REAL MONASTERIO DE PEDRALBES

Si hubiese que elegir una obra del gótico catalán de Barcelona, habría que decidirse probablemente entre la iglesia de Santa María del Mar o el conjunto del Monasterio de Pedralbes. En ambos casos nos encontramos, tanto por la unidad del programa arquitectónico, como por como se ha conservado hasta nuestros días, con los dos mejores ejemplos de dicho estilo.

El monasterio empezó a construirse en la primera mitad del siglo XIV, y con el paso de los siglos se fueron incorporando mejoras, sobre todo cuando entraban a formar parte de las clarisas mujeres de familias nobles o burguesas, aunque ello no resta coherencia al estilo del conjunto. La fama entre los estamentos más altos de la sociedad permitió que el monasterio y sus integrantes disfrutasen de una vida relativamente holgada en términos económicos, por lo menos en relación a otras comunidades de características similares.

En 1931 fue declarado monumento histórico-artístico nacional, confiscado por la Generalitat durante la Guerra Civil, y a partir de 1949 comenzaron a abrirse al público diversos espacios. En la actualidad el Real Monasterio de Santa María de Pedralbes es un espacio con gestión propia, y aunque todavía conviven una pequeña comunidad de 11 monjas clarisas, la mayoría de los espacios están abiertos al público.


 

ELISENDA MONTCADA Y EL ORIGEN DEL MONASTERIO

El nombre, como en la mayoría de las ocasiones, ya nos indica bastante acerca del origen del conjunto. No tanto por el antiguo topónimo del que deriva, Petra Albas (transformado en Pedralbes posteriormente), referente a una cantera próxima de la montaña de Sant Pere Màrtir, si no su condición de “Real”. Esto, como es evidente, indica que la fundación del monasterio parte de la idea de un rey, Jaume II, aunque para el caso que nos ocupa, más específicamente de su cuarta mujer: Elisenda Montcada.

Jaume II, al que suele dársele el sobrenombre de “el Justo”, contrajo varios matrimonios a lo largo de su vida. El primero con Isabel de Castilla, en un intento de alianza con Castilla que no llegó a consumarse, puesto que en el momento de la boda Isabel tenía ocho años, el enlace fue además rechazado por el papa por consanguinidad y en última instancia fue revocado posteriormente ante las disputas contra el nuevo rey castellano. En segundo lugar, Blanca de Anjou, única esposa con la que consiguió tener descendencia, para ser exactos diez hijos entre 1296 y 1310. La reina no consiguió sobrevivir al último de sus partos, lo que derivó en un nuevo matrimonio en 1315, esta vez con María de Chipre. Una vez más fue la muerte de su esposa en 1322 lo que llevó a Jaume II a preparar su último matrimonio, en esta ocasión con la hija de una importante familia noble que daba nombre, que da nombre a una de las calles más importantes de la época medieval en Barcelona (el carrer Montcada), Elisenda Montcada.

Es importante recalcar que Elisenda se casó en 1322, teniendo 30 años, con un rey que ya tenía 55. El mayor problema no estribaba en la diferencia de edad, sino en el hecho de que a Jaume II no le quedaría demasiado tiempo de vida, y por lo tanto, ella tendría que velar por su futuro como viuda de un rey con el que casi con toda certeza, no tendría descendencia. Es en este punto donde entra la construcción de un nuevo monasterio en la futura zona de Sarriá. Fundar monasterios u otros centros religiosos era una voluntad muy común entre la nobleza y las familias vinculadas a la realeza, una forma de expiar sus pecados no sólo en vida, sino también tras su muerte (solían convertirse en sus cementerios particulares). De hecho se suele hacer referencia a Isabel, hija de Luis VIII de Francia, como inspiración particular de Elisenda, puesto que en 1263 la primera había fundado un monasterio de clarisas en Longchamp para recluirse en pasando a formar parte integrante del cenobio.

La intención de la reina no fue en ningún momento formar parte las Clarisas, sino que pretendía retirarse a vivir en un espacio digno para su posición, que además de permitirle cumplir con su intensa devoción por la fe que practicaba, le diese la oportunidad de dejar su impronta en la ciudad. Aunque la idea de monasterio pueda parecer ajena la vida pública, y pese a que Elisenda se retiró a pasar la mayor parte de su vida en un palacio construido junto al monasterio, no se desentendió completamente de la actividad política del reino, ya que siguió, con mayor o menor intensidad, participando como consejera hasta su muerte en 1364.

Como hemos dicho, la pretensión de Elisenda de planificar su vida futura a través de una gran construcción consagrada al catolicismo, fue rápidamente satisfecha por Jaime II. Si en 1325 el papa Juan XXII otorgó la bula que daba permiso para construir el monasterio, un año después ya habían comenzado las obras. En 1327 entraban las primeras 14 monjas y 15 novicias, y posteriormente, tras la muerte del rey, llegaba Elisenda a habitar las estancias del palacio anexo al monasterio, que debía ser derruido una vez ella falleciese. Pese a la existencia de una abadesa, la reina consorte se encargó activamente de organizar la vida interior del monasterio, dejando para sí las decisiones sobre quién podía formar parte de la comunidad, y el tamaño de la misma. Llegó a redactar cuatro ordenanzas que definían la vida de las clarisas, en donde al mismo tiempo que otorgaba el poder a la abadesa, dejaba constancia de cómo debía de ser cada decisión (como por ejemplo, la distribución dineraria).

La organización que la reina había preparado antes de su muerte, dejó al monasterio en una posición de autonomía muy poco corriente para un convento femenino de la época. El patrimonio legado incluiría distintas propiedades reales, o rentas provenientes de derechos sobre las carnicerías de la ciudad de Barcelona, sobre un molino del Rec Comtal, sobre cosechas, etc.  El conjunto mismo sería heredado por la propia comunidad de clarisas, a las que además se les garantizaba la protección real (y una buena parte de los bienes de los que Elisenda disponía), a la vez que para terminar, el monasterio quedaba bajo tutela del Consejo de Ciento. No cabe duda de que esta importancia facilitó que se convirtiese en el centro monacal de referencia para las familias nobles durante toda su existencia.

Jaume II reunido con el Consell de Cent, ambos importantes para la historia del monasterio.

Elisenda Montcada (en la escultura de su sepulcro), fue la principal instigadora del monasterio. Fuente

La abadía de Longchamp (derribada tras la expropiación durante la revolución), inspiró en buena medida a Elisenda. Fuente

La decoración mural de la pequeña capilla de Sant Miquel es una buena muestra de la riqueza con la que partía el conjunto. Fuente

El sepulcro de Elisenda Monstcada se conserva dentro del recinto del monasterio.

Imágen aérea actual del Monasterio de Pedralbes

 

EL CONJUNTO ARQUITECTÓNICO

De los principales edificios góticos que aún perviven en la ciudad, el Monasterio de Pedralbes es el primero que se planifica, con un programa de diseño que se mantiene a lo largo de toda su construcción. Proyectado en el siglo XIV, mantiene el estilo constructivo con el paso de las reformas y ampliaciones, convirtiéndolo en un caso paradigmático de lo que sería una construcción del gótico meridional. Este estilo marca claramente gran parte del proyecto, mientras que la organización en torno a la vida monástica es lo que termina de darle sentido al edificio. 

Cabe señalar que la orden de las clarisas no establecía pautas formales al respecto de cómo debía ser la arquitectura de los recintos de sus comunidades (de hecho muchas veces simplemente se adaptaban edificaciones preexistentes), pero sí que el fundamento de su vida debía ser la oración y la contemplación alejadas del resto de la sociedad. De este aislamiento surge la base sobre la que va creciendo todo el conjunto: el claustro. Proveniente del latín “claudere«, cerrar en castellano, este rectángulo rodeado por cuatro pórticos en tres alturas cerrados por un conjunto de arcadas ojivales, permitía que las monjas de clausura hiciesen vida en el “exterior”. Este gran patio central es el núcleo sobre el que comienzan a girar todas los espacios del monasterio. Si desde fuera nos encontramos una construcción tremendamente austera, básicamente una fortaleza de muros de piedra desnuda. Desde el interior la situación cambia hasta el punto que podríamos decir que se ha convertido en uno de los espacios más agradables de la ciudad.

Hablar de espacio central es sin embargo un mero recurso explicativo actual, ya que el proceso histórico de su construcción puede no encajar con esta organización en torno al claustro. Existen varias hipótesis al respecto entre las que podemos mencionar dos, por un lado la idea de que la organización del espacio nace a partir del eje central que surge de la iglesia, o por otro, que es el recorrido del abastecimiento de agua el que va dando forma a las distintas estancias del conjunto. De las distintas posturas la principal diferencia que surge es al intentar situar en donde se encontraba el palacio que la reina se construyó para sí misma y mandó demoler a su muerte. Éste, se entiende de forma mayoritaria que se encontraba entre el refrectorio y las habitaciones. Además, las distintas excavaciones han permitido saber que pese a la petición de la misma Elisenda no fue destruido tras su muerte, sino que se fue reutilizando hasta acabar sustituido definitivamente por las habitaciones.

En todo caso, siguiendo con la referencia del claustro, pegada a él por la zona norte encontramos una iglesia de dimensiones relativamente reducidas pero que da cuenta perfectamente de las características más básicas del llamado gótico catalán, que tratamos con mayor amplitud con la ayuda de la iglesia de Santa Maria del Mar, otro ejemplo del mismo periodo. Una sola nave con un piso elevado tras el ábside para alojar al coro, una configuración que si bien asume la forma de iglesias coetáneas, probablemente responda más a cuestiones prácticas sobre cómo alojar a la comunidad de monjas evitando que interactúen con el resto de los asistentes a las misas, que a una voluntad formal.

Las habitaciones que rodean el patio central siguen, aún siendo diseñadas en distintas épocas, pautas muy similares de construcción. Aunque hay que tener en cuenta que algo de crédito respecto a esta unidad estilística hay que dárselo a la restauración de estilo que llevó a cabo Joan Martorell, recuperando estas formas ideales pero perdiendo algunos cromatismos y acabados propios. Por no alargar más de la cuenta podemos señalar algunas de las salas más amplias: la enfermería, el refectorio (comedor) y los dormitorios (hoy convertidos en museo), son grandes espacios rectangulares con techos de madera sostenidos por arcos diafragmáticos. La primera, hoy reservada para las oficinas que gestionan el conjunto, se sitúa sobre las procuras, el espacio principal de almacenamiento del convento. Otras pequeñas salas y capillas completan el conjunto, pero poco más interés tiene el describir las cuando la mejor opción es verlas in situ.

Para terminar, es interesante señalar que el conjunto no acaba en el propio monasterio, sino que se extiende cruzando la calle hasta el Conventet. Este pequeño convento para frailes dependía de las monjas (no al revés como solía ser habitual). Hoy se conserva restaurado con algunas adiciones, en manos privadas desde principios del siglo XX. Por su parte, la pequeña comunidad de clarisas que aún continúa residiendo en el monasterio lo hace en un edificio anexo en la parte suroeste, a donde se traladaron tras abandonar el edificio durante su definitiva musealización.

El monasterio a finales del siglo XIX

Planta de la iglesia. Fuente

La sala más modificada con el tiempo ha sido el dormitorio. Hoy aloja un museo de obras propias del monasterio.

La restauración de los vitrales de todo el conjunto ha sido una de las operaciones más meticulosas.

Levantamiento virtual del monasterio para el documental «Rere el murs del monestir»

Claustro del conventet. Fuente

 

LA COMUNIDAD DE CLARISAS

No tenemos aquí ni mucho menos la intención de explicar la historia de toda una orden monacal, como es la de los franciscanos, o de manera más ajustada su “versión” femenina, las clarisas. Sí parece lógico señalar la base de toda vida en clausura (punto de partida de cualquier mujer religiosa), a la que santa Clara añade las pautas de vida, dominadas por la oración, el silencio, la pobreza, el ascetismo personal… La pretensión en última instancia es de aproximarse a Dios a través de la contemplación establecida por la orden. Pero en ningún caso podemos entender que unos fueran calcos de otros, ni siquiera aquellas comunidades organizadas bajo la misma orden. De hecho cada comunidad reflejaba en cierta medida las condiciones del entorno en el que se encontraba, ya hemos visto sin ir más lejos, que la cantidad de prebendas que recibió el Monasterio de Pedralbes provocó que éste se conservase como un ejemplo particularmente bien abastecido e importante dentro del devenir político de la ciudad. Es por esto que cuando hablamos de la vida de las clarisas no es en términos generales, sino referido al caso que nos toca, aunque existan paralelismos con ejemplos similares.

Más allá de la lógica de la actividad diaria propia de un convento, la organización interna parte de un organigrama de posiciones claramente establecidas entre las que sobresale el papel de la abadesa, gestora principal de todas las operaciones de mantenimiento y administración del tiempo. En el caso de Pedralbes, ésta gozaba de un nivel particularmente alto de autonomía para tomar decisiones (una vez muerta Elisenda, que siempre se autoasignó una capacidad de control superior incluso al de la misma abadesa). De ella dependían no sólo las monjas, sino todo el entramado de servicios externos (médicos, barberos, notarios, compradores…) provistos por hombres que estaban vinculados al monasterio. Este último punto queda representado por una pequeña comunidad de diez religiosos, entre capellanes y frailes, que vivían en casas adosadas al conjunto, y que debían de hacer un juramento de obediencia a la abadesa, lo que tendía a ser del desagrado de los mismos, siendo foco de una gran parte de los conflictos internos.

Hemos hablado de las clarisas como versión de los franciscanos, aunque sería más correcto hablar de inspiración o marco general quizá. Su fundadora, Clara Favarone, siguió el ejemplo de Francisco de Asís abandonado los bienes terrenales para perseguir una vida evangélica. Ella misma establece ciertas disposiciones, pero la regla propiamente dicha se formaliza tras su muerte, y sufrirá diversas modificaciones e incluso pequeñas variaciones locales como veremos a continuación. Esta “regla” no es más que el orden normativo que guía a una comunidad. La primera norma de este tipo es la establecida por San Benito (Regula Sancti Benedicti), que servirá de base para muchas otras, como la de las mismas clarisas. Cuestiones como hasta qué punto es posible contar con propiedades (en el caso de pedralbes llegaban a tener una pequeña cantidad de dinero aportado a cada monja), cierta definición de las pautas de oración, o entre las más conflictivas históricamente: como se establecían las excepciones a la clausura, tanto los que entran como las que podían salir del conjunto. Todas estas normativas irán variando en el tiempo.

Por otro lado, el seguimiento efectivo de la regla no era siempre sencillo de imponer, la laxitud de las abadesas o simplemente periodos de relajación derivadas de algún conflicto en el entorno solían generar intervenciones externas de la Iglesia o el papado, más aún sabiendo que hablamos de un monasterio de referencia en la zona. Precisamente conflictos externos fueron los únicos que provocaron que las monjas saliesen de su condición de clausura: la Guerra Civil Catalana (1466), la Guerra de La Segadors (1641), la invasión napoleónica (1810), o la Semana Trágica (1909) como principales casos registrados. Pero esta desorganización momentánea venía acompañada de variaciones más asentadas, dada la naturalidad estamentos de quien accedía al monacato, como es la construcción de celdas privadas para monjas cuando el dormitorio debiera ser comunitario, o el mantenimiento de la propia estructura social, que llegaba reproducirse en el interior de la orden. No todas las monjas tenían la misma categoría, hasta el punto que muchas llegaban a mantener a los esclavos cuando entraban en el régimen de clausura. 

El formar parte de la clausura no tenía que ser, como puede suponerse, una decisión personal de las futuras monjas, de hecho su misma concepción se entendía como un labor puramente social vinculada a la salvación de la sociedad en su conjunto y al recuerdo de aquellos que habían muerto. Para una familia de un estamento alto, tener una hija en un lugar como Pedralbes era algo plenamente deseable, pensase lo que pensase la joven. Pero más allá de estos casos, existían otros muchos en los que la propia devoción servía de impulso para que las mujeres pasasen a formar parte de la comunidad. Más aún teniendo en cuenta la seguridad que implicaba la pertenencia a una comunidad enteramente femenina cuando en el exterior dependían enteramente de un hombre que las defendiese. De entre éstas, cabe resaltar la entrada en el monasterio de Sor Eulalia Anzizu, sobrina de Eusebi Güell y una de las principales poetas catalanas del último periodo de la Renaixença. Gracias a su entrada al cenobio a finales del XIX se dieron las últimas modificaciones de calado, y es en buena parte gracias a su trabajo investigador que hoy conocemos la historia del recinto, en tanto a que fue la primera que lo estudió en profundidad.

Clara Favarone, seguidora de San Francisco, fue la iniciadora de la orden

Retablo de Santa Clara, perteneciente en origen al primer monasterio dedicado a esta orden en Barcelona. Fuente

El claustro servía de centro de buena parte de la actividad diaria

Dibujo del monasterio en 1842, un recinto aún ajeno a la ciudad. Fuente

Eulalia Anzizu fue una de las integrantes más activas del conjunto.

 

horario

De Octubre a Marzo:

Martes a viernes: De 10.00h a 14.00h

Sábados y domingos: De 10.00h a 17.00h

De Abril a Septiembre:

Martes a viernes: De 10.00h a 14.00h

Sábados: De 10.00h a 20.00h

Domingos: De 10.00h a 19.00

precio

General: 5 € (0’60 con audioguía)

Reducida: 3,50 € (estudiantes, parados, carnet de bibliotecas, familia numerosa…)

¿Dónde comer?

La zona parece conservar la poca actividad propia de la historia monacal, pero en 15 minutos andando nos plantamos en Sarriá y:

Bar el Tomás: las que son conocidas, quizá excesivamente, como las mejores bravas de Barcelona. Vienen acompañadas de otras opciones sencillas pero resultonas de comida de mesón.

Restaurante Canet: algo similar al anterior, pero menos centrado en las patatas y con más variedad de platos de comida local.

OBSERVACIONES

  • ¿HAY QUE VISITARLA? Sin duda alguna, si tienes un mínimo de interés más allá de visitar la Sagrada Familia, el Monasterio de Pedralbes debería estar en el top cinco de cualquier visita. Si vives en Barcelona y no has ido, arrepientete y actúa, es el conjunto más espectacular del gótico en la ciudad.
  • Para quien tenga más interés en este conjunto, la propia página web (https://monestirpedralbes.barcelona/) ya es un punto de partida. Pero aún más interesante es el documental interactivo «Rere els murs del Monestir», disponible en: https://monestirpedralbes.barcelona/rereelsmurs/es