8 DE BASTOS – RUINAS DE LA RIBERA (MERCADO DEL BORN)

LA RIBERA/MERCADO DEL BORNE
Conectando con el paseo del Borne encontramos un gran espacio abierto con una edificio de estructura metálica vista, el ejemplo más representativo en la ciudad, junto al mercado de Sant Antoni, de la arquitectura de hierro del siglo XIX. Construido en 1876, y mercado mayorista desde 1921, la apertura de Mercabarna en 1971 dejó sin uso a dicho espacio, que tras años de tira y afloja, ha acabado por convertirse en uno de los puntos clave de la identidad patrimonial catalana.
Debajo de esta espectacular estructura encontramos el yacimiento arqueológico del barrio de la Ribera, sepultado completamente tras la toma de Barcelona en 1714 por parte de Felipe V, que utilizó gran parte de la superficie ocupada por el barrio para construir una ciudadela fortificada. El problema fue que, en una ciudad que ocupaba lo que actualmente engloba el distrito de Ciutat Vella, llevarse por delante el barrio de la Ribera supuso echar por tierra uno de los espacios, junto al barrio que se formó entorno del Hospital de la Santa Creu en el Raval actual, de mayor actividad comercial de Barcelona. Esto fue un golpe difícil de superar, aunque el progresivo resurgimiento de la actividad no se hizo esperar demasiado en la ciudad.
La mezcla de la situación política actual con la discusión sobre cuál era el valor que se le debía dar a estos restos ha llevado por un lado a un estudio intenso del periodo del que proceden, y a un uso representativo del espacio para las reclamaciones sociales actuales sobre la soberanía en Cataluña (quizá con algún punto de exageración chovinista en cuanto a la importancia de la ciudad previa a la destrucción).
EL BARRIO DE LA RIBERA Y EL SITIO DE BARCELONA
Cuando hablamos de la Barcelona de los primeros siglos del periodo moderno (a partir del siglo XVII) seguimos todavía centrados en la superficie ocupada por el interior de las murallas medievales, o lo que actualmente conocemos como Ciutat Vella. Sin que la Barceloneta estuviese aún construida, el barrio de la Ribera era el principal espacio de marinos y comerciantes. Dado que Barcelona era el puerto de salida de los productos que se manufacturaban en un sistema de poblaciones que se había formado en torno a la ciudad, es fácil deducir la importancia del barrio más vinculado a dicho puerto.
Es posible gracias a la intensa investigación que se produce en torno a los restos y documentos encontrados en las excavaciones del yacimiento del Born (no hay suficientes dedos en las manos para contar todos los libros publicados en torno a la Barcelona de 1700 durante los años que siguieron al descubrimiento de las ruinas), conocer con gran detalle cómo era la vida cotidiana en la Barcelona de finales del siglo XVII. Previo a la guerra de secesión, la ciudad vivía un momento de progreso económico y de mejora de las condiciones de vida en general. Esta situación se refleja en el aumento del consumo y la aparición más o menos intensa de nuevos productos y mercancías entre las clases urbanas, entre los que caben destacar el chocolate, la multiplicación de tipos de tabaco, el café, porcelanas y cerámicas traídas del extranjero o mayor diversidad de ropa.
El final de esta barrio estaría ligado no a las dinámicas de la propia ciudad, sino a un conflicto de los mayores que se habían dado en europa hasta el momento, originado en primera instancia por la tradición de mantener la consanguinidad en los enlaces matrimoniales de la realeza, costumbre muy arraigada en los Habsburgo. Resultado de esta última situación, para el caso que nos ocupa, es la llegada al trono de Carlos II. Apodado “el Hechizado”, su total incapacidad tanto para gobernar como para tener descendencia acabó en el estallido de la Guerra de Sucesión, una conflicto europeo por ver quién asumiría el reinado hispánico. Cataluña había apoyado al Archiduque Carlos de Austria, asumiendo que la tendencia absolutista sería menor que en Felipe de Borbón, nieto del rey Luis XIV, paradigma de este sistema político. Sin embargo, la firma en 1713 del tratado de Utrech implicaba el abandono del principado de Cataluña por parte del Archiduque Carlos (en ese momento ya Emperador Carlos VI), y la aceptación por parte de las potencias europeas de que Felipe V sería el nuevo rey de España.
Cataluña sin embargo no asumiría este reinado, y quien pagaría las peores consecuencias sería su capital, Barcelona. Pese a que el tratado de Utrech incluía cláusulas que protegían las instituciones catalanas y a su población, desde la ciudad catalana era fácil observar que éstas no se habían respetado en el caso de Valencia o Aragón. Fuera como fuese la cuestión es que Barcelona decidió plantar cara al ejército combinado de Francia y Castilla (España según quien lo explique), y pese a la diferencia aplastante de efectivos, lo que se planteaba como una entrada sencilla a la ciudad, se materializó en un sitio de once meses y enorme dureza para ambos bandos.
El resultado final fue bastante desolador para la ciudad: a las bajas y los daños sufridos durante el sitio, se unía la represión borbónica posterior, que se materializó principalmente a través de la supresión de las instituciones políticas catalanas, y a nivel urbano, con la construcción de una gran ciudadela militar que enterraría un 17% de la superficie de la ciudad (el barrio de la Ribera casi al completo) desplazando en el proceso al 20% de la población. La consecuencia más conocida para la ciudad, al menos morfológicamente hablando, derivada de este desplazamiento es la construcción de la Barceloneta para alojar a parte de la población expulsada del barrio.

La ciudadela, construida a partir de 1714, se construyó literalmente encima del barrio de la Ribera.

Imagen de la entrada de tropas tras el sitio de Barcelona

Celebración del tratado de Utrecht: paz para Europa pero comienzo del desastre para Barcelona.

Los Decretos de Nueva Planta acabaron con las instituciones de Cataluña

El barrio de la Barceloneta nace en 1756 como proyecto para absorber a los desplazados de la Ribera
DE MERCADO A YACIMIENTO
En un ensayo sobre las ruinas, el filósofo/sociólogo alemán Georg Simmel las calificaba como la perfecta combinación entre la voluntad del espíritu, representada por la búsqueda ascendente de la arquitectura, y la necesidad de la naturaleza, que impulsa, gravedad mediante, la obra hacia abajo. En este caso hay quien podría criticar que la naturaleza se presentó más bien en forma de bolas de cañón del ejército borbónico, pero igualmente la idea de Simmel sirve para justificar la belleza evocadora que pueden contener ciertas restos arquitectónicos. Se suma además que este pequeño conjunto arqueológico parece combinar casi a la perfección con el edificio de Fontserè, una de las mejores estructuras de la arquitectura del hierro en Barcelona. Pero más allá de la mera contemplación estética que favorecen estos dos elementos contrapuestos, hay alguna cosa que contar sobre ellos.
En primer lugar, el hecho de que se conserven los restos tal y como los vemos hoy tiene su origen en la cota de altura que separaba la ciudadela de el comienzo del actual barrio del Borne. Para mantener la rasante del terreno continua en el proceso de demolición del barrio de la Ribera para construir la Ciudadela, las viviendas y la trama urbana en general no se destruyeron hasta la base, sino que se construyó sobre ellas aprovechándolas para elevar toda la superficie a la misma cota. El espacio que actualmente ocupa la estructura del antiguo mercado era parte de la explanada, una superficie plana que rodeaba la fortaleza y debía quedar libre de edificaciones por una ordenanza militar. En cierto modo era la charnela que definía la conexión entre la ciudad y la Ciudadela. Este espacio pasó a ser un paseo de uso público, y no fue hasta el derribo de la fortificación, que pudo construirse en él.
Con la autorización para derribar la Ciudadela llegó el proyecto para la construcción de un nuevo gran parque para la ciudad. Una de las dotaciones adyacentes diseñadas para la zona de la explanada fue el mercado del Borne, en el mismo emplazamiento que desde el siglo XVIII venía organizándose en mercado al aire libre. Diseñado junto al primer proyecto del parque por el ingeniero Josep Fontseré i Mestres (aunque varias fuentes señala que éste se encargó de la dirección de obra, pero el proyecto fue elaborado por el arquitecto municipal Antoni Rovira i Trias), fue construido entre 1874 y 1876. No solo era un punto de liberación, si no también sirvió como muestra de la potencia industrial catalana, en tanto a que fue construido con el acero producido en una de las mayores fábricas de la ciudad, la de la Maquinista Terrestre y Marítima de la Barceloneta.
Lo cierto es que la relación entre mercado y restos arqueológicos va más allá, en tanto que la forma que adopta el primero ha permitido a los segundos llegar a nuestros días. El mercado, que se mantuvo abierto hasta 1971, es un claro ejemplo de la denominada arquitectura del hierro. Las nuevas estructuras elaboradas a partir de piezas prefabricadas de metal aligeraban muchísimo el peso del edificio, simplificando además su ejecución. Esto implicaba que las cargas transmitidas al suelo eran relativamente pequeñas y la necesidad de cimentación mínima. La poca profundidad y tamaño de los cimientos del edificio del mercado permitió salvaguardar una vez más los restos de cualquier posible daño, facilitando su estado de conservación, y convirtiéndose en última instancia en la mejor protección para los mismos.
En cuanto el yacimiento propiamente dicho, se da la doble particularidad de que al buen estado de conservación de las ruinas, que permite identificar con relativa facilidad la trama urbana y las formas de las edificaciones, también se ha encontrado abundante documentación, ya sean textos escritos o objetos de uso cotidiano, que han permitido entender con bastante precisión cómo era la vida los años previos a la guerra de sucesión. En total, los 8.000 m que ocupa el mercado representaría en torno a un 5% del total de las casas derribadas tras la victoria borbónica. Entre las once manzanas, 9 calles y 53 casas al descubierto encontramos, como curiosidad, un pequeño tramo del Rec Comtal (acequia que proveía de agua a la ciudad desde el siglo X) en torno al cual se agolpaba un pequeño sector manufacturero.

La explanada que conectaba la ciudad con la fortaleza de la ciudadela.

Recreación de la actividad en la explanada, a finales del siglo XVIII

Imagen del mercado en 1899. Del «Arxiu fotográfic de Barcelona»

Las calles que formaban la trama urbana son fácilmente identificables gracias al buen estado de conservación de las ruinas.

Imagen del Rec Comtal a su paso por el yacimiento.
EL PROYECTO ACTUAL
El mercado del Borne fue el primero de una nueva serie de mercados construidos con estructuras prefabricadas de acero a lo largo de Barcelona y sus municipios (ahora barrios) colindantes. Su funcionamiento como mercado minorista nunca fue todo lo exitoso que se esperaba dado su enorme tamaño, la centralidad de la Boquería y la cercanía del mercado de Santa Catalina limitaban la afluencia, más en una zona que sin estar tan poblada de viviendas, no puede entenderse como una de las más transitadas de la ciudad. Esto llevó a que en 1921 pasase a ser el centro de operaciones mayoristas para las frutas y verduras, condición que mantuvo hasta la ubicación de un nuevo mercado para mayoristas en la Zona Franca en 1971.
Esta situación deja una enorme estructura abandonada en el medio del casco histórico de la ciudad, y la reciente demolición del mercado de Les Halles en París (primer ejemplo de mercado de estructura metálica), anunciaba el riesgo para la continuidad de una instalación que más que un edificio funcional, podía entenderse como un gran paraguas protector de una actividad específica, por lo que no era fácil pensar en otra que pudiese seguir realizándose en su lugar. En un primer momento, la ocasional celebración de actos públicos en el interior de la estructura llevó a un primera reforma entre 1977 y 1979. Toda esta proliferación de actos, exposiciones, conciertos, representaciones teatrales, o incluso un buen número de mítines de los partidos de la recién inaugurada democracia, no llegaba a dotar al espacio de un uso fijo, lo que se traduce casi siempre en una falta de mantenimiento que a su vez acaba invariablemente en la degradación.
Con todo, el propio interés vecinal para conservar la estructura es lo que impulsa a tratar de darle un uso estable, y es donde aparece la idea de alojar en el interior la Biblioteca provincial de Barcelona. El plan de la biblioteca incluía un gran espacio subterráneo de almacenamiento, y si bien se sabía que se encontrarían los restos del antiguo barrio de la Ribera (ya se habían eliminado restos anteriores en 1991), la idea era catalogar lo encontrado y seguir adelante con el proyecto. La cuestión es que una vez desenterradas las ruinas, su buen estado de conservación abrió la discusión en torno a la posibilidad de conservarlas, lo que en última instancia implicaría cancelar la construcción de la biblioteca. Sólo hay que pasarse por las hemerotecas de los periódicos en el año 2002 para ver lo intenso del debate, y las distintos posicionamientos, desde la protección total del yacimiento a la defensa a ultranza de la necesidad de una biblioteca.
Finalmente se decidió que habría que musealizar el conjunto, y el proceso de puntos que debía tratar el nuevo espacio varió con la situación política en la ciudad, en donde uno de sus directores llegó a calificarlo de la “zona cero de Cataluña” (en referencia a la zona de las torres gemelas), por su significancia como punto simbólico para el independentismo Catalán. Del “Museo del Born”, a “Born Centro Cultural”, para llegar a la situación actual como “Born Centro de Cultura y Memoria”, un camino que requeriría de su propia explicación. Un debate que se sustenta en el potencial simbólico del espacio, y que sigue generando situaciones controvertidas en la actualidad.

Mercado a finales del siglo XIX

Organización de alimentos a las puertas del mercado, ya mayorista.

Protestas ante la propuesta de derribo de la estructura

Proyecto de biblioteca en el interior del mercado. Arq: Octavio Mestre

Artículo a favor de la biblioteca en la vanguardia. Con una imagen de los restos anteriormente demolidos.
horario
De Marzo a Septiembre:
Martes a domingo (y festivos): De 10.00h a 20.00h
De Noviembre a Febrero:
Martes a sábado: De 10.00h a 19.00h
Domingos y festivos: 10.00h a 20.00h
Lunes (todo el año): cerrado
precio
Gratuito: acceso al interior del mercado
Exposición permanente:
General: 3 €
Reducida: 2,10 €
Combinada (exposiciones permanente y temporal):
General: 4,50 €
Reducida: 3,15 €
Visitas guiadas al yacimiento: 4 €

¿Dónde comer?
Koku Kitchen (Buns / Ramen & Gyoza Bar): 2×1, una carta variada de comida asiática (baos, curry…) y un espacio más informal en el sótano centrado en Ramen y gyozas.
Paradeta: Pescado y marisco a cholón, más cosa de cantidad que de calidad, pero aceptable.
König: cadena de bocatas, hamburguesas, etc… Para gastar algo menos.
- ¿MERECE UNA VISITA? Probablemente sea una de las presentaciones más espectaculares de un conjunto arqueológico, así que, siendo gratis, es un crimen no pasar a echar un vistazo. Y a ser posible una visita guiada para aprender algo de la ciudad.
- El yacimiento solo se puede visitar sobre su propia cota haciendo el tour guiado, que se ofrece cada día en tres idioma: inglés a las 16:30, castellano a las 17:00, y catalán a las 18:00. Los fines de semana las visita son por la mañana