VILLA OLÍMPICA
Es imposible abarcar el cambio que supusieron las olimpiadas para la ciudad de Barcelona, de hecho la escala mínima para poder acercarnos a esta transformación ha de ser necesariamente urbana. Muchas fueron las intervenciones puntuales que venían directa o indirectamente impulsadas por la apuesta olímpica, pero la mayor fue la que supondría la reforma definitiva del frente marítimo de Barcelona. Ésta queda enmarcada entorno a la actuación en la Villa olímpica y el nuevo puerto olímpico, con la planificación definida por el estudio de arquitectura MBM y la participación de otros arquitectos para cada uno de los proyectos que le dieron forma.
Una exitosa renovación urbana que intervino en el espacio como si de un solar vacío se tratase (sólo una chimenea recuerda el pasado industrial de la zona). En donde una vez hubieron fábricas y vías de comunicación férrea, hoy se eleva uno de los conjuntos urbanos mejor valorados (económicamente) de la ciudad. Un “borrón y cuenta nueva” que rehizo completamente el frente marítimo de Barcelona, bajo la idea de que una ciudad no puede vivir de espaldas al mar. Hoy una zona comercial, el puerto con las dos grandes torres que lo “protegen”, todo un nuevo sistema de parques y playas, y una de las zonas residenciales más modernas del centro, surgieron de este proceso de renovación olímpico.
El proyecto de la Villa Olímpica rompe en parte con la escala de trabajo urbana, en tanto que no queda definido totalmente en ninguna de las estrategias de intervención tradicionales del urbanismo. Se trabajó a partir de una novedosa idea de plan-proyecto en donde comenzando con una definición de conjunto, se fue trabajando coordinadamente con varios grupos de arquitectos que iban desarrollando los aspectos de sus intervenciones en distintas superunidades (primeras subdivisiones del conjunto), para acabar en otro orden pormenorizado (subdivisiones de las superunidades) y definido a una escala menor, presentando los proyectos unitarios o de edificaciones particulares como una parte más del proyecto global de nuevo a una escala urbana integrada. Se buscaba que estas intervenciones particulares generasen a su vez un feedback ascendente que modificarse el planeamiento general cuando fuera necesario.
Los encargados del diseño y coordinación del plan del nuevo barrio fueron los arquitectos del estudio MBM (Josep Martorell, Oriol Bohigas y David Mackay) junto con Albert Puidomènech, pero participaron 35 equipos de arquitectos para diseñar los distintos elementos y unidades de actuación que conforman la Villa Olímpica. Según el propio estudio esta forma de intervenir pretende alejarse de las formas excesivamente abstractas del urbanismo actuando por sí solo, para atraer una metodología arquitectónica al diseño de un barrio, imitando el crecimiento orgánico, sólo que acelerado, de la ciudad tradicional. Esta concepción se opone a la proyección unitaria de barrios, mucho más vinculada normalmente a grandes movimientos especulativos, como sucedería unos años más tarde con Diagonal Mar, pero por que no decirlo, el resultado final tampoco puede entenderse como diametralmente opuesto, sino hasta cierto punto coincidente.
La idea original de ordenación se mantiene en torno a la división en cinco áreas de intervención. En primer lugar la línea de costa, que sin ser la primera opción, se optó por articular una serie de playas cóncavas de arena aportada artificialmente cerradas entre espigones paralelos. Al final de la actual calle Marina (entonces Carles I) se proyectó una pequeña dársena en península que avanzaba hacia el mar. Ésta acabaría por transformarse en el actual puerto olímpico cuando se decidió que la competición de vela ligera se realizaría en este punto, aprovechando posteriormente el espacio como puerto deportivo. El proyecto, que incluye dos niveles con distintas actividades comerciales y marítimas lo realizó el mismo estudio MBM.
En la segunda área se pasa a definir el trazo ondulante del paseo marítimo. A continuación tenemos el sector de actividades costeras, que acabó por concentrarse en el encuentro del puerto deportivo con la avenida de acceso. En primera instancia, la idea era distribuir de cuatro (dicen las malas lenguas que éstos eran una referencia a la estelada que gustó poco en ciertos ámbitos) a seis edificios en altura a lo largo de la costa separados entre 100 y 150 metros. Finalmente se optó por concentrar la actividad en dos edificios altos de mayor planta, con otros dos edificios más bajos situados en el eje de la avenida. Lo que hoy conocemos como las torres Maphre y el hotel Arts, así como el centro de ocio que continúa el hotel, en donde destaca la estructura en forma de pez diseñada por Frank Gehry, y un pequeño edificio circular diseñado por Álvaro Siza utilizado en las olimpiadas como centro de análisis climatológico, ocupado hoy por el Instituto Meteorológico y otros servicios. En total, esta zona es el resultado de la definición de la propuesta de ordenación llevada a cabo por más de más de diez arquitectos. El resto de construcciones para albergar distintos comercios serían de baja altura y menor impacto en el paisaje.
La cuarta sección pertenecería a la línea de infraestructuras. Partiendo de la liberación del espacio a través del proceso de desmontaje de la línea ferroviaria que conectaba la Estación de Francia con el Besós se inició la construcción de la actual avenida litoral (que fue ampliada en sucesivas operaciones dado el tránsito esperado). De la idea de autopista urbana que comentaba el Plan General, se pasó a una forma «no invasiva» de vía rápida en dos niveles, que permite el tránsito rápido en la inferior, urbanizando la superior sin que suponga un corte tan dramático en la continuidad del barrio con la playa. Como elemento externo a este conjunto de secciones pero relacionada con esta última tenemos el sistema de parques y vías internas que se pensó como un tejido de todas las áreas antes mencionadas. De entre todo este sistema de parques y espacios públicos destaca el Parque del Litoral, un espacio verde de casi 2 km de longitud, en el que se resuelven la mayor parte de las conexiones de la vía rápida y la trama urbana.
Para terminar queda el núcleo urbano propiamente dicho, la quinta faja o sección. Ésta está formada por una serie de superunidades definidas a partir de la continuación de la trama de Cerdá, dando relevancia al tráfico rodado en una de cada tres vías. La operación es una vez más similar, pero repetida en las distintas superunidades que conformarían la zona residencial: un equipo de arquitectos define la ordenación del gran subconjunto, en ocasiones a nivel de detalle como en el caso del proyecto de Carlos Ferrater para la superunidad 1, para después pasar a una nueva subdivisión en donde otros estudios de arquitectura se encargarían de realizar los distintos propuestas de ejecución de los edificios o conjuntos de edificios en su área asignada. La selección de estos estudios fue un compromiso algo complejo desde el principio, en tanto a que para un volumen de obras de estas características era poco práctico (en palabras de los diseñadores, pero que se podría traducir en: tendríamos menos control sobre el asunto) establecer concursos individuales. En última instancia la decisión pasó por elegir a los arquitectos entre aquellos estudios que en algún momento habían sido galardonados con el premio FAD de arquitectura. Una decisión justificada como estrategia representativa de la evolución de la arquitectura catalana, dado que un premio relativamente local surgido en 1958 podía ser entendido como elemento clasificatorio ante esta voluntad de exposición de las últimas generaciones de arquitectos en activo.

Croquis (MBM) de la demarcación de las distintas áreas o franjas de intervención.

Primeros diseños de la solución de la dársena antes de que tomase su forma definitiva al decidir que sería la zona de celebración de las regatas.

Esquema de conexión de los espacios verdes con la ciudad.

Diseño de uno de los edificios-puerta en las zonas residenciales. Fuente: B01 Arquitectes

Vista aérea del resultado definitivo, con las nuevas playas y el puerto olímpico.
La transformación que vivió Barcelona para adaptar sus equipamientos a la celebración de los juegos olímpicos no puede reducirse, ni mucho menos, a solo una de las intervenciones. Estamos ante una de las operaciones más importantes de la historia de la ciudad, superada únicamente por el proyecto del Ensanche. Tal es la relevancia de dicho cambio, incluso a escala supranacional, que Barcelona recibió la medalla de oro del RIBA (Royal Institute of British Architecture), uno de los premios con más historia en arquitectura que valora la aportación que se ha hecho a la arquitectura internacional. Esta situación sigue siendo única hasta el momento, en tanto a que ha sido la única ciudad que ha recibido este premio, normalmente dirigido a arquitectos. Parece que el espíritu de la modernidad arquitectónica tomaba la ciudad en lo que podría ser más que nada un gran éxito de marketing político internacional.
Pero es que podemos incluso aumentar aún más la escala, para acercarnos a lo que se llegó a denominar el “Spanish Year”. Un año que nos retrotrae al final del franquismo para poder entender el efecto disruptor que el cambio de régimen supuso en las políticas urbanas de las ciudades. Los planeamientos renovadores pretendían sustituir al urbanismo netamente especulativo propio de la dictadura (aunque en muchos casos habría que plantearse hasta qué punto llega el cambio en este sentido, o incluso si no se ha recuperado esta forma de hacer en la actualidad). Los movimientos vecinales se erigían como uno de los mayores contrapoderes de la época de la transición, exigiendo mejoras en sus barrios. Cada ciudad importante definía nuevas formas de actuación urbana, elaboraba planes generales y buscaba nuevas formas de atracción de capital internacional. Este proceso de cambio se concretiza en 1992 con la celebración de dos grandes eventos, los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Exposición Universal de Sevilla, y la designación de Madrid como Capital Europea de la Cultura.
Centrándonos en el caso que nos ocupa, se podría decir que Barcelona se situó en la vanguardia en cuanto a procesos de renovación urbana interior. El comienzo de ésta partía de la idea de que una suma de pequeñas intervenciones podía suponer una transformación a escala superior si éstas se efectuaban a partir de un planeamiento estructurado general, lo que posteriormente se conoció como acupuntura urbana. Pero pronto, como si de un recordatorio de las dos exposiciones internacionales organizadas en la ciudad, se recuperó la idea de un gran evento como parte del proceso de modernización de la ciudad. Así, una propuesta que comenzaba en 1981, acabó con la selección de Barcelona como sede olímpica en 1986, derrotando a París en la última votación.
Este proceso está muy vinculado a una serie de personajes que ganaron mucha relevancia en la definición de la ciudad: los alcaldes Narcis Serra y su sustituto Pascual Maragall, el arquitecto Josep Acebillo, y destacando sobre estos, el que es al mismo tiempo uno de los fundadores del estudio que elaboró el plan de la Villa Olímpica: Oriol Bohigas. Arquitecto y urbanista, fue uno de los principales pensadores de la renovación de la arquitectura y la ciudad con actividad ya iniciada bajo el régimen franquista, liderando la formación del Grupo R, la organización y definición de la «Escuela de Barcelona» de arquitectura y uno de los principales representantes de del “Gauche Divine”, un movimiento cultural progresista de los años 60 y 70. Tras unos años de director de la escuela de arquitectura, trabajó desde 1980 a 1992 vinculado al área de urbanismo del Ayuntamiento de Barcelona (desde 1987 de forma externa), impulsando y controlando buena parte de los procesos de modernización de la ciudad. No sólo dentro del marco de la celebración de los Juegos Olímpicos, sino también otros particulares, como la reconstrucción del Pabellón Alemán en 1986. Hay quien llega a hablar de la Barcelona de Bohigas, para referirse a este momento histórico de la ciudad siendo el impulsor de la famosa política que reclamaba «higienizar el centro y monumentalizar la periferia», siempre desde una posición bastante nepotista, por qué no decirlo.
Para terminar no queda sino mentar superficialmente cómo se materializó la transformación olímpica. Y es que además de la Villa Olímpica se definieron otras 3 áreas de actuación que servirían de contenedores de las actividades deportivas: el área de Montjuïc, la principal para alojar instituciones deportivas; la de Diagonal, que apenas tuvo intervenciones; y el área de Horta, de importancia considerable con intervenciones importantes como el velódromo, la galería de tiro con arco (genial obra de Enric Miralles y Carme Pinos) o un gran complejo residencial para los medios. En todo caso, y aún alcanzando dimensiones considerables ninguna se acercó al impacto urbano que tuvo la zona de la Villa, y que además de éstas, se llevaron a cabo otras actuaciones de cara a renovar otras zonas de la ciudad (equipamientos en Gloríes, reformas en el centro histórico…), que en cierta medida continuaron tras el evento. En todo caso hablamos de un proceso, que si bien se concretiza en el proyecto olímpico, supera su ámbito en tiempo y espacio, ampliándo intervenciones puntuales por toda la ciudad siempre con esa vocación de superar un pasado que parecía que tenía que ser olvidado para construir una ciudad definitivamente moderna.

Vista aerea de la Expo de Sevilla en 1992, uno de los dos eventos que marcaron el año.

Logo de la capitalidad europea de la cultura en Madrid. Muestra de la actividad general pero con poca incidencia en la ciudad.

Areas de intervención para equipamientos de las olimpiadas en 1992. Junto con el trazado de las nuevas comunicaciones a escala metropolitana.

Palau Sant Jordi de Arata Isozaki, y la torre de comunicaciones diseñada por Calatrava. En el anillo Olímpico de Montjuic.

Otra novedad del 92: una copia del «Pabellón de la República» diseñado por Josep Lluis Sert para la Exposición de París de 1937
Si ya nos hemos acercado al plan urbano y al contexto general, no queda sino echar una pequeña mirada atrás para recuperar la historia del lugar. Una historia que no se tuvo en cuenta a la hora de intervenir en el espacio que hoy ocupa la Villa Olímpica. Y lo particular de esta situación se puede entender en gran medida gracias a un cambio en la mentalidad de la gente, un nuevo discurso dominante de la idea de progreso y de avance que empujaba el contexto explicado anteriormente. Y es que la reordenación de la zona costera entre Barceloneta y la desembocadura del Besós no era, ni mucho menos, la primera vez que se intentaba. Desde el Plan Jaussely en 1905, existieron varias propuestas de intervenir en la zona, pero siempre eran rechazados desde los movimientos vecinales u otras instituciones involucradas. El más potente fue en 1971 con el plan de la Ribera, orquestado durante los años 60 como una maniobra especulativa de los propietarios de los terrenos de la zona, es decir, los dueños de las fábricas que allí se habían instalado. La operación fue rechazada de pleno tanto por los afectados, como por instituciones oficiales como el colegio de arquitectos. Aún a una escala menor, la situación discursiva cambió completamente para que unos años después la nueva transformación fuese recibida prácticamente sin oposición más que por algunas familias desalojadas.
El núcleo central del área que estamos tratando, es decir, el ámbito definido por la intervención de la Villa Olímpica, tiene una historia bastante caótica. Definida ya en el plan Cerdá como el barrio de Icaria, en honor a la propuesta del socialista utópico Etienne Cabet, la zona había tenido un crecimiento bastante desordenado. Formaba parte del municipio de Sant Martí, y hasta el derribo de la Ciudadela, gran parte del territorio se encontraba bajo jurisdicción militar. El derribo de la fortaleza en 1868 liberaba el espacio, permitiendo que continuase la tendencia industrializadora que ya se daba en la zona desde la instalación de los primeros “prados de indianas” (que podríamos clasificar como protofábricas textiles). La cercanía del puerto, la posibilidad de acceder a grandes solares más económicos, sumado a la libertad constructiva que permitía el ayuntamiento de Sant Martí, con unos propietarios que hacían y deshacían a su antojo, pronto provocó que esta zona se transformara en parte del corazón fabril de la ciudad. Un pasado industrial de la costa que ya tratamos con la Fábrica de Gas de la Barceloneta.
Con las fábricas llegaron los trabajadores, aunque la zona nunca estuvo demasiado poblada, por lo menos una vez desalojado la barriada de barracas del Somorrostro en los años 60. En total, el núcleo del barrio de Icaria lo componían unos cientos de personas. En total fueron en torno a 300 los desplazados con la construcción de la Villa Olímpica, cuyo barrio residencial pasaría a denominarse “Nueva Icaria” en honor al existente en el pasado. Podemos recuperar en este punto el comentario de Robert Hughes en su obra “Barcelona”: parece un poco contradictorio que para uno de los proyectos principales del período olímpico, con su facilidad para generar desplazamientos en las clases empobrecidas y ofrecer viviendas poco accesibles para las clases trabajadores, se mantenga el nombre de un proyecto utópico del siglo XIX. Si la Icaria del socialista de Cabet, pretendía igualar a todos sus habitantes en una sociedad sin privilegios ni propiedad, la propuesta de transformación del frente marítimo de Barcelona, que durante los juegos de 1992 alojó a competidores (de élite) de todo el mundo, ha acabado transformado en uno de los barrios con mayor poder adquisitivo de la ciudad, mientras que los habitantes de la antigua Icaria, no disfrutan demasiado de dicha transformación. Queda pues el nombre, junto a la pequeña chimenea de la fábrica Folch, como recuerdo frente al patrimonio derribado, en una de las transformaciones, eso sí, con mayor éxito de la ciudad en términos políticos.
Hay dos puntos de partida evidentes aquí, por un lado es que la degradación de la zona era ya mayúscula y nos encontrabamos ante un patrimonio que nadie se había preocupado por tratar de recuperar en ningún momento. Pero existía tanto una estructura ya formada (aún caótica) de trazado urbano en la zona, como una serie de construcciones con un evidente valor documental en lo relativo a la arquitectura industrial, pero más importante, a partir de los cuales se hacía posible establecer alguna relación de continuidad entre el pasado del barrio y su presente post olímpico. La cuestión volviendo a la voluntad del planeamiento es evidente, ¿porque esforzarse tanto en imitar un crecimiento orgánico propio del desarrollo progresivo de la ciudad en el nuevo proyecto de la Villa Olímpica, pero desechar completamente el crecimiento (realmente orgánico) que ofrecía el trazado y, como mínimo una pequeña parte, de las construcciones existentes? Una duda de tantas que hemos de plantearnos cada vez que se recuerde esta operación de cara a volver a intervenir sobre la ciudad construida.

El antiguo barrio de Icaria superpuesto en un plano actual de la ciudad. Fuente

Imagen de promoción del Plan de la Ribera. Elaborado durante los años 60 por Antonio Bonet.

Superficies de los tres grandes derribos de Barcelona: la apertura de la Vía Laietana (rojo), el barrio de la Ribera (amarillo), y el barrio de Icaria (verde). Fuente.

Un ejemplo del patrimonio de la zona, sin un valor reseñable para los promotores del proyecto. Foto: Reinald Gonzalez

La chimenea de la fábrica Folch nos recuerda el pasado industrial desde algunos puntos del barrio.

Nuevos residenciales y sus parques privados, una forma limitada de entender el espacio público.

horario
Estamos hablando de una zona urbana abierta al tránsito, por lo que no hay horario como tal.

precio
–

web
Algunas web de la zona:
Centro Municipal de Vela: www.velabarcelona.com
Hotel Arts: www.hotelartsbarcelona.com
¿Dónde comer?
La fonda del Port Olímpic: teniendo en cuenta el sitio donde estamos (uno de los de más afluencia turística de la ciudad) es una opción decente.
Cuina D’Amics: una opción más accesible y local. En la zona residencial.
Garden Caffè: también como opción para alejarse del puerto. Menú variado y ambiente tranquilo.
OBSERVACIONES
- ¿MERECE UNA VISITA? Como zona principalmente residencial, es un paseo muy para arquitectos que tengan interés en las fachadas. Pero si nos vamos al paseo marítimo, lo extraño es no pasar alguna vez, así que más vale volver conociéndolo.
- Es difícil proponer actividades más allá de dar un paseo por la zona, pero si hay un punto que realmente merece la pena conocer para los locales es el Centre Municipal de Vela, con muchísimas opciones para socios.