CAN RICART
Can Ricart fue uno de los mayores conjuntos fabriles de Barcelona, el principal del entorno del actual barrio del Poblenou, que a su vez era el espacio donde el desarrollo industrial generó un mayor impacto. Por su tamaño como conjunto sólo era comparable a los dos complejos que tomaron el nombre de Can Batlló, el de la calle Urgell y el que sería construido en La Bordeta, o la España Industrial en Sants. Se perfiló prograsivamente como una de las principales industrias textiles de la ciudad, llegando a ser una de las más longevas.
Además de su valor en sí, esta edificación llegó a alcanzar un espacio simbólico difícil de encontrar en otros casos por la intensidad del movimiento a favor de su conservación. Prueba de ello es que lo que resta del edificio tiene la protección más elevada posible respecto al patrimonio, casi única en el caso de un edificio industrial. Después de idas y venidas respecto a la posibilidad de que fuera derruido, la parte conservada ha pasado por varias propuestas de reutilización, con un proyecto diseñado por Benedetta Tagliabue, aprobado pero sin presupuesto, hasta llegar a la actual situación, cedido a la universidad de Barcelona.
La relación de Jaume Ricart i Guitart con la industria textil venía de antes de la creación de su fábrica de Poblenou. Había empezado a trabajar como empresario en el hilado, tejido y estampado de algodón desde el primer cuarto del siglo XIX, con centros abiertos en Barcelona para cada una de las funciones mencionadas, en 1832, 1833 y 1848 respectivamente. Pero para su principal inversión se traslada al municipio de Sant Martí entre los años 1852 y 1854, fundando la empresa Jaume Ricart i Fill, que acabaría por dar paso a la gran fábrica de estampados situada en uno de los laterales de la carretera de Mataró (hoy conocida como Pere IV).
Estamos hablando por lo tanto de los primeros años de implantación industrial en Sant Martín de Provençals, momento del que prácticamente no quedan más ejemplos construidos en pié, siendo la de Ricart una de las pocas empresas que superó los primeros años sin transformar sus instalaciones (que no sin renovarlas). Esta longevidad puede que devenga del hecho de que la fama conseguida por la calidad de los tejidos producidos fuera de las más altas de Barcelona. Y a su vez este éxito fue debido en gran parte a que Ricart i Fills controlaban en sus fábricas la práctica totalidad del proceso productivo: el hilado se llevaba a cabo entre Castellbell i el Vilar (a partir de las ampliaciones de 1875, ya que anteriormente tenían una pequeña fábrica en el Raval), y el mismo Sant Martí; para la tejeduría se transportaba el hilo a Manresa; y el tejido se volvía a traer a Can Ricart para el blanqueado, el teñido y los estampados, que además se realizaban con cilindros grabados por diseñadores de la misma empresa, algo no demasiado común en la época.
A esta particularidad se le ha de sumar que por lo general, la industrialización del Poblenou se centró en compañías de tamaño medio que nunca llegaron al volumen productivo de otras como la España industrial, Can Batllò u otros ejemplos fuera de Barcelona, como la Colonia Güell. En este sentido, ante la desaparición de grandes espacios como la macosa, la España Industrial u otros tantos recintos, el conjunto de Can Ricart es otra rara avis en relación al patrimonio fabril que ha llegado en pié a nuestros días, ya que en términos relativos es el único ejemplo de la primera generación de fábricas comparable a éstos tamaños que se ha mantenido en pié. Para hacernos una idea del peso de la fábrica, si bien al comenzar no era sino una más de las trece fábricas de estampados que habían surgido en el Poblenou, con el paso de los años llegó incluso a igualar en ventas a la mayor fábrica textil de Barcelona en el siglo XIX, la España Industrial.
Como gran parte de las fábricas textiles, la empresa fue perdiendo peso con el avance de la segunda revolución industrial, y a partir de los años veinte, ya como “Hilaturas Ricard S.A.”, comenzaron a realquilar espacios de la fábrica para pequeñas producciones. Esta conversión en una forma temprana de parque industrial cerrado fue un hecho bastante común entre las grandes industrias textiles. Las pequeñas empresas productoras de distintos tipos de mercancías (tintes, jabón, papel, productos químicos…) se aprovechaban de los servicios comunes que se iban instalando en el recinto. Lo curioso de este proceso es como en cierto sentido mostró continuidad hasta la clausura definitiva del conjunto en el año 2005, sólo que las últimas empresas en instalarse fueron pequeños talleres, o espacios de creación más vinculados al arte que a la producción industrial (que no fue más allá de 1992).
Podemos hablar por lo tanto de un patrimonio, que más allá de haberse convertido en un ejemplo de la capacidad de la acción social como medio para impulsar la conservación, adquiere valor propio como documento único para explicar todo el proceso evolutivo de la industrialización en el Poblenou, desde su génesis a los últimos estertores de la producción fabril en el interior de la ciudad contemporánea.

Localización de la fábrica de estampados cuando acababa de ser construida, aún con la ciudadela en pie.

Una estampa de publicidad de la fábrica de tejidos de Ricart i cia.

Grabado de la fábrica elaborado en 1888. Recuperado del estudio patrimonial del recinto.

Fotografía de la fachada principal de la fábrica en torno a 1870

Imagen aérea del conjunto industrial antes de que su degradación estuviese tan avanzada. Fuente
El diseño del edificio forma parte de la evolución histórica de los procesos de trabajo en las fábricas, ya que es de los primeros casos en donde nos encontramos una distribución de gran superficie y baja altura, frente a los primeros ejemplos que tenían que recurrir a bloques de varias alturas que facilitasen la transmisión del movimiento para la elaboración de un único producto por lo general. El arquitecto, Josep Oriol Bernadet, fue también presidente de la asociación de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona. Desde esta posición investigadora y academicista es que elaboró uno de los primeros modelos de recintos fabriles mecanizados, una voluntad modelizadora y de racionalización (en el sentido de una busqueda de tipologías constructivas que se adaptasen a las necesidades modernas) que se extiende a otros de sus proyectos, de los que cabe destacar el balneario de la Puda en Montserrat (1846) o el Instituto Mental de la Santa Creu, actualmente sede de distrito en Nou Barris (1857).
El proyecto en sí está formado por una serie de edificaciones de un claro aire clasicista, que dan forma a un conjunto compuesto por éstas y las vías de comunicación internas y espacios libres internos que conectan las distintas actividades. Todo ello organizado en base a una composición que pretendía favorecer la continuidad de los distintos procesos de tratamiento del tejido y finalmente su estampación (que también incluía la elaboración de los tintes, la fabricación de los rodillos de cobre grabados que se utilizaban para estampar, y el diseño de los motivos y dibujos que se utilizarían). Tras la muerte de Josep Oriol Bernadet, la familia Ricard comenzaría a contar con otro maestro de obras de renombre para las siguientes ampliaciones de la fábrica, Josep Fontseré, que acabaría por diseñar varios edificios privados para la familia.
Del conjunto original sobresalen la chimenea de ladrillo visto, y la característica torre del reloj situada sobre una de las naves. La superficie de la fábrica como tal se mantuvo estable desde la última intervención en 1883, hasta que en 1920 comenzaron a realizarse ampliaciones peor calidad, pero útiles a la adaptación al momento en el que también se incrementaron las particiones interiores de cara a alojar las pequeñas empresas que alquilaban espacios. La historia más reciente incluye por tanto una serie de añadidos que se podría decir que no tenían interés en sí mismos, pero servían para explicar la continuidad del recinto como un todo productivo. Un hecho sorprendente en el proceso de catalogación del edificio como Bien Cultural de Interés Nacional (la mayor gradación existente en la normativa urbanística) fue la decisión de reducir lo conservado un tercio respecto a lo que se planteaba desde las propuestas de defensa, llevándose por delante algunas de las construcciones más antiguas. En todo caso es este proceso de conservación el que define la situación actual del conjunto, por un lado en los términos de la lucha vecinal que trataremos más adelante, y por otro como una serie de propuestas de intervención que han llegado a plantearse sobre el mismo, sin que hasta ahora haya podido materializarse ninguna. El estado actual deriva precisamente de esa falta de actuación, muy relacionada en realidad a la crisis de 2008, que dejó sin fondos a cualquier propuesta existente, pero también de la propia incomprensión institucional de un patrimonio que podría haber estado orientado a los intereses locales, y no tanto a contenedores culturales algo ajenos a éstos.
Pese a esto no deja de ser interesante mencionar cómo ha sido la evolución de estos proyectos, que han sido básicamente tres. En primer lugar la propuesta de conservación planteada desde el «Grup de Patrimoni Industrial del Forum de la Ribera del Besos». El que podríamos definir como el sector más académico de los que lucharon por la protección del conjunto de Can Ricart, plantea una intervención elaborada desde una investigación arqueológica extensa. El proyecto se presenta como un instrumento más en la argumentación frente a la demolición de la fábrica. En esta línea, lo que se proponía era una intervención que seguía un criterio de restauración más estricto, es decir, definir qué ha de conservarse llevándolo a un estado lo más próximo al original, partiendo de esa recuperación para elaborar un plan de usos que incluía la participación de muchos de los colectivos que involucrados previamente en la defensa del recinto.
Una vez decidida la conservación de gran parte de la antigua fábrica se dió paso a un proyecto con mayor vocación rentista, o por lo menos menos sensible a nivel patrimonial. Los edificios centrales de Can Ricart alojarían una nueva institución cultural, la “Casa de les Llengües”, un subproyecto museístico derivado del Fórum de las Culturas que se construiría según una propuesta del estudio EMBT, que consiguió ganar el concurso de ideas. El proyecto tomaba el edificio de Can Ricart como punto de partida pero para transformar su fisonomía, una forma completamente distinta de entender la conservación del patrimonio, en donde los valores propios del conjunto quedaban supeditados a la búsqueda de una nueva obra de arquitectura. Como extra en la presentación del proyecto, la nueva intervención en la zona urbana contaría con la construcción de un importante parque de oficinas en edificios de hasta 12 plantas en los solares que rodeaban el conjunto. Las dificultades económicas de los años de crisis dieron al traste con las posibilidades de seguir adelante con esta gran operación, y es aquí donde entra en juego el último proyecto, que parece definitivo, aunque lleve años bloqueado a la espera de financiación: una nueva sede para la Universidad de Barcelona. Una intervención mucho más conservadora de la que por ahora solo están en marcha algunas acciones de consolidación y mantenimiento. Además de otros usos por definir, el antiguo complejo industrial cuenta ya con un Casal para Jóvenes y el centro de creación HANGAR, presente en las naves desde 1996.

Uno de los alzados del edificio original de Josep Oriol Bernadet. Fuente

El Instituto mental de la Santa Cruz en la zona de Nou Barris. Uno de los proyectos más importantes del arquitecto.

Can Ricart en 1930, actuando cómo un parque empresarial

Propuesta de conservación elaborada por el Grup de Patrimoni Industrial.

El proyecto de EMBT para la adaptación del espacio de cara a acoger a la «Casa de les Llengües».

Propuesta volumétrica del aprovechamiento urbanístico en el entorno de Can Ricart.

El «Campus de les Arts», una de las ideas para la recuperación del espacio para la Universidad de Barcelona.
Una de las situaciones que se repite una y otra vez cuando tratamos el patrimonio industrial es que, por sorprendente que parezca, la defensa más intensa respecto a su protección viene desde los propios vecinos. Lo que podrían entenderse como espacios vinculados a la mera rutina laboral de la antigua industria, se transforman sin embargo en elementos muy representativos de la identidad de ciertos barrios. Este punto suele chocar además con los intereses especulativos, que siempre irán en la dirección de reutilizar el espacio (el suelo debajo de él, siendo más específico) para operaciones más beneficiosas de cara al retorno de inversión privada que la conservación y transformación de equipamientos industriales. Pero también en contra de muchas de las administraciones públicas, que no suelen entender el valor patrimonial de dichos edificios, en tanto que no tienen el potencial turístico o características tan llamativas como para considerarlos estéticamente relevantes frente al posible valor de nuevas construcciones. En este sentido, el caso de Can Ricart es uno de los ejemplos más evidente en donde la triple situación descrita se presenta con toda claridad.
Desde que se utilizan los instrumentos del urbanismo moderno y se retoma la preocupación por la defensa (en términos amplios por lo menos) del patrimonio arquitectónico en España, básicamente desde el final del franquismo, el valor que se le ha asignado a los edificios construidos para contener actividad industrial ha sido, aún creciente, bastante escaso en la ciudad de Barcelona. De hecho hasta hace poco no existían demasiados ejemplos incluidos en catálogos de patrimonio pese a que casos anteriores como el Vapor Vell en Sants, Fabra i Coats en Sant Andreu, o Can Felipa en el mismo Poble Nou habían logrado salvarse del derribo gracias a la presión vecinal por transformar los espacios en dotaciones públicas. Además, centrándonos en el caso de Poblenou, la presión era aún mayor si cabe, puesto que desde el año 2000 un programa de transformación urbana a escala del distrito pretendía modernizar el área, reclasificando lo que hasta el momento había sido suelo destinado a la industria, con primacía para usos vinculados tanto a nuevos negocios tecnológicos como al comercio y producción de las TIC, conocido como el plan 22@.
La realidad es que la presión urbana se disparó y los intereses inmobiliarios marcaron gran parte de la agenda del programa y, una vez más, el suelo mismo era un negocio mucho más interesante que cualquier actividad que hubiese sobre él. Cuando decimos actividad es además en este caso literal, puesto que las instalaciones no estaban abandonadas, sino que existía una red de pequeñas empresas, que pese a lo pobre de las instalaciones y la degradación del espacio, continuaban plenamente activas. Dos cuestiones suponen cierta contradicción en este punto, por un lado, que en realidad existía un tipo de actividad económica potencialmente sostenible que el plan expulsaba y, por otro, que el interés por la conservación del paisaje industrial del Poblenou ya estaba incluido en el discurso del nuevo plan, pero en principio solo se materializó en un pequeño catálogo que básicamente protegía chimeneas u otros espacios ya protegidos anteriormente, olvidándose de las grandes factorías, y por supuesto de can Ricart.
A partir de este punto entra en acción una asociación capital para entender la defensa del conjunto, el Grup de Patrimoni Industrial del Forum de la Ribera del Besos. El trabajo de este grupo venía de atrás, habiendo colaborado proviamente con otras asociaciones de barrio para intentar frenar el derribo de algún edificio (como la antigua Fábrica de Extractos Tánicos). En Can Ricart se encargará desarrollar un análisis académico y divulgativos del edificio y su historia, pero además desde una postura propositiva que no paraba de generar nuevas ideas de uso y conservación, no sólo del espacio, sino del patrimonio industrial en su conjunto en el barrio. En resumidas cuentas, el grupo se erigió como principal defensor de la dimensión patrimonial del conjunto en distintas jornadas y publicaciones. Frente a fracasos anteriores, en Can Ricart se actuó con mayor celeridad, aprovechando el hecho de que el espacio mantenía un uso productivo, por lo que las empresas se pusieron de parte de la defensa, apoyada a continuación por buena parta de los vecinos del barrio que entendían que no se estaba teniendo en cuenta la historia del mismo en los procesos de renovación urbana.
A partir de este punto la Asociación de Vecinos del Poblenou se convertiría en el principal cauce de intermediación entre los distintos colectivos de vecinos, con el Ayuntamiento y los propietarios de la fábrica. Pero la plataforma protagonista de todo el proceso para la protección de la fábrica sería “Salvem Can Ricart”. Ésta facilitó la colaboración de todos los colectivos involucrados a favor de la conservación de la fábrica, manteniendo una intensa actividad divulgadora sobre la situación del proceso. Distintas asociaciones como colectivos de artistas, vecinos, e incluso empresas que mantenían talleres en el interior de la fábrica se unieron en esta plataforma para luchar contra su derribo. Cuando en 2005 se produjo el primer intento de desalojar a las pequeñas empresas que operaban en el recinto, las campanas de las iglesias del Sagrado Corazón y Santa Maria del Taulat comenzaron a sonar, y una rápida difusión por SMS convocó una concentración relativamente numerosa en la puerta, tal y como había preparado la plataforma. Pese a que se consiguió detener en un primer momento, e incluso se llegaron a levantar barricadas para evitarlo, el desalojo acabó por producirse antes de la catalogación de la fábrica. Lo mismo sucedió con uno de los proyectos más interesantes organizados en el espacio, la “Nau 21”, un colectivo que investigaba con las tecnologías de la información, desde la defensa del software libre y que se encargó de organizar toda la estructura informática de vigilancia frente al posible derribo del recinto. En este proceso, Can Ricart se había transformado en un símbolo de la lucha por la defensa de la identidad del barrio, lo que facilita la organización de futuras movilizaciones.
Desde este punto el debate sobre la protección de Can Ricart se diversificó, por un lado la voluntad de parte de la ciudadanía de conservar lo que entienden como un elemento identitario por encima de intereses mercantiles frente a los que defendían cualquier proyecto de renovación por agresivo que éste fuese con el patrimonio y, por otro, la discusión académica sobre hasta qué punto era este elemento importante. La posición conservacionista defendía que la integridad del conjunto era fundamental en tanto a que era precisamente lo que transformaba la fábrica en un ejemplo único en la ciudad, mientras que la propiedad, evidentemente, pretendía demoler todo para aprovechar al máximo las plusvalías urbanísticas. El ayuntamiento optó por una solución salomónica entre propiedad y la conservación, aunque bastante arbitraria en tanto a que protegió un 67% de la fábrica, dejando fuera alguna de las naves originales, contradiciendo los propios criterios de conservación que habían defendido. El hecho es que mientras se anunciaba la protección de parte de la fábrica “se” produjo (teniendo en cuenta que el pronombre impersonal se cuenta como hipótesis algo forzada en este caso) un incendio que se llevó por delante parte de las naves desprotegidas facilitando su demolición. Demolición que estaba en riesgo en tanto a que la fábrica se encontraba en proceso de adquirir el grado más alto que puede adquirer un bien cultural, lo que de facto eliminaba la posibilidad de tocar los espacios protegidos o el entorno, es decir, forzaba a conservar la fábrica entera. El resultado nos acerca a la actualidad, un espacio considerado Bien de Interés Nacional desde 2008 (la protección patrimonial más alta posible), a la espera de encontrar un contenido que permita su reinserción en la actividad de la zona, que si nada cambia estará principalmente vinculado a la Universidad de Barcelona conjuntamente con otros colectivos de menor tamaño y servicios para el barrio.

Can Ricart desaparecía con el proyecto residencial de 2002

Distintas empresas todavía operaban en la antigua fábrica, cuando se aprobó su demolición. Fuente

Los intereses por la conservación del patrimonio no suelen ir de la mano con los planes de renovación urbana.

Los vecinos han sido una de las partes más activas en el proceso de conservación. Fuente

Can Felipa, una antigua fábrica de seda que sí fue transformada en centro cívico para el barrio.

El incendio de la torre y una de las naves fue uno de los puntos más críticos de la historia reciente del conjunto.

La parroquia del Sagrado Corazón a principios de siglo. Participe en 2006 de la protección del conjunto con sus avisos.

El acceso incontrolado a la fábrica y el descontrol generalizado han sido la norma durante muchos años. Fuente

Plano de las empresas que tenían actividad en Can Ricart elaborado como protesta ante los desahucios. Ver al completo aquí

horario
Por ahora la mayor parte del espacio es inaccesible desde más allá de una vuelta por el perímetro. Solo el espacio ocupado por HANGAR (centro de producción e investigación artística) está actualmente en uso y es accesible para determinados eventos.

precio
–

web
Por ahora ninguna de las instalaciones está completamente operativa, en ocasiones se organizan eventos, anunciados normalmente a través de la Taula Eix Pere IV
Hangar: hangar.org
¿Dónde comer?
La zona está todavía en proceso de renovación, así que lo más fácil es acercarse a la Gran Vía y:
Bar Restaurante Gran Vía: algo muy clásico, buen menú de mediodía y algunas raciones.
Pizza Bull: una pizzeria pero al estilo de Chicago, masa gruesa y una buena cantidad de ingredientes.
OBSERVACIONES
- ¿MERECE UNA VISITA? No estamos en la actualidad ante un punto, digamos accesible, de la ciudad. Hasta que no termine el proceso de reforma sólo es posible acercarse a las vayas que bloquean el acceso a las naves principales. Cabe estar atento a los eventos que puedan organizarse desde el colectivo HANGAR.