SAGRADA FAMILIA
Se suele tratar el Templo expiatorio de la Sagrada Familia como la obra definitiva de Gaudí. Si bien esto puede ser cierto, lo que queda claro es que del diseño de Gaudí propiamente dicho sólo nos encontramos una parte del conjunto edificado, al que se le suma una exhaustiva interpreteción posterior. Es posible también argumentar que la Sagrada Familia es un encargo para del arquitecto, el más importante, pero con unas características definidas que hacen que el resultado final se aleje del resto de la obra del arquitecto. Esto no permite tratar el templo como una obra de Gaudí (o no como una obra paradigmática para entender su arquitectura), sino como un trabajo colectivo que debería ser completado por más de una generación (probablemente menos generaciones de las que al final han trabajado en él).
Lo que ya es un hecho, por un lado, es que la obra siguió adelante tras su muerte (como él desearía) y, por otro, que se ha convertido en un templo tremendamente importante, no quizá tanto para los feligreses de la iglesia católica, en constante descenso desde hace años, sino para los devotos de una nueva expresión pasional, pero laica: el turismo. Con más de cuatro millones de visitantes, se da la paradoja de que el templo, aún sin terminar, no cumple mayor función que el de recibir a turistas, convirtiéndose en uno de los mayores atractivos publicitarios de la ciudad, convirtiéndose en uno de los monumentos más visitados del mundo.
El origen de la Sagrada Familia dista mucho del resultado que podemos ver en la actualidad. La idea de partida nace de un librero, que en su búsqueda de un medio con el que contrarrestar las ideas revolucionarias que iban extendiéndose entre los trabajadores durante el siglo XIX, creyó que sería buena idea construir un templo expiatorio (y por lo tanto financiado a partir de las donaciones de los feligreses) para celebrar la fe en San José y atraer de nuevo a los revueltos trabajadores al seno de la iglesia. La ejecución del proyecto de Josep María Bocabella y su grupo de religiosos (conocidos popularmente como los Josepetes), comenzó con la compra de una de las manzanas del ensanche, una de las 14 manzanas que el plan urbanístico de Ildefonso Cerdà reservaba para la construcción de un hipódromo. La propuesta original era construir una réplica de la iglesia de Loreto que había visto en un viaje a Italia. En 1882 se colocaría la primera piedra de un proyecto que ya había variado desde la idea de Bocabella a un diseño del primer arquitecto en recibir el encargo, Francisco de Paula del Villar. Pero éste último, al exigir pagos por su trabajo y tras discrepancias con el arquitecto asistente de Bocabella, Josep Martorell, fue apartado del mismo.
Fue precisamente Martorell quien le dió la idea a Bocabella de contratar a un joven arquitecto para que se encargase de la iglesia, Antoni Gaudí. Desde 1883 hasta su muerte en 1926 Gaudí estuvo trabajando en el templo de forma continuada. 43 años dan para mucho y no tiene demasiado sentido describir una obra tan conocida, así que parece más interesante señalar algunos detalles clave. El primero es como la actuación a partir de este punto viene marcada por factores externos que transforman el proyecto, que en un primer momento es continuista con la propuesta de Francisco de Paula, llega incluso a plantearse una ampliación del templo siguiendo el mismo diseño. Pero un gran donativo da mayor margen de actuación a Gaudí, que comienza desde finales de la década de 1880 a trabajar en nuevos planteamientos que poco a poco lo alejan del clásico proyecto de arquitectura, para convertirse en un proceso de trabajo continuo que va definiendo el proyecto de forma paralela a su construcción. Esto nos deja un elemento clave: no existe un diseño acabado y definido como tal, sino elementos dispersos que se van conectando en un todo a medida que se encuentran soluciones idóneas. Sólo el programa simbólico, esto es, las referencias a las distintas partes del corpus evangélico en las torres y las fachadas, queda bien establecido.
Otro factor importante a tener en cuenta (si obviamos la tesis de que la influencia de Martorell había limitado hasta cierto punto las ideas de Gaudí hasta la muerte del primero en 1906), es el inicio de una nueva obra: la iglesia de la Colonia Güell. En este templo, al igual que los demás encargos de Eusebi Güell, Gaudí no tenía ningún tipo de limitación económica, lo que permitió que se convirtiese en un espacio de experimentación a escala real de muchas de las hipótesis de diseño en las que estaba trabajando, pero que sólo había podido probar en ensayos a pequeña escala con maquetas. Esta situación es importante hasta el punto de que es difícil imaginar que la Sagrada Familia podría existir tal y como hoy la conocemos sin el apoyo creativo que supuso esta iglesia a medio construir. En última instancia estamos hablando de soluciones estructurales novedosas elaboradas a partir de planteamientos geométricos que hasta el momento no se habían puesto en práctica ni a la escala de la obra, ni como formas estructurales únicas (encontramos casos similares que sirven de complemento. Prueba de ellos es como han sido necesarios estudios muy elaborados y computación por ordenador para entenderlos a posteriori.
La innovación arquitectónica de Gaudí puede definirse más o menos por tanto a través de ésta búsqueda: construir un templo que se comportase unitariamente a nivel estructural, en donde cada elemento se conectase con el sucesivo siguiendo las lineas de cargas y la transmisión de fuerzas hasta el punto que no fuese necesario ningún apoyo supletorio para resistir empujes distintos. Esto se traduce en la exploración de formas complejas de geometría que tanto fascinan en la obra de Gaudí (hasta llegar a imbuirlas de cierta divinidad por entenderlas como parte de la naturaleza). Mostraba además una clara predilección por las superficies regladas, formas curvas generadas a partir de lineas rectas (generatrices y directrices) que permitían controlar el sentido de las cargas. Estas soluciones facilitaban además la ejecución en obra, ya que su construcción se simplifica precisamente al partir de formas rectas. El edificio en su conjunto, sin embargo, cede el protagonismo estético a la imaginería vinculada al templo, sobre todo al programa escultórico de las fachadas, en las que, cabe decirlo, también Gaudí se encargó de decidir cómo debía ser su diseño.
Para terminar, podemos señalar dos ejemplos opuestos del uso de la geometría: el primero, muy básico pero ilustrativo, la cubierta de las escuelas que Gaudí diseñó para los obreros de la Sagrada Familia y, por otro lado, el remate de las torres, en donde la combinación de elementos geométricos asume una libertad creativa casi absoluta. La cubierta del primero adquiere su forma ondulada a partir de vigas (rectas) colocadas en distinta inclinación, una solución en donde la superficie reglada se muestra de forma simple y evidente, hasta el punto de ser el elemento que más llamó la atención al bueno de Le Corbusier a su paso por Barcelona. En el segundo caso, la libertad plástica adquiere su máximo esplendor para dar forma a las terminaciones de las torres dedicadas a los 12 apóstoles. Estos elementos, que ya no cumplen función estructural alguna, parecen deshacerse de las restricciones geométricas que sí requiere el resto. Un paraboloide culmina un desarrollo de formas cristaloides que varían en su recorrido, pasando de formas piramidales a todo tipo de poliedros seccionados en las esquinas en un proceso cambiante que casi parece contradecir la aversión de Gaudí a las formas arbitrarias.

De Paula hizo varias propuestas para un primer proyecto. La de la derecha sería la escogida. Fuente

En 1883, con Gaudí ya como arquitecto, la cripta casi finalizada según el proyecto original. Fuente

Una gran donación puso en marcha la libertad creativa de Gaudí a finales del s. XIX. Fuente

Los dibujos realizados mientras Gaudí vivía no son planos definitivos, sino bocetos o aproximaciones que tenían fines publicitarios. Fuente

El uso de las superficies regladas se hace evidente en la pequeña escuela anexa al templo. Fuente

Más aún gracias al esquema de Josep M. Adell.

Los pináculos de las torres se resuelven con geometrías libres, no sometidas a criterios estructurales. Fuente

Estado de la construcción en 1926, a la muerte de Gaudí. Fuente
No es complicado asegurar que la Sagrada Familia es un proyecto vivo, más que por lo orgánico de su diseño, por la evolución a la que se ha visto empujado. Podríamos dividir el proyecto en tres partes diferenciadas. En primer lugar aparecería el planteamiento del proyecto sumado al diseño original de Francisco de Paula Vilar, el mentado templo de corte neogótico, bastante anodino, de interés histórico y por el hecho de que condicionó la forma de la cripta y la primera propuesta de Gaudí. La segunda parte comienza cuando Gaudí toma las riendas del proyecto, imponente presencia de la que ya hemos hablado y a quien se le atribuye todo el protagonismo. Pero tras su muerte la situación se complica, comienza la última parte: la, en ocasiones controvertida, continuación del templo.
Hay quien subdivide está etapa entre quien fue discípulo directo de Gaudí y los últimos directores de obra, que no tuvieron contacto con él. En el fondo la vocación en este sentido es similar, en tanto a que la forma de entender el proyecto cambia. De un proceso de innovación arquitectónica continuada promovida por Gaudí, cambiamos el sentido de la investigación, que pese a seguir siendo muy técnico, tiene por objetivo no ya explorar un lenguaje arquitectónico propio, sino trabajar en un proceso casi de exégesis (a la manera de quien intenta interpretar las escrituras sagradas) que saque a relucir cual era la intención de Gaudí con cada uno de sus diseños. El gran problema de esta segunda parte es a la falta absoluta de financiación posterior a la muerte de Gaudí, se le une la destrucción de prácticamente todo el material original con el que había trabajado en varios incendios durante la Guerra Civil.
El trabajo ha pasado por la recomposición de las distintas maquetas, la recopilación de todo el material fotográfico existente y la interpretación de aquellos elementos que quedaban sin resolver, forzando en muchas ocasiones la solución final a una interpretación formal de lo que el arquitecto había planteado aunque fuese de forma sucinta. Si Gaudí tenía claro que el proyecto no acabaría en su vida y que los arquitectos tendrían que aportar su propia visión a partir del trabajo ya realizado, el ejercicio se invierte y la visión acaba por una forma, para algunos impostada, de lo que habrían sido los deseos del “proyecto original”.
De la misma manera que no es posible ahondar mucho en todo este proceso, si que es interesante partir de la complejidad (e inventiva) que ha supuesto trabajar con un nuevo elemento constructivo, el hormigón. Que Gaudí conocía e hizo uso del hormigón está fuera de duda, de hecho el propio Eusebi Güell fue el primer empresario en abrir una planta de este material. La introducción del hormigón como material de construcción había sido planteada por él (siempre interesado en las innovaciones tecnológicas), pero la dimensión de su aplicación ha sido, en ocasiones, compleja para construcciones que habían sido planeadas en otros materiales. Experimentación con aditivos para ampliar resistencias, búsqueda de soluciones para su incorporación en obra, con sistemas híbridos entre proyección y encofrado según la complejidad de acceso, pero también la creación de nuevos sistemas de encofrado que se adaptasen a las complejas formas del diseño, incluyendo procesos mecanizados y dinámicos. Esta experimentación, junto a otras curiosidades como el elaborado sistema electrónico de control que monitorea las grietas de la iglesia a tiempo real, hacen del templo todo un dispositivo tecnológico.
Pero si la tecnología es un factor importante en la continuidad de la Sagrada Familia, su recepción social puede que lo sea más. Hay quien sostiene que el proceso de modernización supuso básicamente la readaptación de los valores religiosos a formas contemporáneas, desacralizandolos para generar nuevos significados, pero muy similares en esencia. Esta idea tiene mucha resonancia dentro de quien trata de entender el fenómeno del turismo. De hecho, Dean McDaniel, uno de los principales estudiosos de este fenómeno, sin partir de esta tesis llegó a la conclusión de que la rama de la sociología más útil de cara a tratar de entender el turismo era precisamente la sociología de la religión. Este proceso puede que sea aún más evidente en el caso de nuestro templo, que parece haber dejado atrás su función simbólica redentora para la ciudad para convertirse en el gran atractor de los millones de visitantes que la visitan cada año, consiguiendo ser sin duda la imagen más representativa de la ciudad, pero también un negocio autosostenido gracias a las visitas turísticas.

Las maquetas con las que trabajaba Gaudí completamente destruidas tras la Guerra Civil. Fuente

Fotografía de la maqueta original de la fachada de la Gloria. Fuente

Fachada de la Pasión: en los 60 la continuación del templo coge fuerza… y también las críticas.

Fachada de la Pasión casi terminada en los 70. Fuente

Toda la tecnología se enfoca en continuar un diseño que en ocasiones no se ajusta a los requerimientos del material. Fuente
Un edificio como la Sagrada Familia, tanto por su tamaño en relación al emplazamiento como por su dimensión simbólica dentro de el movimiento de masas que es el turismo moderno, no puede sino convertirse en un catalizador de todo un conjunto de transformaciones que impactan directamente contra su entorno. La presencia de este edificio se extiende por toda un área de influencia que supera con mucho su manzana, para transformar por completo la actividad y la vida del barrio (desde los tipos de negocios a la afluencia continuada de visitantes). Para muchos esta gran iglesia se ha convertido en el elemento más representativo de Barcelona, pero lo cierto es que podría decirse que la relación entre construcción y ciudad ha sido más conflictiva que pacífica, o como mucho ambas han avanzado en paralelo, sin hacer mucho caso la una de la otra durante gran parte de su construcción. Esta relación queda patente con el hecho de que no es hasta 2016 que el templo consigue finalmente su licencia de obra, cuando llevaba ya 135 años en construcción.
El inicio mismo es bastante curioso, ya que en el momento en que Bocabella compra el solar existe una propuesta de urbanización ya definida para la zona por el plan Cerdà. Esta manzana y hasta 7 adyacentes estaban reservadas para la construcción de un hipódromo, pero el plan era una propuesta aprobada por Barcelona y en el momento los terrenos pertenecían a un municipio distinto, Sant Martí del Provenzal. Esta situación de incertidumbre permitió que el proyecto comenzase a construirse, en un área prácticamente sin urbanizar, alejada del centro de la ciudad. Hasta la absorción de Sant Martí por Barcelona en 1897 la construcción siguió su marcha, sin tener en cuenta prácticamente el entorno mientras el proyecto de Gaudí seguía creciendo en superficie. El primer encaje vino con el conocido como Plan Jaussely en 1907, que como mínimo se encargó de añadir una novedad a la famosa trama cuadrícula del Eixample: una nueva vía oblicua al templo que posteriormente lo conectaría con el nuevo hospital de Sant Pau diseñado por Domenech y Montaner (actual av. Gaudí). En cierto sentido esta vía recoge la única consideración del propio Gaudí respecto a cómo entendía que debía organizarse el entorno: una plaza estrellada en torno al templo que permitiese vistas oblicuas al mismo.
La paralización de la obra hizo que poco a poco ésta fuese quedando embebida en el crecimiento de la ciudad sin una propuesta urbana que se ajustase realmente a las dimensiones del templo, que ni siquiera encajaba correctamente en los retranqueos permitidos en la manzana (de ahí que fuese necesario un plan especial para la Sagrada Familia ya en el siglo XX para que ésta obtuviese la mentada licencia). Pero el gran problema llegó cuando se reactivó la construcción del templo en los años setenta. En los frentes de la fachada de la pasión y del nacimiento se había reservado dos espacios abiertos que hoy en día se han transformado en parques, pero la fachada principal, la de la Gloria, quedaba sin resolver.
En medio de un momento en donde la continuación de las obras recibía críticas por parte de distintos grupos de arquitectos e intelectuales (con dos cartas firmadas por figuras de relevancia local e internacional en el año 65 y 70), clamando que no tenía sentido dado el material existente, la distancia temporal respecto de la muerte del arquitecto e incluso por la perdida de relevancia de la religión en la ciudad, surge el mayor punto de conflicto con el entorno: el ayuntamiento da la licencia a un nuevo bloque residencial en frente de la futura fachada de la Gloria. El problema es que el acceso requería de la construcción de una escalinata monumental que atravesaría la calle para alcanzar la manzana contraria, un espacio que ahora ocuparía un nuevo edificio habitado.
La dirección del templo exigió, no sólo la revocación de la licencia, sino la reserva de una manzana extra para abrir el acceso al templo a la avenida Diagonal. El problema es que un informe del servicio de patrimonio negaba que hubiese pruebas de que la escalinata fuese una propuesta de Gaudí, por lo tanto no podía considerarse parte del diseño original, pero además no existía reserva de suelo en el planeamiento, por lo que no había motivo para denegar la construcción. El planeamiento posterior, el PGM de 1976, sí que planteaba sin embargo un proyecto de plaza, pero claro, era una propuesta posterior a la licencia para construir el edificio de viviendas y no se podía aplicar de forma retroactiva. En 2012 el Ayuntamiento encarga un proyecto que estudie posibles soluciones que encajen con el planteamiento del PGM, pero no llega a desarrollarse urbanísticamente una vez presentado. Finalmente, en 2019 se aprueba de forma definitiva un plan urbanístico integral que completa la regularización del templ y su entorno, pero no define la solución de acceso en lo que respecta a la escalinata de la fachada de la Gloria. En todo caso, la finalización de la Sagrada Familia tal y como pretenden sus promotores (la Junta del Templo) queda por tanto condicionada al hipotético traslado de una buena cantidad de vecinos, para nada contentos con la situación. De cuál será la solución poco podemos decir más allá de que, sí así lo desea, Dios proveerá.

A principios del siglo XX el entorno del templo aún era mayoritariamente «campo». Fuente

La única propuesta urbana realizada por Gaudí es una plaza estrellada que favorecía visuales oblicuas del templo. Fuente

En vida de Gaudí, heredado de su idea, se diseña una avenida oblicua (que hoy lleva su nombre). Fuente

El plano de la iglesia (interpretación moderna) incluye una escalinata de entrada que atraviesa la calle. Fuente.

El templo enfrentado a los edificios que deberían ser demolidos en caso de continuar con el plan. Fuente

Propuesta de apertura (encargada por el Ayto. en 2012) que planteaba reducir el número de demoliciones. Fuente

horario
Hay que escoger en el proceso de compra, el acceso es diario:
De Noviembre a Febrero: de 9:00 a 18:00.
Marzo y Octubre: de 9:00 a 19:00.
De Abril a Septiembre: de 9:00 a 20:00.

precio
General: 26 € / + torres (36 €) / visita guiada (25 €)
Reducida: – € (estudiantes, parados, tarjeta rosa, familia numerosa)
¿Dónde comer?
La Taquería: una opción mexicana muy recomendable, sin lujos (platos de plástico), pero riquísima.
Oporto: restaurante portugués con plato del día, y las mejores Francesinhas de Barcelona, para quien pueda con ella.
OBSERVACIONES
- ¿HAY QUE VISITARLA? Pues tu verás, es grande, tiene esculturas, y muchas cosas bonitas. Sí es una visita que merece la pena, pero tampoco es un drama si no consigues tickets, eso sí, fundamental prepararlos un par de días antes.