos, Elías Rogent, de quien diría que es el primer arquitecto que no redujo su obra al historicismo sino que dió los primeros pasos para generar un lenguaje novedoso a partir del mismo.

Nació en Barcelona, el 27 de diciembre de 1849. Era hijo del propietario de un taller de encuadernación, hecho que suele relacionarse con su sensibilidad y formación en diseño y dibujo. Si bien comenzó a estudiar ciencias exactas y, posteriormente una carrera de ingeniería, acabó decantándose por la arquitectura. En 1873, ya con el título de arquitecto y en medio de un proceso de selección de una beca para continuar  sus estudios en Roma, abandona Madrid (donde estudió) y el proceso para colaborar en la creación de la Escuela de Arquitectura de Barcelona. Su vuelta a la ciudad estuvo marcada además por una profunda imbricación en la génesis del catalanismo moderno, sobre todo a partir de la implicación directa en instituciones culturales como la Jove Catalunya, el Ateneu Barcelonès y la organización de los Jocs Florals como presidente (un concurso de poesía en catalán, símbolo de la recuperación de la lengua), aunque también participó en sentido político, ya que fue uno de los fundadores de la Lliga regionalista.

Centrándonos en la arquitectura, el camino que sigue Domenech i Montaner es amplio. La teoría racionalista del ya mentado Violet-Le-Duc fue fundamental como punto de partida y la construcción de los primeros trabajos en hierro de Henri Labroust también. Sus primeras obras beben directamente de esta base, apoyándose también en los métodos compositivos de Durand, propios de la educación arquitectónica de la época, sobre todo para sus obras de la exposición de 1888, el Hotel Internacional y el café restaurante de la ciudadela. Además, en estos trabajos es todavía evidente el estilo medievalizante con el que definía la estética de los edificios. En sus obras posteriores va liberando sus diseños, tanto en referencias simbólicas como en la configuración de las plantas.

La importancia, como ya hemos visto, recae principalmente en la ornamentación como medio último para la expresión arquitectónica, pero la racionalidad estructural y la solución creativa para encajar complejos programas de usos es también notable. Soluciones inspiradas en Violet-le-Duc permiten superar las grandes luces de espacios como la sala de música del Palau. Siguiendo la racionalidad francesa asume también ciertos gestos que buscan la “honestidad” de la arquitectura, en donde sería partir de la aplicación veraz de las soluciones estructurales que se alcanzan espacios adecuados. Bajo esta idea acaba por rechazar, por ejemplo, soluciones adosadas para pilares. De hecho, es una característica propia la importancia que en muchos casos da a los pilares exentos en su obra, ya que para él éstos eran elementos generadores de espacio que no debían esconderse en los muros. Esto sumado al trabajo ornamental tratado en el apartado anterior podrían definirse por el que es, en sentido estricto del movimiento, el mejor arquitecto modernista.

Retrato de nuestro protagonista

El interés por el diseño viene ya de sus orígenes como parte de una familia de editores y estampadores. Fuente

El restaurante-comedor tiene un carácter iniciático en la búsqueda de un nuevo eclecticismo. Fuente

Para la exposición también diseñó el «Hotel Internacional», una solución todavía más anclada en la academia, pero que fascinó a los barceloneses.

Mezclando soluciones estructurales tradicionales con otras novedosas, en el pabellón administrativo del Hospital. Fuente

La columna como elemento productor del espacio y el ornamento como parte fundamental del proyecto. Fuente

horario

De Noviembre a Marzo:

Lunes a domingo: De 09.30h a 17:30h

Domingos y festivos: De 09:30h a 15:00h

De Abril a Octubre:

Lunes a domingo: De 09.30h a 19.00h

Domingos y festivos: De 09.30h a 15:00h

precio

Exposición permanente:

General: 15 € (20€ guiada)

Reducida: 10,5 € (estudiantes, residentes en Barcelona, familia numerosa…)

¿Dónde comer?

La Llauneta del Guinardo: en la parte trasera del edificio, el restaurante de raciones y hamburguesas clásico.

Restaurant Basilea: Para amantes del queso: fondues, raclettes… Más para invierno quizá.

OBSERVACIONES

  • ¿MERECE UNA VISITA? Claro, lo sorprendente es cómo estando relativamente cerca de la Sagrada Familia sigue siendo un sitio tan tranquilo. La magia del turismo. Es una de las obras más importantes del modernismo, y la recomendación va acorde con este peso.