TORRE DE LAS AGUAS DEL BESOS
Hoy rodeada de bloques de viviendas y de los grandes edificios construidos en la promoción urbanística de Diagonal Mar, la Torre de las Aguas del Besos quizá no define como antes el skyline del frente marítimo del Poblenou, pero aún sigue siendo un elemento de referencia dotado además de una calidad constructiva difícil de negar. Construida dentro de un proyecto fallido de abastecimiento de agua potable en Barcelona, pasó a formar parte de la empresa Material per a Ferrocarrils i Construccions, S.A. (MACOSA), en las instalaciones conocidas popularmente como fábrica Can Girona.
Las transformaciones olímpicas forzaron el desplazamiento de la empresa de cara a renovar la imagen del barrio y la torre quedó como último vestigio de esta gran industria. La adquisición por parte del ayuntamiento vino seguida de la restauración de la obra de Pere Falqués, y hoy en día además de como muestra de la belleza que podían alcanzar ciertas obras industriales, se realizan visitas guiadas los fines de semana para conocer su historia, dando acceso a al mejor mirador de la zona.
¡ESTAMOS TRABAJANDO EN ELLO!
Pese a que la vida útil de la Torre de las aguas del Besós estuvo totalmente vinculada al funcionamiento de la fábrica anexa, el origen del proyecto iba por un camino distinto a su uso industrial, de hecho, el objetivo era construir una instalación que facilitase el acceso al agua potable subterránea proveniente del cauce del río Besós. Con este propósito, el de explotar el acuífero, y gestionar la comercialización del agua se fundó en 1882 la Compañía General Anónima de Aguas de Barcelona, Ladera Derecha del Besos. La idea por tanto era construir una torre de extracción con un par de depósitos en altura que favoreciesen la presión del agua al distribuirla.
La necesidad que acompañaba el proyecto era evidente: el abastecimiento de agua potable en Barcelona solo garantizaba a mediados del siglo XIX una media de algo más de 19 litros por persona y día. Aún hoy la UNESCO establece el mínimo en 20 litros por persona, y eso teniendo en cuenta que difícilmente puede posibilitar una higiene corporal completa, ni mucho menos del hogar. Menos de 50 litros es una cantidad complicada y actualmente se consumen en torno a 137 litros por persona cada día. Es fácil pensar que, en este contexto, la expectación por la construcción de una torre que prometía duplicar el abastecimiento en una parte importante de la ciudad, no era sólo por su espectacularidad como obra de ingeniería.
Esta expectación generaba grandes posibilidades para el negocio a quien aportase un extra de agua potable. En la zona se conocía la existencia de agua, en tanto que ya había un pequeño pozo previo, conocido como Pozo Sajón (que había servido para abastecer a la primera fábrica de cervezas Damm), y las primeras prospecciones solo aportaron buenas noticias: se podrían obtener unos 12.000 litros diarios de agua, que además según los análisis químicos realizados eran perfectas para el consumo y riego. Podríamos aquí recurrir ante el giro de guión que se venía encima a la frase latina «nomen est omen» (el nombre es un presagio, o un signo). Como un pequeño augurio del destino, el apellido del presidente de uno de los socios en la empresa y a su vez químico que llevó a cabo los análisis, José Canudas Salada, aventuró un problema futuro. La extracción de agua derivó rápidamente en un acceso de agua de mar, lo que la dejaba demasiado salada para consumo o riego, provocando la bancarrota de la compañía, que tuvo que vender la torre no sin que a su principal inversor le diese tiempo a suicidarse saltando desde ella. Primero fue adquirida en 1895 por la Sociedad General de Aguas de Barcelona, pero con el paso del tiempo será la empresa propietaria de la fábrica metalúrgica Can Girona la que la comprará en 1922. Las progresivas ampliaciones de este gran recinto industrial habían acabado por acercarse a la torre, abriendo así la posibilidad de darle un uso productivo al abastecimiento de agua.
La abrupta caída de la compañía no solo provocó el traspaso de la propiedad de la torre, sino también que no se finalizase el proyecto completo. Precisamente en relación a éste último es donde entra otro personaje muy vinculado al lugar, el arquitecto Pere Falqués, por entonces arquitecto del ayuntamiento de Sant Martí de Provençals. Falqués llegaría a ser arquitecto municipal de Barcelona y además de distintas intervenciones de renovación urbana (Plaza de Cataluña, Parque de la Ciudadela…), del diseño de las famosas farolas-banco del Paseo de Gracia (y las del Paseo San Juan y la Av. Gaudí…); era en la época el director facultativo de la compañía encargándose del diseño de la torre.
Falqués, de la misma generación que Domenech i Montaner, del que fue compañero de estudios en Madrid, estaba influido por las corrientes previas al modernismo, donde se iba desarrollando un uso cada vez más elegante del ladrillo visto, las construcciones en forja, el acabado con materiales cerámicos y todo el espectro de técnicas artesanales que explotarían junto con este estilo. Los materiales cerámicos utilizados en el proyecto necesitaban, por las condiciones que tendrían que soportar al paso y presión del agua, ser de una calidad elevada, lo que combinado con la definición del propio proyecto con elementos como la pequeña escalera superior construida con una fina bóveda de rasilla a la catalana, el acabado general del ladrillo caravista, o el mismo tamaño del conjunto, lo acabaron por dotar de una monumentalidad más que evidente. Podría haber sido aún mayor si se hubiese continuado la construcción hasta los 80 metros que marcaba el proyecto original que incluía dos depósitos en diferentes alturas. Un primero que se alzaba hasta los 51 metros que la torre alcanza en la actualidad, y el segundo que se alzaba a la máxima altura para aumentar el alcance de la capacidad de abastecimiento.
¡ESTAMOS TRABAJANDO EN ELLO!
Ya hemos visto como frente al fracaso a la hora de tratar de convertir la instalación en un sistema de extracción de agua potable, la Torre de las Aguas pasó a formar parte del recinto industrial conocido popularmente como Can Girona. El origen de estas dos construcciones no tienen sin embargo ninguna relación, fue el crecimiento del segundo lo que acabó provocando la absorción de la torre como un elemento más.
Can Girona nace de una de las familias más importantes del siglo XIX en Barcelona (propiedad, para sorpresa de nadie, de la familia “Girona”). Hijos de un banquero bien posicionado, de entre los hermanos, él más relevante fue Manuel Girona. Banquero, empresario, industrial, alcalde y todo lo que la más alta burguesía podía llegar a aspirar en la ciudad. Durante la segunda mitad del mencionado siglo no hubo obra en Barcelona que no contase con su participación o consejo. De entre los puntos más destacados de su curriculum vitae encontramos la fundación de los Altos Hornos de Vizcaya, del Banco Hispano de Crédito (junto a su hermano Jaime), o construcciones como el canal de Urgel, vías ferroviarias e incluso la promoción de la nueva fachada de la catedral de Barcelona, que se construyó en gran parte gracias a su dinero (y para la que él mismo hizo un diseño sobre el que se partió para el definitivo). Pero en este caso, pese a contar posteriormente con su colaboración, fueron sus hermanos Ignasi y Casimir quienes fundaron en 1859 la Ferreria de la Mare de Deu del Remei.
La estrategia de producción, a falta de una materia prima de calidad aceptable, pasaba por la reutilización de chatarra para la obtención de hierro y el aprovechamiento de la hulla barata procedente de Francia, utilizando un carguero que tenía ya un recorrido marcado para el transporte de productos valencianos por abaratar costes. Si bien el centrarse en esta producción les sirvió para mantener costos económicos bajos, la escasez ocasional de materia prima y la poca demanda, más aún teniendo en cuenta la potencia de una empresa de la competencia como la Maquinista Terrestre y Marítima, provocó unos comienzos algo inestables en donde la fabricación de estructuras de hierro forjado fue lo único que mantuvo la empresa a flote. Pero entre 1876 y 1877 una revisión al alza de los aranceles en España generó la posibilidad de participar de forma continuada en la construcción de la red ferroviaria del país. Era precisamente ésta (establecer como primera vía de negocio la producción de material ferroviario) la principal apuesta de Ignasi y Casimir, por lo que con su hermano Manuel como su principal socio capitalista, y fusionándose con una empresa que fabricaba carruajes, Baucells, Gallisà i Cia., fundaron en 1881 Material per a Ferrocarrils i Construccions S.A. A partir de la construcción del primer vagón en 1882, los Girona se convirtieron en los principales fabricantes ferroviarios de España hasta que en 1904 comenzaron a surgir competidores. Desde esta fecha comenzó un proceso de retracción que impulsó diversas mejoras entre las que cabe destacar la introducción de un horno Martin Siemens que les permitió empezar a generar su propio acero. Pese a todo, la caída progresiva de la cuota de mercado sólo se frenó gracias a la Primera Guerra Mundial en primera instancia y posteriormente debido a una nueva política arancelaria en 1922, momento en el que la torre pasaría a ser propiedad de la empresa, funcionando como depósito de aguas.
La producción en Can Girona comenzó progresivamente a diversificarse, el impulso al consumo tanto público como privado propiciado por la celebración de la Exposición de 1929 y la rápida adaptación a la fabricación de material para la industria automovilística (gracias a su experiencia en la construcción de locomotoras y vagones). Durante esta época, llegó a ocupar a más de 2000 operarios, de los que unos 150 se encargaban de la producción de acero en los altos hornos. La siguiente etapa llegó en 1947, con la fusión con Construcciones Devis S.A., una empresa de fabricación de vagones valenciana para formar finalmente Materials i Construccions S.A., más conocida como MACOSA. A partir de este punto la producción de trenes se trasladó mayormente a valencia, mientras que la fábrica de Barcelona se especializa en trabajos de acero laminado, principalmente relacionados con la industria automovilística. Poco más queda de la historia que el definitivo cierre de la fábrica tras la fusión con la Maquinista Terrestre y Marítima en los años 80 y su posterior demolición. Del conjunto sólo quedan en pié una de las chimeneas y la torre de abastecimiento de agua que protagoniza nuestra carta, quizá un legado algo escaso pero bastante digno en el último caso. El espacio que dejó libre se utilizó como parte de ese gran pelotazo urbanístico que fue Diagonal Mar.
¡ESTAMOS TRABAJANDO EN ELLO!
Una de las cuestiones que ha definido la evolución industrial en Barcelona ha sido la proliferación de pequeños productores industriales: talleres, fábricas de pequeño o mediano tamaño, producciones reducidas… Más allá de las grandes empresas textiles de la primera revolución industrial, algunos ejemplos de empresas metalúrgicas, e incluso otros vinculados al sector químico, lo que hace de Barcelona la mayor urbe industrial de España es en gran parte el enorme número de pequeñas industrias que fueron surgiendo con el paso de los años. El ejemplo más claro sería sin duda el distrito de Sant Martí de Provençals, el mayor entorno fabril de todo el país durante muchos años, sin que en ningún momento haya existido ninguna de las factorías más grandes (cosa que sí sucedió en Barceloneta, Sants o Sant Andreu, por poner un ejemplo de la misma Barcelona).
A lo largo de toda esta web es notable sin embargo que hay una sobrerrepresentación del sector que dió alas a la industrialización catalana, el textil. La cuestión es que por un lado, la mayor parte del patrimonio industrial conservado pasa por tener, como mínimo en origen, relación con este campo; y por otro, que realmente fue el sector textil el que dominó la ciudad durante muchos años. Para hacernos una idea del peso económico en origen, podemos señalar como en 1820, cuando se creó la Comisión de Fábricas de Barcelona (primera patronal de la ciudad), estaba exclusivamente formada por empresarios algodoneros, sólo a mitad de siglo entraron los primeros agentes de otras ramas productivas. Es solo con el paso de bastantes años que la importancia de este sector, innegable en los comienzos, pasa a perder peso relativo rápidamente a partir del segundo tercio del siglo XX, aunque incluso en el primer tercio ya daba claros signos de estancamiento.
Es obvio por otro lado que la potencia industrial de la ciudad ha permitido que otros sectores ganasen cierta relevancia por momentos. Un caso bastante llamativo es el del chocolate. Este producto de consumo fue durante siglos un elemento representativo del guto de las clases más altas de la ciudad y la empresa más importante del sector supo aprovecharse de ello: aún presente en la ciudad, la familia Ametller (que nada tiene que ver con los supermercados que hay por Barcelona) consiguió ganarse una presencia importante entre la burguesía del momento. Es fácil intuirlo en tanto a que llegaron a construir su residencia en una de las manzanas más importantes del Eixample junto con los Batlló y los Lleó Morera. La casa Ametller fue de hecho una de las primeras casas modernistas que lanzaban un alegato en contra de la regularidad constructiva del nuevo ensanche gracias al proyecto de transformación de Puig i Cadafalch. Este arquitecto se unía a uno de los cartelistas más famosos del Art Nouveau, Alfons Mucha, para realizar trabajos que representasen no sólo a la marca, sino también a la familia que durante tres generaciones la mantuvo como uno de los referentes chocolateros del estado.
Otra familia vinculada al poder de la ciudad tiene su presencia cerca de la plaza Cataluña, los Rocamora. Esta familia fue propietaria de una de las mayores industrias químicas de la ciudad, centrada en la producción de jabones y que durante años fue una de las de mayor tamaño operando en la misma, así como una de las más exitosas en cuanto a ventas a escala internacional, en tanto que sus mayores clientes eran las, todavía, colonias españolas.
A estas producciones se le suman todo tipo de producciones distribuidas por la ciudad que han dejado de una forma u otra su pequeña huella en la misma. Myrurgia fue una conocida marca de perfumes y cuya fábrica central, construida muy cerca de la familia, es un ejemplo genial y casi único en la ciudad de la arquitectura art decó, diseñada por Antonio Puig i Garalt e influenciado ya por los aires de racionalidad que traían los nuevos arquitectos del siglo XX. En la rambla vemos asomar un dragón en la casa Bruno Cuadros, un edificio de aire orientalista propiedad de la familia que se había enriquecido gracias a la fabricación de uno de los complementos de mode a finales del siglo XIX, los paraguas y las sombrillas. Helados, cervezas y bebidas alcohólicas, juegos, editoriales o empresas de artes gráficas, e incluso producciones de yogurt y leche pueblan la ciudad como pequeños residuos constructivos de cuando la ciudad era todavia el espacio productivo central del territorio.

horario
Actualmente el acceso está cerrado por reformas

precio
Por ahora sólo se puede mirar desde fuera, y eso es gratis
¿Dónde comer?
Tras Paso: Bar-restaurante con comida de cierta inspiración francesa. Un toque cutre que puede asumirse.
La Cantina Palo Alto: en otro de los recintos industriales de la zona, tiene un menú diario muy recomendable entre semana.
OBSERVACIONES
- ¿MERECE UNA VISITA? No es un sitio particularmente interesante para turistas, pero sí que es un punto a conocer para quien vive aquí. Más aún cuando en la zona puede combinarse con otros eventos como el mercado de Palo Alto o uno de los múltiples festivales organizados en el Fórum.