ESCUELA INDUSTRIAL (CAN BATLLÓ)

Pese a la transformación sufrida con el paso de los años, aún se conservan elementos de la que fue una de las mayores fábricas que se construyeron en el Ensanche. Además, la vocación de la escuela que sustituyó la fábrica siguió siendo la de promover el desarrollo industrial de Cataluña, librándose de la explotación de los trabajadores para pasar a encangarse de su formación. La gran chimenea monumental, el antiguo edificio de hilado hoy conocido como el “edificio del reloj” y la sala central de tejeduría, hoy subterráneo del edificio central son, aún a modo de cascarón reconfigurado interiormente, prueba de la antigua actividad del edificio.

Los Batlló fueron una de las familias más importantes vinculadas con el textil en Barcelona, y de la residencia de uno de sus descendientes nace el edificio de viviendas más conocido de Gaudí. La historia de la fábrica no fue demasiado extensa, la conflictividad laboral y los problemas de abastecimiento de materia prima acabaron a los pocos años con ella. Pero el espacio se rehizo para alojar una de las primeras universidades técnicas de Cataluña. Hoy, el recinto es accesible en parte y los distintos edificios acogen sedes universitarias y educativas, así como.otros organismos públicos.

Imagen de la situación actual (click para ver en tamaño completo)

LA FÁBRICA DE LOS BATLLÓ

El proyecto de la construcción de la fábrica Can Batlló tiene de particular que es una de las pocas formas de ocupación de manzana que sigue la lógica planteada por el proyecto de ensanche de Ildefonso Cerdá, de hecho él mismo autorizó la posibilidad de unificación de las cuatro manzanas en donde se instalaría el conjunto, una participación directa en la construcción del Eixample que solo se repite con el conjunto de viviendas del cruce entre la calle Roger de Llúria y Consell de Cent, y la ubicación de la sede de la Universidad de Barcelona diseñada por Elías Rogent en la Gran Vía. Más allá de la anécdota, esto nos permite entender cómo, pese a la fuerte orientación higienista de Cerdá, sí creía posible y necesario generar una industria potente en el interior de su ciudad, siempre y cuando se mantuvieran los estándares de baja densidad y espacio libre asociado a su proyecto. Con todo, la fábrica se convirtió rápidamente en el elemento que aceleró la construcción de un pequeño barrio en torno a ella.

Conocida la importancia del proyecto dentro de la trama de la ciudad toca hablar de los orígenes de la propia fábrica, y para ello no cabe sino mencionar a los siete hermanos que componían la familia de industriales Batlló. En la primera mitad del siglo XIX son ya propietarios de pequeños talleres industriales con algo menos de 50 telares cada uno en el centro de Barcelona. El proyecto de una factoría de mayor tamaño en donde se llevase a cabo todo el proceso, desde el hilado al teñido y acabado, ya era algo pensado desde finales de los 50 del siglo XIX. Pero para 1870, con la fábrica recién puesta en marcha, ya quedaban sólo dos de los hermanos en activo, Feliu y Joan Batlló. El primero se había casado con su sobrina obteniendo la mayor parte que una sociedad que habían fundado con un tercer hermano Jacint, y tras seis años decidieron disolver la sociedad para que Feliu se encargase enteramente de la gestión de la fábrica. Joan por su parte fue el principal promotor del conjunto industrial Can Batlló en La Bordeta.

En lo referido la arquitectura, la dirección del proyecto le fue concedida en 1868 a un joven maestro de obras que como veremos adelante, tendría una exitosa carrera constructiva en los Estados Unidos: Rafael Guastavino. El diseño seguía la estela de los sistemas de producción que se habían puesto en marcha 30 años antes en la mayor fábrica de Barcelona en aquel momento, la España Industrial. El conjunto iniciaría su disposición en las cuatro manzanas a través de dos edificios principales, uno de una sola planta para la colocación de los telares y otro de cinco plantas para la producción de hilo. La única chimenea absorbía mediante un sistema de galerías construidas en ladrillo todo el humo generado por las máquinas de vapor. De hecho, las enormes dimensiones de ésta la transforman de partida, en un elemento casi monumental por sí mismo. Tal y como estaba previsto desde un comienzo las instalaciones de la fábrica fueron ampliándose para añadir nuevos edificios de almacenaje, blanqueo, oficinas, e incluso una capilla.

Pero vale más la pena centrarse en los dos principales. En primer lugar, cabe señalar que tanto la disposición de los edificios como sus acabados ornamentales beben directamente de la forma de la arquitectura impulsada en Francia por la Escuela de Beaux Art: básicamente simetría, regularidad geométrica, y composición a partir de la conexión de elementos y las leyes clásicas de la arquitectura, a lo que a de sumarse la extraordinaria capacidad creativa de Guastavino para utilizar los materiales y formas constructivas para hacer avanzar este lenguaje hacia la nueva época industrial. En segundo lugar, es debido a la diferencia del peso de las selfactinas (maquinaria de hilado) y los telares lo que permite que las primeras puedan instalarse en varios pisos facilitando la reducción del espacio ocupado en superficie.

Para el edificio de hilado, Guastavino planteó la construcción de cinco pisos sin particiones interiores en ninguno de ellos, ya que éstas son sustituidas por hileras de pilares de hierro colado conectados mediante jácenas de madera dispuestas longitudinalmente para aguantar el peso de las bóvedas de ladrillo plano rebajadas (conocidas como bóvedas catalanas y que en el futuro darían fama a la familia), reforzadas a su vez con tirantes metálicos y guarnecidas con yeso. Exteriormente es visible la división en tres cuerpos, lo que provoca que la fachada quede encuadrada por dos torres que acogen la caja de escalera, mientras que en la parte trasera se reservó un cuerpo posterior que alojó las máquinas de vapor, las calderas y las carboneras.

La sala más conocida, dado su enorme tamaño, era la ocupada por la zona de tejeduría, un enorme espacio exento de particiones por estar construido por una retícula de pilares de forja que soportan unos arcos sobre los que apoyan bóvedas cuadradas de ladrillo plano. Estas bóvedas contaban con un lucernario en el centro como sistema de iluminación natural y ventilación, dada la ausencia de ventanas del edificio, que se construyó en el subterráneo para favorecer la humedad necesaria para el trabajo (la cota inferior estaba entre cuatro y cinco metros respecto a la calle). La enorme sala rectangular quedaba enmarcada en dos cuerpos de dos pisos con las escaleras de entrada y zonas de almacenaje que hacían las veces de fachada trasera y principal. La entrada al recinto se hacía por el pasillo que quedaba entre los dos edificios, un corredor de cinco metros de ancho que tomó el nombre de calle del Viento.

La familia Batlló tuvo bastante éxito con la fabricación y venta de telas

Dibujo aéreo de la fábrica

El entorno de la fábrica era aún zona de cultivo, por lo que ésta impulsó la urbanización de la zona.

Postal publicitaria con la fábrica.

Imagen de la zona de hilado.

Sala de los telares

TRANSFORMACIÓN EN ESCUELA

La empresa contó desde el primer momento con una cantidad considerable de trabajadores, alcanzando casi los 2.500 en su momento más álgido. Pero las condiciones de explotación propias del período, que además se veían intensificadas en el caso de Can Batlló, en tanto que la alta tecnificación permitía contratar a una gran parte de trabajadores sin ningún tipo de especialización, llevaron a que la conflictividad con el movimiento obrero fuese bastante intensa desde la fundación de la fábrica: paros, huelgas, el asesinato de uno de los directores de tejidos, llegando a un pico de violencia con el estallido de una bomba en uno de los edificios de oficinas de la compañía en 1889. Este último hecho sería el detonante (valga el chascarrillo) del cese definitivo de la actividad productiva, teniendo en cuenta que la situación familiar era bastante caótica.

La transformación comenzaría tras unos años, después de un largo proceso de venta, que empezó con la maquinaria y los muebles y terminó con el conjunto de cuatro manzanas. Éste fue ofrecido en 1896 al Ministerio de la Guerra, sirvió como hospital para los repatriados de la guerra en Cuba y sólo bastantes años después se consiguió vender el edificio para su progresiva transformación en escuela. Esta escuela surge en un contexto donde la idea de que era necesario la mejora de la formación técnica recorría todo el país, y fue lo que motivó la Ley de reforma de la Instrucción Pública en 1901, con la consecuente apertura de la Escuela de Ingenieros en Madrid. En Cataluña se formó, en 1904, el Patronato de la Escuela Industrial, compuesto por varias instituciones públicas y privadas, que en 1906 formalizarán la compra definitiva de los terrenos y del propio complejo industrial.

En resumen, lo que tenemos es, una serie de escuelas provinciales, entre ellas la Escuela Industrial, fundada en 1851, dependientes de la Diputación de Barcelona (y después de la Mancomunitat), que a su vez es la principal valedora del Patronato. La cuestión es que la Escuela tenía ya su propia dinámica interna, no un edificio propio pero sí un proyecto de Fèlix Cardellach (proyectado en dos manzanas del ensanche de forma genérica) sobre cómo debía ser su futuro recinto de enseñanza. Ahora sólo quedaba rechazarlo y conseguir que el nuevo patronato levantase un edificio exclusivo para la escuela, es decir, usar el espacio como si de un solar libre se tratara, y en base a esto lanzaron las primeras propuestas. La cuestión es que ni la Diputación, y mucho menos el Patronato, tenían recursos económicos para tal empresa, más aún después del reciente gasto en el Hospital Clínic y en el Palacio de Justicia (del mismo periodo). Así que habría que aprovechar las edificaciones existentes, y además dar cabida a otras sedes para distintas escuelas provinciales. Bajo esta necesidad de reutilización comenzaron las primeras obras, que serían solo una parte de las que les han dado la forma actual. Las intervenciones han sido desde entonces relativamente continuas, empezando por la primera conversión a centro de educación, la transformación en el Politécnico Hispano-Americano durante la dictadura de Primo de Rivera y, la última intervención, durante el franquismo para darle la forma actual como centro de servicios más abierto.

Es difícil resumir un proceso de cambio que fue casi continuo desde el comienzo en manos de la Diputación hasta las últimas intervenciones durante el franquismo sin que esto se vaya de las manos. Cabe sin embargo resaltar los principales proyectos acometidos entre los que destacan las transformaciones de los principales edificios, antiguas hilatura y tejeduría, así como los almacenes y talleres de blanqueo en la futura escuela de trabajo. La fábrica de hilos mantuvo su estructura general a excepción del cuerpo central interior, en donde se desmontaron una parte de los forjados para dejar un espacio vacío, un patio interior que facilitase la iluminación de todas las plantas. La planta subterránea, que en origen había alojado los telares, pasó a estar ocupada por laboratorios, hasta que la gran intervención de Rubió i Bellver añadió varios cuerpos superiores. Este cambio dejaría el espacio, ya con particiones interiores, como sótano del edificio principal de la escuela industrial, que además recibiría otra nueva ampliación importante durante el franquismo, ya en un estilo mucho más contemporáneo. Además de estas adaptaciones continuas, se crearon algunos edificios de nueva planta, más allá de todo lo construido sobre el sótano de tejeduría, cabe destacar una nuevo edificio simétrico construido como escuela de Agricultura, para servir posteriormente como residencia; y varias instalaciones deportivas, como la piscina construida reaprovechando el vaciado de una antigua balsa de la fábrica.

Para terminar cabe destacar, de entre todos los actores que participaron en la construcción del recinto, la mayor prevalencia de los proyectos de Joan Rubió i Bellver. Que desde 1915, y sobre todo en los últimos años de la dictadura, con la clara intención de monumentalizar el conjunto de cara a la exposición de 1929, se encargó de dirigir la mayor parte de las intervenciones, siendo sin duda alguna el mayor artífice de lo que hoy podemos observar si visitamos el recinto. Al que se le sumarán posteriormente las ampliaciones de corte brutalista de Manuel Baldrich.

Fotografía de la fábrica poco después de su cierre definitivo.

Proyecto de Felix Cardellach para dos manzanas (cualesquiera) de la escuela industrial

La sala de los telares, en semisótano, pasarían a estar ocupada por los laboratorios de la escuela.

Imagen del recinto en su primera fase de transformación en escuela.

Fachada principal antes de finalizar el acceso monumental y el paraninfo que podemos visitar hoy.

Apertura de la planta noble una vez eliminados los forjados del edificio de hilatura (actual edificio del reloj)

GUASTAVINO Y LA CONSTRUCCIÓN CON BÓVEDA CATALANA

Como hemos visto, no queda mucho de lo que en su origen formó parte de la factoría Can Batlló, pero los pocos elementos que quedan fueron diseñados por uno de los personajes más internacionales, por lo menos en cuanto a su obra se refiere, que ha dado la industria de la construcción en España: Rafael Guastavino. Este constructor y maestro de obras realizó trabajos a lo largo de distintas ciudades de Estados Unidos y fundó una importante y exitosa empresa de construcción gracias a varias patentes basadas en un sistema constructivo tradicional, la bóveda tabicada, y más específicamente la versión propia de Cataluña, que conseguía una elevada capacidad portante a partir de un espesor mínimo. Este sistema tenía la ventaja de ser autoportante desde el primer momento, lo que permitía construir sin la necesidad de cimbras, o estructuras auxiliares que sustentan cualquier estructura horizontal hasta que se completan sus apoyos (se mantiene por sí misma), economizando mucho su ejecución.

Rafael Guastavino nació en Valencia en 1842, pero se trasladó a Barcelona en los años sesenta del mismo siglo para estudiar en la Escuela Oficial de Maestro de Obra. Pese a que años después trataría de completar la titulación de arquitecto en la escuela recién fundada en la misma ciudad, nunca finalizó sus estudios La vertiente más técnica de su formación lo alejó de los perfiles teóricos propios del academicismo de la época. Gracias al conocimiento obtenido de su tío, importante industrial del sector textil, fue capaz de ganar el concurso de uno de los proyectos más ambiciosos de la industria de la época (en 1868), la propia fábrica Batlló, cuando todavía no poseía demasiada experiencia y con tan sólo 28 años. Introdujo importantes innovaciones, anteriormente comentadas, y de cara al público supuso un éxito rotundo para un constructor tan joven.

La cuestión es que después del precoz éxito al construir Can Batlló, la fama de Guastavino hizo que fuese seleccionado para elaborar un modelo de casa en la exposición Universal de Viena, además de algunas casas en el eixample. Siempre sobre la base de la creación de estructuras horizontales en forma de bóveda tabicada, sus proyectos consiguieron cierta fama, llegando a exponerse en la exposición Internacional de Filadelfia en 1876, a la postre, su puerta de entrada al trabajo en los EEUU. La primera obra que le permitió experimentar con grandes espacios cubiertos con sus diseños abovedados fue el encargo de un teatro en Vilassar de Dalt, “La Massa”. Para la sala central Guastavino diseño una cúpula tabicada de 17 metros de luz, un óculo central de 4 metros de diámetro,  un espesor de sólo 5 centímetros además de una serie de 17 nervios radiales que alcanzaban los 10 centímetros.

La cuestión es que pese al reconocimiento general, tras el gran proyecto de Can Batlló estuvo bastante tiempo sin recibir encargos de envergadura, lo que combinado con problemas matrimoniales puede ser que favoreciese su partida hacia los Estados Unidos en 1881. A su llegada, se dedicó durante cuatro años a realizar pequeños encargos como arquitecto, siempre solucionando elementos estructurales en base a sus bóvedas, hasta que, con el apoyo de un promotor, se decidió a patentar su sistema constructivo. Dos situaciones favorecieron el éxito del constructor valenciano, la escasa tradición en construcción de bóvedas de albañilería en Estados Unidos y la creciente preocupación por la protección anti incendios que fue desplazando el uso de estructuras de madera. El sistema de Guastavino tenía buena respuesta frente a incendios (siendo ésta la característica que definió su trabajo), a lo que se sumaba que la competencia era más bien inexistente. Por ello a partir de 1885 se dedicó exclusivamente a la construcción de bóvedas.

Quizá el hito más importante de la carrera de Guastavino, se dio en 1889, cuando gracias a su propia iniciativa, pasó a colaborar en la construcción de la Biblioteca Pública de Boston con el histórico estudio de McKim, Mead & White. Mientras que el proyecto original constaba de forjados de vigas de hierro, Guastavino propuso cubrir todo el espacio de su sistema de bóvedas, consiguiéndolo además a una velocidad considerable. Y no solo eso, sino que por primera vez éstas quedarían sin ningún tipo de revoco o enlucido, creando una nueva tendencia al usar rasillas de mejor acabado como elemento decorativo a la vez que seguían cumpliendo la misma función estructural, lo que se convertiría rápidamente en una marca de la casa. Tras el proyecto llegó la fundación de la “Guastavino Fireproof Construction Company”, que abriría sedes en Nueva York, Boston, Minneapolis, Chicago y Providence, y continuaría en manos de su hijo (también Rafael Guastavino) con infinidad de colaboraciones, en edificios tan reconocibles como a sala de Registro en Ellis Island, las bóvedas de la Estación Grand Terminal de Nueva York, el capitolio del Estado de Nebraska, el castillo «Biltmore Estate» en Carolina del Norte, la Union Station en Pittsburg, y muchas más.

Rafael Guastavino

Otra de las obras de Guastavino en Cataluña, en este caso el teatra «la Massa», en Vilasar de Dalt. La imagen es de su propia página.

Dibujo del edificio de tejido, con las bóvedas tabicadas y los pilares metálicos vistos.

Publicidad de la compañía de Guastavino.

Los emigrantes que llegaba en Nueva York conocían de primera mano sus bóvedas en Ellis Island. Imagen

Bóvedas de la estación de Pensilvania. Fuente

horario

El recinto (no los edificios por separado) permanece abierto:

Lunes a sábado: 07.00 a 22.00

Domingos y festivos:

– Octubre a marzo: 10.00 a 18.00

– Abril a septiembre: 10.00 a 20.00

– Mayo a agosto: 10.00 a 21.00

precio

El acceso al recinto es libre, entendiendo éste como el espacio público que rodea a los edificios. Los edificios tienen el acceso limitado a cada uso (por lo general no hay problema para acceder al hall principal).

web

En este caso estamos hablando de un conjunto de espacios de usos privados, las webs se centran en su propio contenido (no en el continente). Por si pica mucho la curiosidad:

Escola del Treball:  www.escoladeltreball.org

Universitat d’Art La Industrial:  www.artlaindustrial.cat

Diputación de Barcelona:  www.diba.cat

¿Dónde comer?

Big Al’s American Kitchen: su nombre dice ya mucho, cocina americana con menú de hamburguesa entre semana. Justo en la puerta principal del recinto.

Maitea Taberna: comida más tradicional en España, pinchos y un asador.

OBSERVACIONES

  • ¿MERECE UNA VISITA? Más allá de conocer su historia el espacio permanece sin duda como un recinto bastante pintoresco, y no está de más conocerlo, llamará la atención incluso de quienes no están especialmente interesados en la arquitectura industrial.
  • Las visitas en profundidad de los elementos interiores más destacados se ven limitadas a permisos específicos o días de apertura de puertas como el 48h Open House Barcelona.